Pese a una muerte prematura, José Carlos Mariátegui dejó una obra tan amplia como dispersa, contabilizándose más de 2500 escritos entre crónicas, reseñas, cartas y ensayos. En vida, el amauta solo publicó como libros una serie de textos reunidos en La escena contemporánea (1925) y luego en Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana (1928), dejando casi listas las compilaciones Defensa del marxismo y El alma matinal y otras estaciones del alma. Por lo tanto, la obra de Mariátegui da lugar a tanto a diferentes antologías cómo formas de leerlo. La última de ellas se titula Aventura y revolución mundial. Escritos alrededor del viaje (2022), seleccionada y prologada por Martín Bergel y publicada por Fondo de Cultura Económica.
En este artículo haremos un recorrido por el contenido de la antología, indagando sobre la relación entre el internacionalismo y la interpretación de la realidad peruana que hace Mariátegui. Este legado no está exento de polémicas, como las lecturas que buscan en Mariátegui una justificación para una política frentepopulista o las críticas realizadas desde la teoría decolonial, y que al mismo tiempo mantiene vigencia como lo muestra la situación actual de Perú.
Aventura y revolución mundial es parte de la serie «Viajeras/Viajeros», donde diversos autores latinoamericanos son revisitados desde esa óptica. En el caso de Mariátegui es conocido que su viaje a Europa, con una estadía de tres años y medio, fue una experiencia determinante para sus ideas –»mi mejor aprendizaje», dirá–. Ese viaje se gestó en las inquietudes de un joven periodista y el sopor que emanaba de la realidad política e intelectual del Perú a fines de la segunda década del siglo XX. En mayo de 1919, desde el periódico La Razón, Mariátegui dió voz a las luchas obreras y estudiantiles. Dos meses después, Augusto Leguía dio un golpe de Estado iniciando su Oncenio [1]. El nuevo régimen clausuró el periódico y le dio “una beca” a Mariátegui, como forma encubierta de deportarlo a Europa. El 8 de octubre de 1919 partió hacia el Viejo Continente, regresando a Perú el 17 de marzo de 1923.
Bergel rastrea la relación viaje–movilidad en algunos avatares de la biografía de Mariátegui. En su aventura europea el ímpetu juvenil se impuso sobre una cojera que sobrelleva desde la niñez. Tras su regreso, dispuesto a emprender su «tarea americana», en 1924 una recaída en su salud derivó en la amputación de su pierna derecha. La silla de ruedas apareció como la oportunidad para desplazarse y continuar su labor en el plano intelectual, con hitos como la fundación de la editorial Minerva en 1925, la revista Amauta al año siguiente y el periódico obrero Labor en 1928, y en el plano político, con la fundación del Partido Socialista Peruano en 1928. Finalmente, en la última etapa de su vida, un viaje a Buenos Aires prometía una plataforma para relanzar Amauta y también la posibilidad de acceder a una pierna ortopédica.
Esta antología está dividida en cinco partes ordenadas cronológicamente. La primera se llama “Deseos de fuga” e incluye textos periodísticos publicados entre 1912 y 1919, periodo que Mariátegui denominó como su “Edad de Piedra”. Estos textos, algunos bajo el pseudónimo de Juan Croniqueur, abarcan diferentes expresiones donde el viaje se incorpora desde afuera, a través de diferentes actores y hechos. Frente al tedio de la política doméstica, el punto de fuga aparece ligado al tiempo inaugurado por la Revolución Rusa. Con sorna, el amauta transforma el insulto de “bolchevique” en una declaración de intenciones [2]. Esta toma de postura, en aquel entonces más sentimental que ideológica, adelantará un proceso de radicalización política, que tendrá un salto en la fundación de La Razón, que motivó la deportación encubierta de Mariátegui y su amigo Cesar Falcón.
La segunda parte –bajo el título “Pasaje al mundo (1919-1923”)– reúne una ajustada selección de artículos y cartas escritas en Europa. Durante sus años europeos Mariátegui tomó contacto con los grandes problemas de la política y el movimiento obrero internacional, como así también de las corrientes intelectuales y artísticas de la época, lo que generó una profunda impresión en su pensamiento. El grueso de ese laboratorio político e intelectual ocurrió en la Italia convulsionada y polarizada por las ocupaciones de fábricas de Turín, el posterior retroceso del movimiento obrero y el ascenso del fascismo encabezado por Benito Mussolini. Mariátegui se involucró en la vida política de las tendencias de izquierda, como se ve en el artículo “Las fuerzas socialistas italianas”, y asistió al Congreso de Livorno, realizado en enero de 1921, dónde se fundó el Partido Comunista de Italia. El fascismo también fue analizado por Mariátegui como “una milicia civil antirrevolucionaria” y “una ofensiva de las clases burguesas contra la ascensión de las clases proletarias”, parte también de su visión del fascismo como un fenómeno novedoso que intenta configurar un nuevo tipo de régimen. [3] En esta sección también se encuentran artículos en el plano de la cultura y el arte, textos sobre las ciudades que visita y aspectos de la vida cotidiana. Las cartas de esta sección aportan una dimensión íntima de un viaje que también fue importante en la vida personal de Mariátegui, porque allí conoció a su esposa, Anna Chiappe, y nació el mayor de sus cuatro hijos.
