Fuente: Télam
Por: Julieta Grosso
Con una prosa que pone a narrar acontecimientos desde los gestos y la corporalidad de los personajes, la escritora Raquel Robles indaga en su novela «La última lectora» sobre los modos en que la experiencia del dolor impacta sobre la escritura a partir del naufragio emocional de una mujer que afronta, en una sincronía fatal, la saciedad de su deseo con la muerte de un niño al que ha intentado proteger.
Sobre la cartografía articulada en torno a la idea de pérdidas y derrotas que impregna casi todas las novelas de Robles asoma ahora este texto embebido en la misma escena dramática que dio lugar a «Papá ha muerto» y «Hasta que mueras», un corpus que intercepta un momento oscuro de su biografía -la muerte de su hermana y el fin de una relación que sombreó su autoestima- y que en «La última lectora» se disimula en una trama donde la anécdota es enunciada secamente para dar paso a una operación de pesquisa sobre el lenguaje y el cuerpo, que aparece como receptáculo del placer, la muerte, la violencia o el dolor.
Así, en este texto recién editado por el Fondo de Cultura Económica la escritora deja ver las marcas de su identidad sin que se confundan con las de su biografía y plantea una historia centrada en una mujer que se siente responsable por la muerte de un chico, al que ha intentado desviar de una trama de desgarro y marginalidad. Asume como propia la imposibilidad institucional para rescatarlo y se deja castigar en la calle por una patota tan a la deriva como aquel joven que ha decidido interrumpir su vida.
Robles, que también ha dirigido institutos para menores en conflicto, se interna en la procesión interminable de esta protagonista que decide establecer una frontera tajante entre vivir y sobrevivir -a diferencia del hombre con el que comparte esa noche fatal- acaso porque la martilla la culpa de saberse en pleno clímax sexual mientras tiene lugar la tragedia. En ese punto, la novela instala una dimensión punitiva del deseo que cataliza una lectura de la narrativa religiosa y dialoga más secretamente con la criminalización del goce que se coló en los debates por la legalización del aborto.
«Una bomba estalló en el centro de mi escritura. Dejé de creer en casi todo y también en mí. Nada del otro mundo, historias así suceden a diario. La cosa es que una bomba estalló en el centro de mi escritura y esta novela quedó destrozada», confiesa Robles al filo del libro. No hay más datos acerca de cómo esa estampida devino reconstrucción pero hay indicios de que la autora, militante histórica de la agrupación H.I.J.O.S, recobró el impulso para seguir apostando a la narración de historias.
«La lectura o la escritura le dan la posibilidad al mundo de ser otro en la realidad, porque muchas veces las escrituras anticipan mundos posibles. Para que el mundo sea otro tiene que haber sido imaginado de esa otra manera. Y no hablo de ciencia ficción sino de ordenar acontecimientos de una determinada manera diferente a otras narrativas», asegura en entrevista con Télam.
– Télam: La muerte y la pérdida se filtran de manera recurrente en tu libros, desde «Pequeños combatientes» a «Perder» o «Hasta que mueras» ¿De qué manera se inserta este nuevo texto en esa genealogía silenciosa?
– Raquel Robles: Es cierto que en todos mis libros, planteándolos como una genealogía, hay pérdidas, inclusive en «La dieta de las malas noticias». De hecho, el primer libro que publiqué se llama «Perder». Desde que empecé a escribir hasta determinado momento me interesaron mucho las historias de pérdidas y en algún momento del tiempo que ya llevo escribiendo me interesó ver cómo esas pérdidas impactaban en la lengua, en la forma de pensar el mundo, en las formas de decir.
En este libro hice el intento de mostrar desde el modo en que está organizado el lenguaje, pero no solamente con la sintaxis, sino en la forma en que se organizan los gestos y las omisiones para mostrar esas pérdidas, esas tragedias, Mi biografía tiene algunas pérdidas fundamentales y tiene también muchas ganancias. Creo que se cuela por ahí no en las anécdotas o en las cosas que se cuentan sino en el modo en que los protagonistas y las protagonistas se sobreponen a esas pérdidas por vía de una serie de actos voluntarios que ponen el cuerpo en un lugar donde no quiere estar para que después el alma vaya llegando a habitar ese cuerpo cuando el dolor es mucho.
– T.: La muerte se vincula en una misma secuencia con el deseo y el amor, aunque estas dos instancias quedan atrapadas en la onda expansiva del dolor que sumerge a la protagonista ¿Cómo se resignfica esta imbricación entre placer y culpa que ha dejado marcas tan fuertes en la tradición judeocristiana?
-R.R.: Lo que me interesa del relato bíblico es la idea del placer y la culpa vinculados a cumplir una misión que trasciende el marco de la vida propia. El placer en el cumplimiento de esa ambición, la culpa que aparece cuando se fracasa y la idea de hacer con el propio fracaso un hito que permita a otros y a otras en algún momento triunfar, que es un poco la historia de Jesucristo, la del Che Guevara y la de mi familia también (risas). Después, me parece que hay cosas que están ahí también y que tiene que ver con el patriarcado, con la penalización del aborto en el sentido de penalizar las consecuencias de haber gozado. Y eso me parece que está un poco colado, en el sentido de que no fue mi intención, pero sí hay una noche de sexo que en el relato de esta protagonista se paga con la muerte.
– T.: El espectro de pulsiones, arrebatos o emociones se narra a través de un registro corporal que es acompañado a su vez por un repertorio gestual ¿Por qué decidiste poner el acento sobre este aspecto?
