En “Los días sin fecha”, incluidos en el tercer tomo de Los diarios de Emilio Renzi (2017), Ricardo Piglia observaba el estado de la crítica literaria. El cuentista nacido en Adrogué no encontraba en el mapa de las últimas décadas los fulgores que envolvieron las obras de Yuri Tiniánov, Franco Fortini o Edmund Wilson. De aquella tradición, que había ocupado un lugar reconocible en los debates públicos, quedaban escombros, restos que viajaban en hojas amarillentas. “Los mejores –y más influyentes– lectores actuales son historiadores como Carlo Ginzburg, Robert Darnton, François Hartog o Roger Chartier. La lectura de los textos pasó a ser asunto del pasado o del estudio del pasado”, anotó el narrador.
Carlo Ginzburg, por su parte, continúa el dialogo con Piglia y comenta en su libro más reciente que “La vida del lector está llena de sorpresas”. No es una casualidad que la lectura aparezca pronto, abriendo el ensayo inicial de Aún aprendo. Cuatro experimentos de filología retrospectiva. Una de las formas de transitar estos textos es acompañar al autor en sus digresiones y reflexiones sobre la lectura. En cada uno de los cuatro capítulos que forman el volumen se pueden hallar pequeñas fracciones, que van armando la imagen de una biblioteca posible. La felicidad de los hallazgos imprevistos, los consejos de los maestros, el recuerdo de los libros de la niñez: un lector, se sabe, está hecho no solo por los títulos prestigiosos que se pronuncian en voz alta, sino también por cientos de páginas olvidadas y por la obra de autores que no alcanzaron los privilegios del reconocimiento.
En este sentido, en el segundo capítulo, agrega: “La lectura se configura siempre como una serie de cajas chinas. Quien ha aprendido a leer no lee jamás un solo libro. A través de un libro, se leen simultáneamente muchos otros, de manera directa o indirecta. Y no solo eso: mientras se lee un libro, se recuerda contemporáneamente, de un modo consciente o inconsciente, muchos otros”. La lectura como plataforma de despegue, como red de conexiones que pasa por alto los límites que catalogan a las profesiones.
El historiador italiano pertenece a una constelación de intelectuales europeos que observó con reparos el avance de la hiperespecialización en los distintos campos del conocimiento. Su método de investigación, en cambio, incorporó desde sus primeros trabajos, las amplias herramientas de las ciencias humanas y sociales (antropología, lingüística, filosofía). Su mirada panorámica continúa siendo el instrumento que Ginzburg forjó para acercarse a sus piezas de estudio, ampliándolas para observar sus pormenores. Luego de un primer capítulo sobre los alcances de su oficio (“Esquemas, preconceptos y experimentos doble ciego. Reflexiones de un historiador”), que relaciona los saberes de la medicina, la psicología y el derecho, pasa a uno más retrospectivo, “Los benandanti. Cincuenta años después”. Regresar a su primer libro le permite al historiador tornar extrañas las circunstancias de la gestación de su obra. Este procedimiento autobiográfico, de autoanálisis, coexiste con razones metodológicas y prácticas que habilita la relectura de Los benandanti. Brujería y cultos agrarios entre los siglos XVI y XVII (1966).
El tercer capítulo fue antes el posfacio de la nueva edición de Historia nocturna. Un desciframiento del aquelarre (1989). La “recepción combatida” del volumen abrirá canales que, como en el capítulo anterior, conducirán a zonas inexploradas, que se conectan con las habitadas por sus benandati. El turinés llamará la atención sobre las motivaciones inconscientes en la elección de temas por parte de sus colegas: qué hay delante o detrás de las sombras de los monumentos elegidos para el estudio, sería la esquiva pregunta. No desconocer la propia historia es una forma de dialogar con las voces que los archivos guarecen. “Usaré la reflexión autobiográfica como un medio, no como un fin. El fin es la esterilización de los instrumentos de análisis”, afirma en esta tercera parte, pero la frase bien podría emplearse para las demás, porque rememorar fechas y lugares para el autor tiene menos de celebración nostálgica que de lucida indagación ensayística.
La última parte del libro está dedicada a uno de sus últimos trabajos, Mondimanco. Machiavelli, Pascal (2018). Aquí se detiene en lo que significa construir un caso para el investigador. Entre Conan Doyle y Freud emerge un derrotero que le sirve para indagar sobre los límites de la cultura: “Tiempo atrás me di cuenta de que la norma no puede pronosticar todas las anomalías, mientras que cada anomalía por definición implica la norma. De aquí la riqueza cognitiva de las anomalías, que no se confunden con su idolatría ideológica”, escribe el historiador, mientras apunta sus dardos a Foucault. Aunque compuesto por textos de ocasión, Aún aprendo no debe incluirse entre los títulos que las editoriales conceden a catedráticos famosos y agotados.
Un impreciso género académico ampara textos que empiezan a circular en congresos y homenajes, luego pasan por el filtro de alguna revista universitaria para terminar después en un volumen redundante, junto a otros textos similares. Al contrario, en manos como las del autor de Ojazos de madera (1998), esta clase de intervenciones son la excusa para un nuevo desplazamiento, para un rastreo inesperado. Asimismo, en esta oportunidad, el encargado de editar, anotar y traducir los Cuatro experimentos de filología retrospectiva, Rafael Gaune Corradi, supo hilvanar los discursos abiertos, más allá de alguna nota al pie innecesaria.
Finalmente, la recopilación incluye entre sus páginas la evocación de una reveladora jornada, durante la década del
‘50, que puede servir para retratar una parte de la trayectoria de Ginzburg. El episodio comienza, por supuesto, en una biblioteca. El día otoñal brilla en Pisa mientras un estudiante mira concentrado un estante de vidrio. En ese momento se da cuenta de tres cosas: buscará aprender el oficio de historiador; investigará la brujería, y se concentrará más en las víctimas que en la persecución religiosa. Aprender el oficio fue primordial, sin embargo, todo puede relacionarse en el que persigue la sabiduría más que el conocimiento. Aprender que nada se sabe –como en el dibujo de Goya– puede llevar toda la vida.
Fuente: Todo es Historia
Por Marcos Vidable