La profusa labor de Mariátegui entre 1923, año de su regreso, y 1930 abarcan las siguientes dos secciones de la antología. En la tercera parte “Proyecciones cosmopolitas” se reúnen textos que dan cuenta del impacto del periplo europeo en el andamiaje filosófico de Mariátegui. Esto se expresa, apunta Bergel en su introducción, en la “asimilación del marxismo” –con el clasismo y el internacionalismo como componentes centrales– y también una influencia del vitalismo. Con este bagaje, Mariátegui desarrolla su estudio de los problemas peruanos, asegurando que “el internacionalista siente, mejor que muchos nacionalistas, lo indígena, lo peruano”. [4]
La cuarta parte, “Apología del aventurero”, retoma el título de un ensayo que Mariátegui no llegó a escribir, donde el tópico iba por la relación entre experiencia, viaje y revolución. En esta sección encontramos retratos de diferentes figuras históricas y contemporáneas, donde la de Colón aparece cada vez que Mariátegui piensa en “escribir una apología del aventurero” y lo define como “pionner de pionners”. [5]. También están retratados Lenin, unos meses antes de su muerte, y Trotsky en el exilio, tras su expulsión de la URSS a manos de Stalin, entre otras personalidades políticas. Mariátegui también busca la figura del aventurero-pionero en diferentes expresiones artísticas, como en la obra de Máximo Gorki, Romain Rollan, Charles Chaplin o la vida de la bailarina Isadora Duncan y el novelista Waldo Frank.
La quinta y última parte, “Un último deseo: Buenos Aires (1927-1930)”, se compone mayormente de cartas en la que Mariátegui expresa su intención de mudarse a Buenos Aires, que como centro político y editorial podía ayudar al relanzamiento de la revista Amauta, al mismo tiempo salir del clima opresivo del “Régimen de la Patria Nueva”. Como mencionamos, el viaje a la Argentina también estaba motivado por la posibilidad de acceder a una pierna ortopédica. El principal interlocutor es Samuel Glusberg (1898-1987), director de la revista Babel y de La vida literaria, quien estableció una colaboración editorial y entabló una amistad con el amauta, triangulada por el mencionado Waldo Frank [6]. Glusberg, con el seudónimo de Enrique Espinoza, fue radicalizándose y se acercó a las ideas de Trotsky, con quien se reunió en su exilio mexicano, colaborando en la revista Clave (donde publicó un artículo en homenaje a Mariátegui)
La decisión de mudarse a Buenos Aires se volvió una salida factible a mediados de 1927, luego de la primera detención de Mariátegui por un supuesto ‘complot comunista’ y la clausura temporal de Amauta. Por ese tiempo, se distanció de Víctor Haya de la Torre y el APRA, que enarbolaba un nacionalismo “antiimperialista” como intento de superar al marxismo, y también comenzarán las diferencias con la dirección oficial de la Comintern. Glusberg, con la colaboración de Frank, se encargó de planificar la mudanza que debió acelerarse tras una nueva redada sobre el hogar del director de Amauta. “Sin ningún contratiempo de última hora, espero partir a principios de mayo”, escribió Mariátegui a Glusberg el 25 de marzo de 1930. Días después fue internado de emergencia y, lamentablemente, el 16 de abril de 1930 Mariátegui murió a los 35 años.
Mariátegui dejó una obra tan amplia como dispersa, por lo que son múltiples los enfoques y cruces que se pueden hacer sobre sus textos. Algunos tópicos que disparan esta compilación ya se han abordado en Ideas de Izquierda en una conversación con su editor mientras que otros se han profundizado en artículos. Aquí, en función de algunos textos de Aventura y revolución mundial, abordaremos cuestiones referidas al internacionalismo en el pensamiento de Mariátegui.
