Hace un año, en las elecciones primarias, Javier Milei sorprendió a propios y extraños: fue el candidato más votado. Redondeando, lo votó uno de cada tres electores. Tres meses después, en el balotaje, duplicó los votos de las primarias.
No tenía detrás un partido político. Sus candidatos, producto de estrambóticas alianzas, no ganaron una intendencia ni una gobernación en todo el país. Apenas logró colocar en el Congreso un puñado de diputados y de senadores, en medio de denuncias sobre la presunta venta de candidaturas expectables, y sin la más mínima affectio societatis entre ellos, como lo demuestran sus peleas internas.
¿Cómo sorteó esas deficiencias organizativas y las profundas y numerosas críticas que recibió por sus destempladas declaraciones cargadas de insultos y agresiones a todos sus adversarios, incluida la prensa?
Milei es el gran enigma político de nuestro tiempo que nadie logra resolver. Los libros que intentan una respuesta se multiplican periódicamente. En consecuencia, hicimos una lectura comparada de cinco de ellos. Seleccionamos dos libros colectivos: Está entre nosotros, coordinado por Pablo Semán, y Desquiciados, coordinado por Alejandro Grimson. Y tres individuales: Milei. Una historia del presente, de Ernesto Tenenbaum; ¿Por qué ganó Milei?, de Javier Balsa, y El fenómeno Milei, de Alberto Mayol.
La escritura de un malestar
La escritura sobre el enigma Milei pareciera generada por el malestar que produjo, en varios autores, primero su ascenso, más tarde su triunfo. Tenenbaum escribe “estremecido y muy preocupado” por lo que significa Milei y porque no puede entender que la sociedad argentina haya votado a alguien “en las antípodas de lo que yo pensaba”. Balsa busca una “explicación de lo inexplicable”. Para Grimson, el país se convirtió en “la capital americana de la derecha radical”, un hecho insólito que plantea numerosos interrogantes y en las respuestas que les demos nos jugamos “el futuro de la democracia”. Mayol, que es chileno, y acaso por ello está más sorprendido que molesto, entiende que, como el “fenómeno Milei” es estructural, hay que analizar el trasfondo: “Milei es el nombre de una esperanza, de un acierto o un error, de una época medio viva y medio muerta, es el hijo de nuestro estupor, el retoño de nuestra confusión, el grito ambicioso del deseo de riqueza hasta hoy inconfesable”.
Hay distintas perspectivas de abordaje. Un formato académico –artículos breves, miradas segmentadas y multidisciplinarias– domina los volúmenes coordinados por Semán y Grimson (en cuyo grupo está Semán, por cierto). Otros dos libros están firmados por académicos, pero escritos en soledad: el de Mayol es un ensayo analítico que marca las inconsistencias de Milei, sus imposibilidades, su derrape en la falacia o, llegado el caso, sus implícitos; Balsa se apoya en una serie de estudios de opinión pública elaborados a lo largo de un par de años para evaluar los datos emergentes y su impacto en la elección. Tenenbaum reconstruye la trayectoria mediática de Milei desde aquella primera aparición en un programa de Alejandro Fantino, en julio de 2016, hasta sus declaraciones presidenciales, para mostrar cómo evolucionan o involucionan algunos conceptos, al compás de sus desequilibrios emocionales, sus inapropiadas metáforas sexuales y su persistente incorrección política.
Distintos abordajes de un mismo personaje y una misma trayectoria producen un efecto relativamente lógico: algunos tópicos son abordados por casi todos y, en ocasiones, con un análisis convergente que permite asociar posiciones; otros tópicos, por el contrario, son evaluados de manera divergente.
El mercado de las ideas
En el libro coordinado por Semán, Sergio Morresi y Martín Vicente postulan que Milei comenzó su trayectoria en la esfera pública como un influencer de derecha que, a poco de andar, logró reunir a su alrededor a un grupo variopinto con quienes organizó en las redes sociales un ecosistema de derecha (Tenenbaum identifica a estos personajes secundarios, y reconstruye en algunos casos los momentos de amalgama y de ruptura con Milei).
En un principio, según Morresi y Vicente, todo parecía limitarse a una “batalla cultural” contra los “anticapitalistas”, estimulados por una idea de Friedrich von Hayek: antes del cambio político, y como estímulo para lograrlo, hay que promover un cambio en el “mercado de ideas”. Pero, luego, esa batalla se amplió para enfrentar al feminismo, las minorías sexuales, las políticas de género y cuestiones medioambientales, por ejemplo, lo que da cuenta del tránsito desde lo meramente económico hasta la amplia temática que debe manejar un político.
En ese trayecto, Milei se dejó guiar casi por completo por el dispositivo táctico ideado por Murray Rothbard: adoptó un discurso propio de un populismo de derecha para proyectar su liderazgo personal, en vez de apostar a la creación de un partido programático, y provocó un efecto disruptivo en la escena política con propuestas extremas y un lenguaje políticamente incorrecto, aunque eso implicase tensionar los valores sobre los cuales el país definió el contrato democrático en 1983.
Entre las declaraciones más polémicas que puede haber hecho Milei en estos años, sobresale, sin duda, la falta de respuesta concreta a la gran pregunta que le formuló la periodista Luciana Geuna, en agosto de 2021: “¿Usted cree en la democracia?”. “La democracia tiene muchísimos problemas”, fue la primera respuesta, en la transcripción que ofrece Tenenbaum. La segunda fue inaudita: “Aun si todos los individuos son racionales y respetan los órdenes de preferencia en términos de transitividad, aun así el agregado no te asegura la consistencia del resultado. O puesto de otra manera, si tenemos tres lobos y una gallina votando cuál es la cena de esta noche, yo sé cómo termina”.
