En un contexto de baja confianza y extrema partidización del Poder Judicial, se han multiplicado las proclamas que dictan qué hacer para recomponerlo. Cada cual, según su necesidad, plantea recetas con soluciones ad hoc, diseñadas sobre diagnósticos que no logran consensuarse y que, por lo mismo, terminan naufragando. Es el status quo de la última década.
Por eso la publicación de Martina Lassalle, Matar no es siempre el mismo crimen, resulta un soplo de aire fresco para el opaco panorama judicial del país. Con herramientas metodológicas fuertes-cuantitativas y cualitativas- esta joven doctora en sociología se decidió a encender la luz de aquel cuarto oscuro llamado Poder Judicial, donde se toman decisiones que moldean, a diario, las vidas de todos los argentinos.
Lo que encontró “no resulta cómodo” para el sentido común, admite. Pero por lo mismo se siente satisfecha, porque de eso se tratan las ciencias sociales para ella: de desnaturalizar las prácticas y sentidos que, a fuerza de repetición, percibimos como instituciones sociales.
-Un libro de ciencias sociales en pleno mileísmo… es casi un anacronismo ¿No?
-No. Por el contrario. Las ciencias sociales tienen las herramientas para entender lo que está pasando hoy en nuestro país de manera precisa, porque ocupan marcos teóricos y metodológicos muy potentes. Entonces no me parece extraño que estén bajo ataque, especialmente la sociología; porque tiene un espíritu crítico que es “incómodo” y resulta amenazante para el poder real, para el sentido común y para el ordenamiento social vigente. Y no solo en esta época, en todas. ¿Quién quiere saber realmente cómo actúa el poder judicial? ¿Queremos saber lo que hacen los jueces e intervenir, o preferimos seguir sin cambios?
– Y todos estos ataques, ¿Tuvieron efectos en vos durante esta investigación?
-Hay algo vinculado a las condiciones materiales de existencia que, por supuesto, afecta. Yo soy profesora de la Universidad de Buenos Aires y todos sabemos lo bajos que están los salarios. Hay mucha gente que estudió más de 15 años, con carreras muy importantes, que ya no tiene para seguir ejerciendo. Una misma, permanentemente se ve obligada a re-pensar de qué manera se va a poder seguir haciendo ciencia en Argentina y el contexto es cada vez más difícil. Los investigadores debemos tener muchos empleos, hacer un montón de clases y no nos queda mucho resto para producir conocimiento.
Este libro, por ejemplo, existe solo gracias al financiamiento de la Universidad de Buenos Aires. Hay mucho trabajo colectivo sosteniendo la posibilidad de mi investigación: que exista una universidad pública; que existan equipos de investigación; que se organicen jornadas y congresos donde pude repensar un montón de cosas. Por supuesto que es un logro individual del que me siento muy contenta, pero en un contexto como el actual me parece importante decir que esto lo sostiene una estructura que es la que se está tratando de desarmar.
-Vamos entonces al libro, que tiene mucha investigación cualitativa, pero también mucha cuantitativa; muchos datos que no son frecuentes de ver ¿Cómo es investigar al Poder Judicial?
-Tiene muchas dificultades por la opacidad que lo atraviesa. De hecho, la principal fuente con la que yo trabajo no es una fuente judicial, es el censo penitenciario, que es público y está disponible.
Me hubiera encantado tener información sobre las sentencias por año, pero eso no está. Se conoce muy poco sobre lo que hace el Poder Judicial: cuántas causas entran y cuántas salen. Y sobre el sistema de justicia nacional y federal, menos aún.
Si te metés a la página del Consejo de la Magistratura de la Nación, por ejemplo, te encontrás con algunas cámaras que tienen datos hasta 2013. Te estoy hablando de datos básicos, como cantidad de causas ingresadas. Ni siquiera podemos construir un índice de resolución, que es un indicador usado en todo el mundo.
Entonces es importante que discutamos cómo sería democratizar el Poder Judicial, sí, pero hay cosas básicas muy anteriores en las que debemos avanzar, que son las estadísticas y la transparencia básica.
Es importante que discutamos cómo sería democratizar el Poder Judicial, sí, pero hay cosas básicas muy anteriores en las que debemos avanzar, que son las estadísticas y la transparencia básica
-¿Qué datos fuiste a encontrar?
-La idea fue tratar de mover un poco la idea de que ‘la vida es el valor más alto y sagrado de todos’ para nuestro sistema judicial. Y el cuestionamiento a esta idea es algo que se corrobora a partir de los datos.
