Fuente: Página 12
Autora: Karina Micheletto
Hace un tiempo que Pablo Bernasconi tuvo, junto a su pareja y sus amigos, «la ridícula idea». En lugar de descartarla como tal, avanzaron y crearon en Bariloche, donde viven, que reúne las características de una galería de arte, también atelier, lugar para presentaciones. Así llamaron justamente al bello espacio que levantaron con sus propias manos, en madera y con luminosa forma de octógono: La ridícula idea. Esta nota no contará dónde queda ese lugar donde en este momento está exponiendo su obra: «el que lo quiera encontrar, lo va a saber buscar», sonríe simplemente el ilustrador y autor. No es lo único que por estos días lo tiene ocupado. Participará del encuentro Libros y maestros, que todos los años organiza Penguin Random House en forma gratuita, junto a otros destacados colegas. Lo entusiasman también las presentaciones de sus muy recientes libros, Miedoso. Todos somos domadores de monstruos (Sudamericana) y Para mover el mundo (Fondo de Cultura Económica). Y el anuncio de que la muestra de otro de sus libros, Infinito, llegará a Buenos Aires, al Centro Cultural de la Ciencia.
–¿Por qué ese enigma alrededor de «La ridícula idea?
— No es enigma, ¡es parte de la ridícula idea! Que se mueva solo por el boca a boca, y que la gente cuando llegue tenga que averiguar dónde está, que haga ese pequeño esfuerzo por investigar. Y así nos salimos de ese bombardeo constante al que estamos acostumbrados: «Vení, comprá, tomá». El que quiera llegar, va a llegar.
–¿Cómo surgió la idea?
–El tema se nos ocurrió durante la pandemia, cuando no podíamos ni sacar la basura a la calle. Además de extrañar encontrarnos con otra gente, extrañábamos encontrarnos con la obra original. Volver a la textura de la tela, lo tangible, lo físico…
–¡El anti NFT!
–Algo así, aunque ese es un campo que me interesa investigar también. Pero bueno, en ese momento esto parecía una locura, algo descabellado. Inauguramos en noviembre y estamos viendo que no fue tan descabellada La ridícula idea.
Miedoso
Miedoso es un cuento corto, que abarca a los primeros lectores (y a todas y todos los demás), está contado con el ritmo dibujado tan propio de Pablo Bernasconi. Desde el comienzo el lector sabe que está dedicado a su hija Nina, y a «todos los profesionales de la medicina que dedican sus vidas a tratar la diabetes infantil». Tiene una cita del escritor e historietista inglés Neil Gaiman: “Los cuentos de hadas superan la realidad, no porque nos digan que los dragones existen, sino porque nos dicen que pueden ser vencidos”.
«Es un texto que escribí hace siete años, en el momento en que a Nina le disgnostican diabetes infantil, mellitus, se llama. Hay un periodo de internación en la clínica donde te enseñan todo lo que va a pasar con la vida de tu hija y la tuya, con médicos, pediatras, psicólogos. Durante ese tiempo escribí ese texto para leerle a Nina, como jugando, se lo iba leyendo. En ese momento fue algo que funcionó para nosotros», cuenta Bernasconi a Página/12.
«Debajo de la cama de Nina vive un monstruo enorme. Enormísimo», comienza el cuento. Pero resulta que cuando se empieza a conocer cómo es ese monstruo, todo es bastante delirante. «Siete años después decidí que estaba bueno volver eso un libro que hable sobre los miedos, y cómo uno puede transformarlos en otra cosa si les falta un poquito el respeto», define el ilustrador. «Por eso el libro juega con el absurdo, con el humor, hay palabras rarísimas y es un monstruo un poco ridículo. Pero a la vez cada característica del monstruo es una metáfora de algún padecimiento que sucedió realmente. Por ejemplo, es un monstruo que arroja agujas cada veinte minutos, al que solo el gustan las cosas dulces… son guiños muy cercanos a lo que vivimos», repasa.
Bernasconi habla de la Psicomagia de Alejandro Jodorowski para explicar cómo empezó a trabajar el libro: «Son como pequeños ritos inventados, que uno hace para integrar ciertas cosas que no quiere integrar a su vida, sanadores en algún punto. Te ayudan a atravesar cosas», explica. Al final del libro hay una hoja que invita al lector o la lectora a seguir el juego y dibujar su miedo, y transformarlo en otra cosa con un lápiz violeta.