El compromiso democrático se basa, para simplificar, en la ecuación igualitaria “un ciudadano, un voto”. Para Milei, en ese compromiso se originan nuestros problemas porque entre nosotros no sólo hay gallinas, sino también lobos, que debieran estar imposibilitados de votar.
En ese contexto, Balsa registra una reacción conservadora que habilitó discursos de una derecha claramente antiprogresista. Su mirada puede resultar algo esquemática: su noción de “progresismo” banca el feminismo y el lenguaje inclusivo sin disidencia alguna, y no promueve políticas punitivistas contra la inseguridad, mientras que su idea de “conservadurismo” hace todo lo contrario.
En cualquier caso, lo que importa es que la reacción conservadora fue incentivada por la estrategia libertaria y que Juntos por el Cambio y Unión por la Patria no respondieron desde una posición antagónica, sino que optaron por la moderación.
La batalla por la economía
En el libro coordinado por Grimson, Sergio Caggiano interpreta el salto de Milei desde lo cultural hacia lo económico con precisión: presentó “los problemas económicos como consecuencia de faltas morales”. La emisión monetaria es un robo. La justicia social es un robo. Los políticos de “la casta” son unos delincuentes, unos estafadores. Su programa promete terminar con estos delitos y sancionar a sus autores intelectuales y materiales.
Pero, en los hechos concretos, de acuerdo con el segundo esquema con el que trabaja Balsa, eso implica favorecer la agenda neoliberal en detrimento de la nacional y popular. Por supuesto, en sus estudios, quienes se identifican fuertemente con el neoliberalismo se muestran proclives al conservadurismo; y entre quienes se identifican con el ideario nacional y popular, predominan los progresistas. La agenda neoliberal incluye la crítica al tamaño y el intervencionismo del Estado y la necesidad de abrir la economía, y prefiere, ahora, a diferencia de 2015, la estrategia del shock sobre la del gradualismo.
Mayol encadena ambas cuestiones (cultura y economía) usando como lazo las referencias de Milei al judaísmo: estaríamos frente al retorno del Antiguo Testamento con sus valores, así es que “debemos dejar de hablar del amor y la igualdad” porque ya no tenemos al Jesucristo del perdón como “reformador social”.
Ese sustrato explica que, para Milei, la economía sea más importante que la política. En su imaginario, sin libertad económica no puede haber libertad política. Y la libertad económica remite al mercado. Pero, cuidado, advierte Mayol, “el mercado es intenso, dinámico, disruptivo”, y en más de un sentido nos lleva a una “economía sin sociedad”: “Milei espera que el fin del Estado sea el fin de la sociedad y la simple preeminencia de las clases a partir del libre juego de los intereses y la competencia”.
Para Caggiano, que parece coincidir con este apunte, estamos frente a un proceso político que promueve un individualismo tan extremo “que invita a desentenderse del otro (cuando no a suprimirlo)”. Ezequiel Ipar, en el libro coordinado por Grimson, lleva la cuestión a un extremo que da cuenta de la peligrosidad del planteo: la ultraderecha pretende restablecer el “derecho a despreciar a los otros”. ¿O acaso pueden las gallinas convivir con los lobos?
¿Puede funcionar lo absurdo?
Volviendo a Mayol y al plano económico, lo que más le preocupa es que Milei ha enunciado tesis falsas, por ejemplo, al identificarse con un liberalismo que no es liberal –porque el liberalismo, en realidad, fue “la primera ideología” que se propuso “robustecer el aparato institucional y la estructura del Estado”–, y al decir que “los mercados producen un equilibrio natural” y que la intervención del Estado ha arruinado su “eficiente operación”.
En última instancia, concluye Mayol, “Milei es el fin del significado de la política”, lo cual es un absurdo: una nación no puede proyectarse hacia el futuro si sus habitantes no convergen en una identidad política colectiva, que legitiman en un abanico de políticas públicas. Milei, responde Mayol, es “un absurdo que funciona”… Al menos por ahora.
Milei, como antes el kirchnerismo, está usando el Estado para difundir un discurso violento y agonal. La declinación del kirchnerismo demuestra que lo que jugó a su favor en un momento luego se volvió en su contra. Según Balsa, entre 2021 y 2023, algo más de la mitad de la población acordó “con la idea de que había que acabar con el kirchnerismo”; por eso en el balotaje una proporción significativa de los electores sopesó como el mayor riesgo que continuara gobernando el peronismo, no que ganara un extremista inexperto y desequilibrado como Milei.
¿Eso quiere decir que el ciudadano promedio se volvió de derecha? Semán subraya un matiz que no debiéramos menospreciar: ante los nuevos temas de la agenda pública, la derecha respondió con propuestas que se impusieron “en el ánimo de los electores”, aunque no se identificasen con la derecha. Y, como contrapartida, no hubo ni una propuesta progresista.
De ello se deriva que el apoyo a Milei sería muy acotado. Semán es muy gráfico: “No todas ni la mayor parte de las adhesiones a Milei se dan en términos de la ideología libertaria, sino en términos de ideales de mejora económica, seguridad, combate a la corrupción, la ineficiencia estatal e incluso –sin radicalizar– la pregnancia del mercado y el reconocimiento de sujetos políticos y culturales que no fueron contemplados por una agenda progresista estrechamente centrada en los intereses de las militancias”.
Obvio: la lectura que hace Milei de los votos que recibió es muy diferente. Pero su megalomanía podría provocarle problemas de gobernabilidad porque, si Mayol acierta en su caracterización del personaje, puede anticipar una recesión, pero “no sabe observar una crisis política o social”.
Fuente: La Voz
Por Rogelio Demarchi
Ilustración de Eric Zampieri