Alguna vez rotunda como una onomatopeya, la historieta argentina continúa cada tanto dispersando su eco en el formato de la reedición. La vuelta a un presente que no ha cambiado tanto permite apreciar talentos, ocurrencias y matices desplazados de nombres que dejaron su pulso atado al noveno arte y que todavía brillan frescos en su tinta.
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Caos urbano
Otros escenarios de la permanencia se dan cita en Hot L.A. y en Ficcionario, cómics esenciales del cordobés Horacio Altuna (1941) que el Fondo de Cultura Económica acaba de recobrar en ediciones cuidadas. Por más que uno se sitúe en una realidad histórica concreta y el otro en un régimen totalitario de ciencia ficción, en ambos es posible seguir las derivas morales de protagonistas intrépidos por sobre un trasfondo de decadencia y alienación urbanas.
En el primero, cuatro episodios confluyen en los severos disturbios de Los Ángeles de 1992, entre saqueos, asaltos y peleas violentas entre bandas donde el racismo se revela en todo su intolerante espesor. La raza afroamericana es mayoría en estos segmentos, donde también hay coreanos, chicanos y blancos que defienden su territorio siempre con la propiedad privada como motivo de encono irreparable.
“¡Yo quiero lo que me ofrecen en la tele, güey!”, dice uno de los chicos con armas de estas fábulas agridulces, fatalmente idénticas a la realidad en el dibujo documentado de Altuna. El historietista en efecto retrata de lejos las colinas de Hollywood para contrastar el devenir angelino real con aquel espectacular que ocurre en las películas, aunque no sería inoportuno reconocer la deuda de sus planos cinéticos con el lenguaje del cine clásico.
Publicada originalmente a comienzos de la década de 1980, Ficcionario es probablemente la obra más conocida de Altuna y la primera que este encaró en carácter de autor integral, después de haber colaborado con el guionista Carlos Trillo en hitos como El loco Chávez y Las puertitas del Sr. López, y de haber dejado la Argentina por su actual hogar en Sitges (España).
Con un aire afín a Blade Runner o a las distopías de Terry Gilliam, las nueve narraciones que componen el volumen concentran sus peripecias en el migrante latino Beto Benedetti, que detenta con sus tupidos bigotes los últimos visos de humanidad picaresca en una metrópolis policial saturada de nihilismo. La asfixia de la dictadura militar se respira en esta saga al mismo tiempo profética en sus clones, tarjetas de acceso, tecnologías de control, tranquilizantes y biordenadores que indican la rutina, y en donde el erotismo destella a la vez como refugio clandestino y descarga colectiva.
“Si no sirvo para consumir… no sirvo para nada”, reconoce uno de los personajes desahuciados de este universo que es reflejo del nuestro. Sería arriesgado encontrar un equivalente entre los bigotes de Benedetti y los de Pereyra, tan disímiles en sus géneros e idiosincrasias, pero sin duda que estos íconos comparten la inquebrantable y plebeya rebeldía de una historieta argentina que supo hacer de los márgenes un lugar sin tiempo.
Fuente: La Voz
Por Javier Mattio