¿Por qué debería servir para algo leer novelas? Alejandra Laera y una defensa de su rol

septiembre, 2024
De Piglia a Cristoff, de Bléfari a Cabezón Cámara, la académica muestra cómo una narración propicia el entendimiento del mundo.
Además, valora la imaginación narrativa que no se dejan vencer ante las crisis económicas, sociales y medioambientales.

“La novela tiene que entrar en tensión con el mundo que vivimos”, afirma Alejandra Laera mientras sonríe y enfatiza sus ideas. Anochece en un bar del barrio porteño de Villa Crespo y responde con interés genuino las preguntas de Clarín Cultura sobre su último libro, ¿Para qué sirve leer novelas? Narrativas del presente y del capitalismo (Fondo de Cultura Económica).

Mediante un original corpus de novelas que abarcan autores contemporáneos como Ricardo Piglia, María Sonia Cristoff, Rosario Bléfari, Matilde Sánchez, Juan José Becerra y Gabriela Cabezón Cámara, entre otros, traza ejes para pensar en un sentido político y no utilitario cómo una novela puede forjar generar tensiones con el presente y propiciar el entendimiento de un mundo en constante ebullición.

A pocos metros, en otra mesa del bar, una joven lee un libro con atención. ¿Es una novela? ¿La ayuda a comprender mejor el mundo? Fabián Casas suele repetir que una técnica que te sirve para escribir debe servirte, también, para vivir. Laera, doctora en Letras por la Universidad de Buenos Aires, codirectora de la Maestría en Periodismo Narrativo en la Universidad Nacional de San Martín, planteará algo similar sobre el acto de leer. Repetirá varias veces que luego de cerrar los libros algo cambia. Ya no somos los mismos.

Su último libro, haciendo uso de un ecléctico y rico instrumental teórico, gira en torno a estos interrogantes trazando su propia cartografía y forjando una crítica cultural que se propone intervenir en los debates urgentes del presente. Al final, encuentra luz al final de un túnel aparentemente distópico resaltando los procedimientos de una imaginación narrativa que no se dejan vencer ante las crisis económicas, sociales y medioambientales que nos rodean. De eso y mucho más conversó con Clarín Cultura.

Alejandra Laera. Foto: Martín Bonetto.

Alejandra Laera. Foto: Martín Bonetto.

–¿Cómo surge el libro?

–Nace de la confluencia de dos intereses míos fuertes: el capitalismo en sus diversas inflexiones del mundo contemporáneo y la intervención. De allí mi pregunta desde la crítica cultural: ¿Qué es y para qué sirve leer novelas? Me interesaba pensar en novelas que despliegan esa imaginación sobre el capitalismo. Creo que en el caso de estas novelas donde se vincula capitalismo, narrativa y presente es un plus pero me interesa como esa imaginación narrativa desplegada puede activar ciertas prácticas. Me interesa cada vez más la relación entre la imaginación narrativa, la imaginación lectora y la activación de prácticas después de la lectura. Es decir, esa relación que habría entre la literatura y la vida pero no pensando desde el que escribe sino desde quien está leyendo. No me interesan las novelas que comentan o representan el mundo sino las que están haciendo algo con él en su composición narrativa y procedimientos. Trabajo con novelas que son bastante sofisticadas en su composición, que no hablan directamente del capitalismo. Este aparece como un telón de fondo. En todas estas novelas hay modos de lidiar con ese capitalismo. No son novelas que te muestran la claudicación ante la crisis. No vemos esos efectos tremendos que existen en el mundo que habitamos. Creo que esa es la gracia. También hablo de esa imaginación desplegada, una imaginación narrativa para lidiar con el capitalismo o para hacer otra cosa con él.

–¿Cómo entendés estas prácticas luego de cerrar los libros?

–La ficción tiene esa potencia que hace que uno no pueda disociar tan fácilmente lo que leyó de lo que vive. La novela moderna después dejó de cumplir esa función de identificación. No vamos a buscar ahí ni revelaciones sobre el mundo, compensaciones de lo que en el mundo no hay o la recuperación de una totalidad que está fragmentada. Pero hay identificaciones momentáneas, pequeñas. Que no es que uno quiera hacer lo mismo, porque tampoco uno podría hacerlo. Pero hay algo que se dispara, que se activa y que creo que opera cuando cerramos los libros y que activa cierto tipo de prácticas pequeñas, por ahí no grandes, pero que son de resistencia, que funcionan como otro modo de relacionarse entre especies y con el mundo también. De algún modo respondería la pregunta ¿Para qué sirve leer novelas? Además de entretenernos, gustarnos, hacernos pensar o lo que fuere.