Mi libro trabaja sobre cómo los jueces modulan las penas según cada tipo de asesinato y allí hay una comparación con delitos contra la propiedad, específicamente los delitos de robo. Hay un análisis que muestra que para determinados robos las penas pueden ser similares o incluso mayores que para algunos homicidios. La pregunta es esa: ¿Qué valor tiene la vida en relación con la propiedad privada para el sistema penal?
-¿Y qué datos inesperados encontraste?
-Que en algunos asesinatos existe mayor probabilidad de las mujeres de tener penas perpetuas que los hombres. Ese número me apareció, sin ninguna intuición sobre esto porque no hay tampoco mucha literatura en la región y en la Argentina menos. No hay datos. En la literatura del sentencing, que está más desarrollada en Europa, se trabaja con la hipótesis del paternalismo judicial que dice que las sentencias son más bajas para las mujeres que para los hombres. Pero los datos me mostraron acá lo contrario. Hay determinados homicidios en donde las mujeres son más castigadas, que son los homicidios contra los hijos y las hijas.
-¿Cómo se explica esto?
-Hay un mito que atraviesa a las prácticas del Poder Judicial que es el de la maternidad patriarcal, según el cual las mujeres son absolutamente responsables del cuidado de los hijos y, por tanto, reciben un tratamiento diferencial y un castigo adicional. Hay mucha selectividad de género a la hora de hacerse responsable de los niños que sufren violencia.
-¿Pudiste ver variaciones en el tiempo en la forma que se juzgan los delitos?
-El libro es más una foto que un repaso histórico. En uno de los capítulos se habla puntualmente de las penas a mujeres que matan a sus parejas siendo víctimas de violencia de género. Allí hay cierto viraje. Algunos delitos que antes eran castigados con penas máximas, están siendo releídos de otra forma. Es imposible pensar al sistema judicial por fuera del cambio social. No es una transformación cerrada: las prácticas del judicial son sociales y cambian en el tiempo.
Hay cierta inflexión. Corrientes contra-patriarcales empiezan a transformar la forma en que se leen los asesinatos, antes ligados a la defensa del honor y en los que se usaba la figura de emoción violenta.
Hay otras cosas que son invariantes. El promedio nacional de la pena por homicidio, por ejemplo, es de 12 años. Si excluís las perpetuas, los números muestran que un 40% de los homicidios se castigaron con 9 años de prisión.
– Supongo que la variante de la clase social también es importante en las sentencias, ¿No?
-Sí, eso está muy detallado. A ver…si vos vas a una prisión, fácilmente verás que las cárceles están pobladas por varones jóvenes de sectores populares. Eso es algo mundial. El clasismo se ve en cuestiones anteriores. Todas las clases sociales cometen infracciones a la ley ¿Por qué motivo determinados delitos cometidos por personas de clases bajas son tanto más graves para el sistema judicial que otros delitos cometidos por las corporaciones? Los delitos ambientales o la fuga de capitales provocan mucho más daño social y casi no son castigados. Eso es una forma de clasismo también.
Por otro lado, existen algunos asesinatos -los que suceden entre varones jóvenes de sectores bajos- que tienen penas similares a las de algunos robos ¿Cómo explicar eso sino desde el clasismo? ¿Por qué esos asesinatos no son tan graves para los jueces? La hipótesis del libro es que para el sistema esa conducta es esperable de los varones de clase baja, de lo que se desprende la pregunta ¿Cuánto vale la vida de esos jóvenes?
Existen algunos asesinatos -los que suceden entre varones jóvenes de sectores bajos- que tienen penas similares a las de algunos robos ¿Cómo explicar eso sino desde el clasismo?
-¿Para qué esperarías que sirvieran los datos que relevaste?
-Para abrir discusiones necesarias. Porque si el sistema penal es un sistema social entonces, como cualquier otro, quienes lo habitan nunca son completamente conscientes de lo que sucede. Hay muchos datos de los que están acá que los actores del sistema desconocen. Hay una frase muy conocida de Marx, “no lo saben, pero lo hacen”. Este libro, entonces, es un buen insumo para alentar la reflexividad de los actores judiciales. De cualquier forma, es un libro de sociología que no dice qué hay que hacer, sino que entrega un diagnóstico lo más preciso posible.
Fuente: Diario con vos
Por Carlos Fuentealba