–¿Y qué dijo Nina cuando vio el libro?
–¡Le encantó! Lo llevó a la escuela, lo regaló a su maestra, a sus amigos… Está chocha con su libro donde está dibujada ella, luchando contra sus miedos.
Libros y maestros
De este libro en particular Bernasconi conversará en el encuentro Libros y Maestros (que es virtual, y necesita inscripción previa), junto a la editora Amelia Macedo. De cómo hizo para encarar un libro que vincula una experiencia tan personal y difícil de atravesar, del desafío de tomar todos los recaudos para hablar de un tema delicado, pero a la vez no dejar de ser disruptivo.
«Este libro fue complejísimo de hacer, tardé muchísimo tiempo, un año y medio, que para mí es un montón. Me costó encontrar la dirección y la forma correctas. Y también tardé hasta que me animé a ponerlo en libro, siete años», se asombra al recordarlo. Los entretelones, las idas y vueltas, las dudas que se plantearon, el «back stage» de la creación de un libro (todo eso que sucede en el «mientras tanto», tal vez inimaginable para el lector que tiene ante sí el libro terminado), también será motivo de la charla.
Para mover el mundo
El otro bello libro que Bernasconi editó hace poco es Para mover el mundo: en este caso son solo palabras junto a los dibujos, que página a página van formando sentido. También hay una frase inicial, de Noam Chomsky: «No deberíamos estar buscando héroes. Deberíamos estar buscando buenas ideas».
Bernasconi define los puntos de partida como «síntomas». «Yo estaba observando cosas que pasaban en el mundo, en nuestro país, en nuestro continente. Síntomas de alarma o de optimismo. Siempre me daba vueltas una imagen o una permisa, esa frase de Arquímedes que me encanta, como fórmula metafórica: «Denme un punto de apoyo y moveré el mundo». El la usó para hablar la mecánica de la gravedad, de una de las leyes de la mecánica que descubrió. Pero yo la empecé a ver como una especie de metáfora de que las cosas las vamos a resolver entre todos, o no las resolveremos nunca. Por eso la frase de Chomsky tiene que ver con la idea de alejarme de esa cosa meritocrática, del lugar del héroe, el protagonista que nos va a salvar a todos. En mi opinión, esa es un idea equivocada».
Acotadas a las iniciales del título del libro, las palabras-premisas que Bernasconi propone Para mover el mundo abren luminosas imágenes, y solo se entienden junto a ellas: Paciencia. Abundancia. Rumbo. Ambición. «Son algunas que a mí me interesó tomar. Pero hace poco, cuando lanzamos el libro, promoví que la gente sume sus palabras. Se sumaron conceptos hermosos, importantes, necesarios para empezar a pensar cómo tratar de modificar lo que es necesario, en forma comunitaria», comenta.
Cosos y Burundís
Desde hace siete meses, Bernasconi ya no publica la columna semanal, una suerte de opinión gráfica que durante doce años tuvo en la página 2 de La Nación. «Sentar postura, dar mi opinión, es algo que sigo haciendo más allá de haber perdido ese espacio. También está bueno trabajar a más largo aliento, porque los libros tiene otra urgencia, esa cualidad de ser más pensados, menos coyunturales», reflexiona.
Hay otros libros que ha hecho últimamente Bernasconi. Está Un coso, en ese caso con texto de Santiago Craig (editorial Limonero), un libro tan osado como para incluir, entre otras cosas, un agujero en el medio.
Y también la serie Burundi (editorial Catapulta), hecha de animalitos: desde esa simpleza y el aspecto hasta naif de los personajes, Bernasconi también sienta postura sobre «síntomas» como el calentamiento global, el egoísmo, y hasta la sinrazón antivacunas. «Los animales son arquetipos de personas, los utilizo para contar diversas cosas: la lechuza es el arquetipo de un grupo de gente que está en la sintonía terraplanista y antivacunas, que niega todo lo que no conozca. Hay un conejo turquesa que es el arquetipo del que se las sabe todas, un erudito, el conejo Wikipedia. También un ciervo más solidario. Y un cocodrilo súper angurriento y egoísta que lo único que piensa es en comerse todo lo que pueda lo más rápido posible», relata.
Bernasconi habla de todo eso desde el dibujo, desde la ironía y el humor. Pero que habla, habla.