–¿Una novela facilita la comprensión del mundo?

–Yo diría que propicia. Por eso me interesan novelas con una composición fuerte, jugada a los procedimientos. No lo hacen directamente. No son explicativas. Uy, hay trabajos precarios…ya sabemos.

–Respecto a eso, cuando analizás Alta rotación de Laura Meradi, no te detenés en su condición de mujer experimentando eso sino en que le miente a sus compañeras, qué pasa con ese engaño y la culpa que siente.

–Exacto. Me interesa la narrativa que entra en tensión con un mundo en crisis y conflictivo, que hacen una composición narrativa para entrar en tensión con el mundo y eso lo hacen a partir de ciertos procedimientos. Por otro lado, no me interesa una crítica cultural que sea ni un comentario del mundo, que otras disciplinas lo puedan hacer mejor, o decir lo mismo que dicen las novelas de una manera más aburrida.

Alejandra Laera. Foto: Martín Bonetto.

Alejandra Laera. Foto: Martín Bonetto.

–Claro, una descripción.

–O una glosa teórica. Yo no hago sociología. Por eso ¿Para qué sirve leer novelas? Me interesa recuperar el sentido de la crítica que ha quedado muy absorbido por las propias narrativas y por un cambio en el lugar de la literatura y la crítica en este momento. Creo que hay que recuperar ese espacio. Así como hay una potencia de la ficción que yo defiendo, creo que hay una potencia de la crítica. Para que esa potencia de la crítica surja tiene que decir algo propio, diferente, con su lenguaje. Que no es cerrado ni incomprensible.

–En el libro mencionas esto varias veces y, además, entrecruzas lecturas académicas con ensayísticas y literarias. ¿Te interesan estos cruces?

–Por supuesto, por eso no hablo de crítica literaria sino de crítica cultural. Un sentido amplio, no adorniano tampoco. Tal vez por mi formación, donde se mezclan, David Viñas, Ricardo Piglia, Beatriz Sarlo, Josefina Ludmer. Eso es lo que está en mi, esa mezcla. Me interesa mucho entrar y salir de la teoría, de las novelas y, entonces, armar la crítica. Hago un uso bastante ecléctico de la teoría. Armo mi propio paquete teórico que, puesto en este relato crítico que estoy haciendo, tiene un sentido.

–Es interesante el apartado sobre el dinero –donde analizás trabajos de Piglia, Alan Pauls y Rosario Bléfari– y de algún modo resuena a un trabajo previo tuyo (Ficciones del dinero. Argentina 1890-2001). Muchas veces existe hasta cierto pudor en el ámbito cultural al hablar sobre dinero. ¿Coincidís?

–Sí. Creo que quiero dejar un poco el tema. Piglia siempre fue un tipo muy interesado en la cuestión del dinero. Es muy poco frecuente esa relación, por lo menos en la literatura argentina, por ahí en otras es distinto, en el siglo XIX de otras literaturas es diferente.

–Es interesante el análisis que hacés sobre Rosario Bléfari como escritora, ya que se la suele reivindicar más como música o actriz, sobre su Diario del dinero (Mansalva, 2020).

–Es interesante que ella no sé limita a hacer un diario del dinero. Ahí es donde digo que aparece lo compositivo. Aparecen diferentes temporalidades porque así es la locura económica de la Argentina alrededor del dinero. Ese procedimiento va muy en sintonía con eso. Es un diario psicótico como la realidad económica que vivimos en general, más allá de mejores o peores momentos. Pero no es un capricho, no es un juego. No se trata de jugar y cambiar, no sé, poner 1994 después del 2010 porque sí. Tiene un sentido. Entonces, insisto, pienso de qué manera, con qué recursos dan cuenta de una historia cuyo telón de fondo es el capitalismo aunque no se lo diga. ¿Por qué? Porque eso es lo que altera las tramas de las novelas y las vidas de sus protagonistas.

–Antes mencionabas tu manera de entender la crítica cultural. ¿Hoy la encontrás en ciertos espacios?