El internacionalismo, ideal y realidad histórica
Tras su regreso, Mariátegui buscó cómo transmitir esa experiencia, a la par de resignificarla en función de sus reflexiones y su accionar político sobre la realidad nacional peruana. Basta ver su “Programa de las conferencias en la Universidad Popular” (en la antología reproducido entre las páginas 94 y 96) para tener una dimensión de los hechos que impactaron y despertaron su interés. Este curso, publicado como “Historia de la crisis mundial” [7], está compuesto por las conferencias dictadas desde el 9 de junio de 1923 hasta el 26 de enero de 1924. En la antología se reproduce la decimoquinta conferencia, titulada “Internacionalismo y nacionalismo”, donde Mariátegui da esta primera consideración:
El internacionalismo no es únicamente un ideal; es una realidad histórica. El internacionalismo existe como ideal porque es la realidad nueva, la realidad naciente. (…) Un gran ideal humano, una gran aspiración humana no brota del cerebro ni emerge de la imaginación de un hombre más o menos genial. Brota de la vida. Emerge de la realidad histórica. Es la realidad histórica presente. La humanidad no persigue nunca quimeras insensatas ni inalcanzables; la humanidad corre tras de aquellos ideales cuya realización presiente cercana, presiente madura y presiente posible. [8]
Esta realidad histórica tiene como base el desarrollo del capitalismo a escala planetaria:
El capitalismo, dentro del régimen burgués, no produce para el mercado nacional; produce para el mercado internacional. Su necesidad de aumentar cada día más la producción lo lanza a la conquista de nuevos mercados. Su producto, su mercadería no reconoce fronteras; pugna por traspasar y por avasallar los confines políticos. La competencia, la concurrencia entre los industriales es internacional. Los industriales, además de los mercados, se disputan internacionalmente las materias primas. La industria de un país se abastece del carbón, del petróleo, del mineral de países diversos y lejanos. A consecuencia de este tejido internacional de intereses económicos, los grandes bancos de Europa y de Estados Unidos resultan entidades complejamente internacionales y cosmopolitas. Esos bancos Invierten capitales en Australia, en la India, en la China, en el Transvaal. La circulación del capital, a través de los bancos, es una circulación internacional. [9]
En este hecho histórico, señala Mariátegui, tienen origen el internacionalismo burgués y el internacionalismo obrero, “origen común y opuesto al mismo tiempo”. Los lazos de solidaridad entre las clases trabajadoras desarrollan las tendencias a crear asociaciones de solidaridad internacional que vinculan su acción y unifican su ideal, como la I Internacional impulsada por Marx y Engels, y también se desarrollan tendencias como el sindicalismo o el propio marxismo. Luego explora las tensiones entre las grandes potencias, las cuales llevaron a la Primera Guerra Mundial, señalando que un aspecto principal en la crisis capitalista reside en que el “Estado burgués está construido sobre una base nacional; la economía burguesa necesita reposar sobre una base internacional”. Por último también mencionan que los movimientos fascistas aún siendo de orígenes nacionalistas no pueden prescindir de una “fisonomía internacionalista”.
La antología también incluye otros textos relevantes para la discusión, como el de “Oriente y Occidente”, donde Mariátegui traza coordenadas sobre la “transformación política y social de Oriente”. [10] Aquí se destaca que la III Internacional convocó desde su fundación a delegados orientales y en 1920 impulsó el Congreso de Bakú, que reunió a representantes de 37 pueblos orientales. “La revolución social necesita históricamente la insurrección de los pueblos coloniales”, resume el amauta. Estos artículos son una puerta de entrada para esta dimensión del pensamiento de Mariátegui donde se entrecruzan internacionalismo, crisis y revolución.
Un legado actual y en debate
Para Mariátegui el internacionalismo era parte de la “escena contemporánea” para pensar la realidad nacional y la revolución en Perú, como ya hemos visto cuando afirma que “el internacionalista siente, mejor que muchos nacionalistas, lo indígena, lo peruano”. [11] Es indudable los aportes y la originalidad en Mariátegui para pensar los problemas nacionales a partir del marxismo, aunque suscitaron la acusación de “europeísmo” por parte de Haya de la Torre. “Ud. está lleno de europeísmo. Póngase en la realidad y trate de disciplinarse no con Europa revolucionaria sino con América revolucionaria”, escribió en una carta el caudillo aprista. Mariátegui responde a estas acusaciones en la introducción de su Siete ensayos:
“No faltan quienes me suponen un europeizante, ajeno a los hechos y a las cuestiones de mi país. Que mi obra se encargue de justificarme, contra esta barata e interesada conjetura. He hecho en Europa mi mejor aprendizaje. Y creo que no hay salvación para Indo-América sin la ciencia y el pensamiento europeos u occidentales”.