– R.R.: Aquí retomo la intención de que la literatura muestre -y no cuente- cómo se siente un personaje. La idea es que se muestre cómo es habitar ese momento y ese lugar que se narra por la vía de los gestos. Eso se vincula con mis lecturas de Kafka y Marguerite Duras que son un maestro y una maestra en relación a que los gestos y las imágenes cuenten -inclusive las vinculadas a los objetos- cómo los personajes están viviendo ese momento y la complejidad de esos sentimientos.
– T.: «La lectura se opone a un mundo hostil, como los restos o los recuerdos de otra vida», dice el narrador. ¿Se plantea como un punto de fuga, genera un distanciamiento de lo real que nos pone a salvo de esa hostilidad?
– R.R.: Retomo esa idea de Piglia acerca de que es muy natural leer en los personajes de Hemingway un montón de discusiones respecto de la pesca o el box, o leer «Moby Dick» y ver que los personajes conversan sobre cómo es técnicamente mejor cazar una ballena. Y si los personajes son escritores de qué otra cosa van a hablar si no es de libros. Los de mi libro no son escritores pero sí son lectores y lectoras. Me interesaba no tanto poner sobre la mesa pensamientos críticos sino mostrar cómo es el pensamiento de alguien que tiene una lectura enferma, en el sentido de que la lectura conduce a significar todos los hechos de la vida cotidiana y a su vez esos hechos disparan lecturas. Entonces ¿cómo piensa un personaje que está atravesando todo esto? Piensa con libros.
De hecho, como este libro no tiene marcas como comillas o itálicas, etc … muchas veces los textuales están metaformoseados con el pensamiento de la protagonista. Intenté que ella pensara con libros y por eso hay tantos textos que pueden vincularse con la crítica en el sentido de pensar no tanto qué dicen los libros sino cómo se hicieron. Para mí tiene que ver con este personaje y con cómo está viviendo estas circunstancias y las cosas que elige -si es que en la tragedia se puede elegir- para sobrevivir.
Contrariamente a este personaje o al de «Perder», no creo que la lectura te salve de la hostilidad en el sentido clásico de la evasión. Lo que me parece es que la lectura te permite significar lo que estás viviendo y a su vez colocar lo que estás sintiendo en secuencia o en serie con un montón de otras y otros que sintieron cosas parecidas o con las que te identificás, o que nombran lo que sentís de un modo que vos no podías haber nombrado. La realidad son una serie de narrativas que le ganan a otras narrativas. Me parece que la literatura no te salva de la hostilidad en el sentido de la mugre del mundo. De lo que te salva es de la hostilidad de sentirte extranjera en este mundo, de la pérdida de sentido que implica la hostilidad.
– T.: Tras una experiencia que la shockea, la protagonista entabla con el mundo una relación de supervivencia en la que se lee un renunciamiento. ¿Esta disquisición entre vivir y sobrevivir se puede considerar una elección consciente? ¿Hay acaso alguna forma de goce subterráneo en este posicionamiento que coloca a la protagonista en situación de derrota?
– R.R.: El personaje goza en un sentido psicoanalítico, es decir, goza un poco su circunstancia pero en el sentido de no poder hacer otra cosa, de quedarse con los gestos mínimos de la supervivencia y renunciar a esos otros gestos que están, como dice María Zambrano, «prometidos a un futuro incomensurable». Entonces no creo que sea una elección consciente aunque relativamente producto de una cierta voluntad. Es difícil decir esto de si el pasado queda fosilizado y entonces ella representa la fosilización del pasado y él la posibilidad de poner en movimiento ese pasado. Creo que los dos representan diferentes modos de entender el amor. Lo romántico entendido como única posibilidad del amor y el amor entendido como la idea de pérdida que implica el amor, de dar y darse en lo que se puede, en lo que se desea. Ella tiene un deseo que va por otro lado, es un deseo diferente al del amor romántico. No sé si son dos posiciones antagónicas pero sí están antagonizadas en ese relato y no se pueden juntar y en la imposibilidad de juntarse esas dos formas del amor, ella se queda con una forma y él se queda con otra.
– T.: Decís que una bomba estalló en el centro de tu escritura y que dejaste de creer en todo y que eso proceso también implosionó sobre la novela ¿La escritura fue al mismo tiempo el disparador de la crisis y el recurso que te permitió volver a establecer lazos con el mundo?
– R.R.: La escritura fue posibilitando mi propia supervivencia y a su vez mi superviviencia fue habilitando la posibilidad de otras escrituras. Y por otra parte, la crítica a esta novela la sitúa como un cierto final de un vínculo que yo tenía en el que entre otras cosas compartíamos la escritura. Los finales siempre hacen serie con un montón de acontecimientos, inclusive con el principio, y a mí me hizo serie este final, esa crítica lapidaria y esa incomprensión absoluta hacia lo que yo estaba escribiendo. Eso hizo serie con otras incomprensiones, otras críticas lapidarias y otras lapidaciones. Pero en ese momento produjo un efecto mortífero en la vida cotidiana y en la imposibilidad de producir. Me fui levantando de ese tortazo que me dio la vida que tuvo que ver con ese vínculo y con la muerte de hermana en el 2017. Esa muerte fue el tiro de gracia de una serie de pérdidas familiares y salí de ese pozo pegándome patadas en el culo a mí misma y proponiéndome actos de voluntad delirantes, como la protagonista del libro, No esos mismos actos delirantes pero sí con la misma energía loca o la misma tónica de la fuerza de voluntad -y de análisis, de sanarme por otras vías- , de sacarme de los pelos. Parafraseando a mi analista, ella me dijo que cada persona se angustia con lo que es y con lo que tiene y yo me angustié produciendo. Esta novela fue protagonista del final no solo de un vínculo sino de un modo de vivir y de entender el mundo y también fue el puntapié inicial para volver a vivir y entender el mundo de otra manera.