Fuente: La Nacion
Autor: Marcelo Sabatino
La literatura latinoamericana del siglo pasado es una cantera inagotable. De México –patria del lacónico Juan Rulfo–, llegó el año último en edición argentina El libro vacío, inclasificable novela de Josefina Vicens. Ahora (también por el FCE) se conocen los Cuentos reunidos, de Amparo Dávila (1928-2020), autora que se inició en la poesía, pero a partir de Tiempo destrozado (1959) enhebró una obra narrativa concentrada. Música concreta (1961), Árboles petrificados (1977) y el hasta aquí inédito Con los ojos abiertos (2008) completan el tomo.
Dávila fue amiga de Julio Cortázar, que, además de compartir la fascinación por los gatos, tal vez sintiera cercana la obra de la mexicana, menos fantástica que enrarecida. “El encuentro” está dedicado al argentino y a su primera mujer, Aurora Bernárdez. Los extrañados cuentos de Dávila se detienen en los estados alterados y en esa sensación –en los umbrales del terror– en los que algo parece a punto de suceder. Lleva también la marca de la asfixiante cotidianidad femenina, que encontraba en la literatura un reparo y una salida. Un solo ejemplo: en “Alta cocina” se habla en el recuerdo de seres a los que se cocinaba. Ya en la olla, “cuando el agua se iba calentando empezaban a chillar, a chillar… Chillaban a veces como niños recién nacidos, como ratones aplastados, como murciélagos, como gatos estrangulados, como mujeres histéricas…” ¿Qué son esos seres no descriptos? No siempre los cuentos de Dávila son así de tenebrosos, pero en la indeterminación está siempre su equilibrio.