Beachcombing (el acto de caminar por una playa en busca de objetos entregados por el mar) no tiene, en castellano, un término de la misma resonancia evocativa. Recorrer la obra de Borges es una operación similar: el lector acaba con una serie de hallazgos heterogéneos en sus manos. Abro al azar Borges babilónico. Una enciclopedia y recojo la siguiente muestra: althing (parlamento escandinavo), Amazonas (el río), Ambrosio (doctor de la iglesia), Amritsar (legendaria ciudad de la India), Anselmo (teólogo francés), Antología de la literatura fantástica, Artigas, Artsibashev (escritor ruso), Atahualpa, Asamblea de los pájaros…A partir de cada término, un sendero que se bifurca. El Amazonas le sirve a Borges para recordar a Mark Twain, que tuvo alguna vez, de joven, la intención (en eso quedó) de explorarlo. La asamblea de los pájaros nos lleva a su autor, el poeta persa Farid al-Din abu Talib Muhammad ben Ibrahim, y al asunto del poema, una conversación entre pájaros que buscan elegir a su rey. Y también (cada lector interviene con sus asociaciones) a una frase de Lévi-Strauss: los indígenas del Amazonas usan a los animales para pensar. Estamos frente a un equivalente literario al Museum Wormianum, el gabinete de curiosidades del médico y filólogo danés Ole Worm (1588-1654). Tal vez la comparación le hubiera agradado a Borges porque Worm fue uno de los primeros compiladores de las sagas escandinavas. Se comunicaba en latín con sus corresponsales e informantes en Islandia. Buscaba encontrar, en los antiguos cantos épicos compuestos por descendientes de guerreros vikingos que poblaron la «tierra de la nieve» en el medioevo, los orígenes de la cultura danesa (ver Biblioteca Arnamagnaeana vol. VII. Ole Worm’s Correspondence with Icelanders. Edited by Jacob Benediktsson. Ejnar
Munesgaard, Hafniae, 1948, 552 pp.). Lo que ayudan a descubrir y delinear las aproximadamente mil entradas de Borges babilónico, organizadas alfabéticamente de la A a la Z y escritas por setenta y seis colaboradores, es el sistema y el temperamento analítico detrás de la apabullante erudición de Borges. Y es en este punto donde aparece una diferencia radical. En las palabras preliminares a su libro Philosophical Remarks, publicado después de su muerte(Oxford, Basil Blackwell, 1975), Wittgenstein, desde la cita de San Agustín que inaugura el texto («los hijos de Adán estamos condenados a recorrer los caminos abiertos por nuestros antepasados») confronta el «espíritu que informa el vasto curso de la civilización europea-norteamericana en la que estamos parados» y se distancia de él. Es un espíritu, dice, que se expresa construyendo estructuras cada vez más grandes y complicadas, colocándolas una sobre la otra. Borges no cree en eso, en la réplica del
universo mediante el uso de fórmulas y símbolos y lenguajes universales. No se resigna a recorrer el viejo camino e invierte la dirección de sus pasos. Va hacia el Viejo Mundo que ha descripto al Nuevo y desarma su teoría del conocimiento, afirmando su capacidad crítica desde la otra orilla. No cree en clasificaciones rígidas, en «rebajar los tigres inocentes y los pájaros instintivos a tristes herramientas» taxonómicas (Borges en Sur, 1999, Buenos Aires, p. 223). Tampoco cree en los Colegios de Cartógrafos, en los mapas inútiles. ¿Acaso no podemos todos llegar a ser Tlön, un país perdido en las páginas de una enciclopedia ficticia?
De la muchas aventuras que propone el volumen editado por el profesor Jorge Schwartz (quien ya había dirigido la traducción de las obras completas de Borges al portugués) tomo una, propiciada por el artículo sobre el libro Introducción a la literatura norteamericana (pp. 343-345), publicado en Buenos Aires, en 1967. Borges decide cerrar ese texto, dedicando el último capítulo a la poesía oral de los indígenas de los Estados Unidos recogida por George Cronyn en la obra Paths on the Rainbow. An Anthology of Songs and Chants from the Indians of North America (NewYork, Boni
and Liveright, 1918). En el prólogo a una nueva edición, Keneth Lincoln señala queBorges coloca a esos versos nativos «en el ecléctico umbral de la literatura de occidente» (American Indian Poetry, 1991, New York, p. xvi). Preguntarse cómollegóese libro raro a manos de Borges es menos interesante que señalar una continuidad entrelas voces distintas que aparecen en él y, por ejemplo, el cuento «La busca de Averroes»— «Abulgualid Muhámmad Ibn-Ahmad ibn-Muhámmad ibn-Rushd (un siglo tardaría ese largo nombre en llegar a Averroes)» recita Borges en su voz. El sabio traductor deAristóteles, «encerrado en el ámbito del Islam», tiene dificultades para entender el
concepto griego de comedia y tragedia. En ese terreno ambiguo de traducciones traidoras que anuncian los límites de la cultura propia, Borges prosperaba. Rodney Needham, probablemente agotado por la lectura profesional de etnografías(la multiplicación de edificios que se agrandan y apilan a los que aludía Wittgenstein)
agradecía haberlo descubierto a Borges, y se preguntaba «¿cómo pude vivir todo este tiempo sin haberlo leído?». No es el único antropólogo que ha encontrado refugio e inspiración en Borges. Matti Bunzl, en una obra reciente, critica a sus colegas por
parecerse cada vez más a aquellos miembros de los Colegios de Cartógrafos chinos enla mecánica y desmesurada (y condenada) ambición de sus textos (Bunzl, The Quest forAnthropological Relevance: Borgesian Maps and Epistemological Pitfalls, American Anthropologist, New Series, 110 (1), marzo, 2008, pp. 53-60). Hay numerosas entradas en Borges babilónico que comienzan a desenterrar los lazos que tendió el autor argentino con la antropología —un hecho nada sorprendente si pensamos que los mitos y primeros principios constituyen la materia central de esa disciplina (más importantes que la historia son los mitos, decía Borges)—. Al comienzo de ese grupo de entradas colocaría todas las que se refieren al Islam, Persia, la alteridad judía y las culturas del Lejano Oriente, a los primeros teólogos de la iglesia cristiana, y por supuesto los cuentos «El informe de Brodie», «El etnógrafo», «Funes el Memorioso», «El Sur» y «La escritura del Dios». El protagonista de este último, un sacerdote maya llamado Tzinacán, encerrado en una celda por los españoles, es la imagen especular de un jaguar, encerrado en una celda contigua, al que puede entrever. Estudiando la configuración de las manchas del jaguar (un animal shamánico en culturas indígenas de las Américas, desde México a la Argentina), Tzinacán por fin descubre que ese «testo» [sic], de catorce palabras, es la escritura de Dios. Los cinco cuentos permiten componer una interpretación del lugar simbólico clave que Borges otorgaba a los indígenas de su país, escondidos detrás del silencio místico también observado por Tzinacán. Si el autor de esta reseña tuviera que agregar una entrada al libro editado por Jorge Schwartz, ese sería el tema.
La lectura, a saltos o continua, de Borges babilónico invita al reencuentro con la obra de un autor que se resiste, como el tigre inocente y los pájaros instintivos, a permanecer quieto.
Jorge Schwartz (director) Borges Babilónico. Una enciclopedia (2023). Buenos Aires. Fondo de Cultura Económica. 625 páginas.
Fuente: Revista arbitrada de la Asociación de Profesores de Literatura del Uruguay, Año XIII, número 35, Agosto de 1923, pp. 112/113.
Por Edgardo Carlos Krebs