La mención a esta discusión es relevante porque casi un siglo después pensadores y corrientes intelectuales, como la teoría decolonial, continúan impugnando al marxismo en su totalidad como eurocéntrico. Autores como Aníbal Quijano incurre en estas caricaturizaciones mientras abordan la obra de Mariátegui. [12]
Mariátegui no debatía solamente con Haya de la Torre y el nacionalismo aprista, también lo hacía con la dirección oficial de la Comintern burocratizada, a partir de las discusiones sobre el carácter de de la revolución en Perú y América Latina (en relación con la revolución mundial), sus tareas y fuerzas motrices. El cruce con la dirección oficial de la Comintern se concretó en la primera Conferencia Comunista Latinoamericana, realizada en junio de 1929 en Buenos Aires bajo la dirección de Jules Humbert-Droz y Vittorio Codovilla. Para la dirección de la Comintern y Codovilla, en los países semicoloniales predominaba una estructura feudal y por ende correspondía una revolución democrático-burguesa que diera lugar a una “dictadura democrática de obreros y campesinos” (vieja fórmula de Lenin pre 1917 embalsamada por Stalin y Bujarin para los países periféricos). La delegación peruana, que había presentado documentos coescritos por Mariátegui (quien no viajó por razones de salud), planteaba que la realidad era mucho más híbrida, por lo que las tareas democráticas pendientes se realizarían solo con una revolución socialista. Pese a concebir esta relación entre las tareas como dos etapas diferenciadas, no hay nada en los últimos trabajos de Mariátegui [13] que plantee la necesidad de una etapa de desarrollo burgués prolongado o de una alianza con sectores burgueses. Al contrario, había definido un rol central para el proletariado, aliado a las masas campesinas e indígenas. Esto contradice las lecturas posteriores, como la de José Aricó a mediados de los 70’, donde Mariátegui parece estar ubicarse más cercano a una política de Frente Popular de lo que realmente estuvo, más allá de que esta política fue adaptada en el VII Congreso de la Comintern en 1935. [14]
Más cercano en el tiempo, tanto esta compilación como la Antología publicada en 2020 por Siglo XXI, han suscitado un debate por el internacionalismo de Mariátegui. Desde los prólogos de ambas compilaciones, Martín Bergel ha planteado el “cosmopolitismo” del peruano mientras que otros investigadores como Martín Cortés han argumentado desde Jacobin sobre un Mariátegui “nacional-popular”. Desde Ideas de Izquierda, Juan Dal Maso ha realizado observaciones críticas sobre estas lecturas, como un aporte para pensar cómo poner en uso un pensamiento tan vasto y complejo como el de Mariátegui.
Como hemos señalado, para Mariátegui el internacionalismo no era algo que le impedía pensar los problemas de la realidad en Perú y América Latina, sino todo lo contrario. La relación entre la dimensión de su internacionalismo y la vigencia de sus análisis de la realidad peruana adquieren mayor interés a raíz del proceso de movilizaciones contra el gobierno golpista de Dina Boluarte. En este sentido queremos mencionar algunos elementos de su pensamiento que así como fueron una marca de la originalidad de Mariátegui también revisten actualidad.
Mariátegui fue pionero en pensar desde el marxismo la cuestión indígena, en una época donde las comunidades protagonizaban conflictos territoriales. Esto fue reflexionado en diferentes momentos, definiendo que “el problema del indio es, en último análisis, el problema de la tierra” [15], planteando una transformación radical del régimen de propiedad. Esto era parte de la estructura económica-social del Perú, predominante agraria con centralidad del capital extranjero en la industria y minería (con diferenciaciones entre la sierra y la costa), en el marco del capitalismo mundial. Entre sus reflexiones también se encuentra una revalorización de la comunidad del pasado incaico [16] contra la opresión colonial y en la república liberal, planteándola como un punto de apoyo para una política revolucionaria. La innovación de Mariátegui consiste en plantear la ligazón de la reivindicación indígena con la lucha contra el capitalismo.
Los esfuerzos de Mariátegui también estuvieron abocados para organizar al movimiento obrero, avanzando establecer los sindicatos por rama y una central única, la Confederación General de Trabajadores del Perú (CGTP), con un programa de reivindicaciones propias. Los trabajadores eran el sujeto central para una política revolucionaria, planteándose el apoyo a las reivindicaciones de la mujer y los indígenas. A su vez, estos vínculos también eran de vital importancia, ya que importantes sectores de la clase obrera eran parte de las masas indígenas. Su perspectiva también incluía pelear por la independencia política de los trabajadores y el conjunto de los oprimidos con la creación del Partido Socialista Peruano, en oposición a la conciliación de clases y al nacionalismo burgués defendido por Haya de la Torre.
Perú ya lleva dos meses de movilizaciones, con la entrada de masas campesinas e indígenas que pasaron de la protesta en las regiones a marchar hasta la capital. Al mismo tiempo la energía del movimiento obrero está encorsetada por las direcciones sindicales y la CGTP no es un centro organizador para la lucha. El desarrollo de la crisis planteó la necesidad de la movilización y la pelea por una Asamblea Constituyente para imponer las reivindicaciones obreras, campesinas e indígenas y pelear por un gobierno de los trabajadores en ruptura con el capitalismo. La lucha del pueblo peruano también despierta la solidaridad latinoamericana e internacional, amplificando sus denuncias, con muestras que retoman la mejor tradición del internacionalismo. Con estos vientos las ideas de Mariátegui se revitalizan.