–La encuentro poco. Las redes cambiaron por completo la lógica de circulación de opiniones, lecturas y producción. Me parece que se impone otro tipo de lógica. Sí es la de la intervención, es por lo general esperada o consensual. En ese mundo de la opinión que se generó en las redes hay poca disrupción. Este es un momento, en cuanto a la opinión, bastante autocomplaciente. Esos espacios no están pero no lo digo con nostalgia. Al perderse eso uno se pregunta: ¿Cuáles son las voces autorizadas? ¿Quién autoriza? ¿Qué te autoriza? ¿Una plataforma? ¿Una acumulación de corazones? Eso que te va autorizando, te va legitimando.

–Otro aspecto interesante del libro es cuando analizás la novela El desperdicio de Matilde Sánchez y te detenés en la cuestión del anti-desperdicio, en su trabajo periodístico que se cuela en la ficción. ¿Te pareció interesante eso para ilustrar otra cosa?

–Sí, porque me interesa trabajar las condiciones de la enunciación y de la producción que están inscriptas en el propio texto. Me gustan mucho ese tipo de textos. Me encanta esa novela. También allí analizo El escritor comido de Sergio Bizzio y El artista más grande del mundo de Juan José Becerra. Por eso también la idea de empezar con textos que son más como el de Piglia, que es un diario ficcionalizado. Tiene que estar ahí hasta llegar al desmadre total que es la novela de Cabezón Cámara (Las aventuras de la China Iron) que, altera algo que ya existe y fue creado como ficción, que es el Martín Fierro. Por eso empecé con los diarios, un texto documental pero ficcionalizado y llego a esta otra novela que hace ficción de la ficción.

–Mencionabas a Piglia y es un gesto muy de su modo de leer el buscar las marcas de la producción en el texto, pienso en el uso de Rodolfo Walsh del grabador en su seminario Las tres vanguardias

–Todo Piglia, también sobre Arlt. Es su manera de pensar y de leer. En los diarios se ve muchísimo su trabajo y esa relación entre literatura y vida. Todo el tiempo habla de lo que leyó, lo que vivió, cómo sale y entra. De algún modo es un guiño a lo que estoy planteando en relación a ¿Para qué sirve las novelas? No es una pregunta utilitaria, es una pregunta para mí política.

–En relación a literatura y vida pienso en otro texto de Piglia: “Rastros de lectura”, sobre Ernesto “Che” Guevara. Antes hablábamos de la distopía y muchas veces circulan mensajes muy pesimistas. Es interesante hacerse esa pregunta por el futuro desde la literatura

–Por eso insisto en que el foco no está puesto en los que leen sino en las novelas. Qué pueden propiciar ciertas novelas en quienes leen. Parece sutil pero es importante. La crítica ha hablado mucho de la relación entre literatura y vida: el giro autobiográfico, la autoficción. Eso que uno ve, que hacen los textos, ¿a uno, como lector, no le funciona esa relación? Que es, a la vez, lector común y crítico. ¿Sólo es algo que comentás, describís y no te toca? Por eso hablo mucho de la politicidad de la literatura y de la crítica como ese modo de leer que extrae la politicidad de los textos. No que repite lo político que dicen los textos sino que potencia esa politicidad.

 

Alejandra Laera básico

Alejandra Laera. Foto: Martín Bonetto.

Alejandra Laera. Foto: Martín Bonetto.

  • Es doctora en letras por la Universidad de Buenos Aires (UBA), profesora titular de literatura argentina en la misma universidad y directora del Instituto de Literatura Argentina “Ricardo Rojas”. Es investigadora principal del Conicet y codirectora de la maestría en periodismo narrativo de la Universidad Nacional de San Martín.
  • Es autora del ensayo Húmeda, susurrada, afectiva, creativa. Otra imaginación territorial para la Argentina contemporánea (2022), y ha publicado numerosos artículos y ensayos en revistas especializadas y volúmenes colectivos. Fue directora de El brote de los géneros (2010), tercer tomo de la Historia crítica de la literatura argentina, y realizó la antología de literatura y arte Una historia de la imaginación en la Argentina (2019). Fue también coeditora de varias compilaciones.
  • El Fondo de Cultura Económica ha publicado sus libros El tiempo vacío de la ficción. Las novelas argentinas de Eduardo Gutiérrez y Eugenio Cambaceres (2004), y Ficciones del dinero. Argentina, 1890-2001 (2014); y varias antologías.

Fuente: Clarín
Por Pablo Díaz Marenghi

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