A finales del siglo XIX, comenzó en Argentina un proceso de medicalización que se gestó en los marcos de un Estado Nacional en formación y que fue concebido como parte de la tan ansiada modernización. Sin embargo, la consolidación de la medicina diplomada no fue el único espacio existente, por el contrario, hubo otros destinados a instituir otras habilidades curativas que resultaron ser alternativas y a veces complementarias a ella, que además gozaron de gran popularidad. Precisamente un espacio donde sanadores, parteras, curanderos y médicas otorgaron una fisonomía propia a las artes de curar en la Argentina moderna y que son objeto de análisis en los catorce capítulos del libro compilado por Diego Armus.
El caso de “Juan Pablo Quinteros, un espiritista en Santa Fe a fines del siglo XIX”, perseguido y demandado por el Consejo de Higiene de esa provincia, pero defendido judicialmente por un reconocido personaje de la elite provincial pues entendía que se trataba de un curandero de alta estima en la comunidad, pone sobre el tapete que el espiritismo era transversal a distintas capas sociales, hecho que endureció la disputa con la medicina diplomada. Son varios los tópicos abordados, mediante los cuales se pinta un cuadro policromático a la hora de interpretar las formas de curar a fines del siglo XIX y un interés por parte de los médicos de transformarlo rápidamente. Debe destacarse el rescate de ciertas voces que realiza el autor, José Ignacio Alevi: la de los vecinos, quienes aseguraban que Quinteros curaba a los enfermos que la ciencia médica había desahuciado.
Pero esa historia de médicos versus curanderos, esconde grises donde los contactos fueron más frecuentes que lo que los discursos oficiales reconocían. De hecho, en “Teresita y Ana: el empacho, los médicos y las curadoras entre los siglos XIX y XX”, escrito por María Silvia Di Liscia, se pone el acento en cierto reconocimiento por parte de los profesionales sobre los saberes de los curanderos entorno a uno de los males cotidiano como era el empacho. Teresita del barrio de Balvanera es la protagonista, una curandera a quien acudía gran cantidad de personas en busca de solucionar sus dolencias a fines del siglo XIX. Historia que se ensambla con la de Ana una curadora de principios de la actual centuria, lo que demuestra la perdurabilidad de ciertas prácticas populares, que no fueron erradicadas ni siquiera con la aparición de las vacunas, los aparatos de rayos X, los antibióticos ni otros logros de la medicina. Pero el gran aporte del capítulo es que mediante una mirada de larga duración expone una situación que ha sido recurrente como es que los médicos accedían (por curiosidad o complacencia con las demandas de familias o enfermos) a que sus pacientes fueran atendidos por los llamados “charlatanes”, mostrando la existencia de puentes con la medicina popular.
A esta altura el libro se vuelve cada vez más interesante, puesto que esa polifonía en el arte de curar cobra intensidad. Al espiritismo y curanderismo se suman los hipnotizadores. Mauro Vallejo, mediante la figura de Alberto Díaz de la Quintana, un hipnotizador, inventor y publicista que actuó en Buenos Aires a fines del siglo XIX, señala lo popular que era el hipnotismo por esos días, pero también las miradas de los galenos argentinos sobre este médico extranjero a quien lo visualizaban como “la cruza malsana entre un aventurero y un sanador de credenciales dudosas”.
El interior argentino es dueño de ricas historias regionales. Cruzado por la historia nacional, pero conservando particularidades propias del federalismo en el cual crecieron, provoca que la historia de la salud y la enfermedad también cuente con actores y procesos que la cargan de singularidades, de allí que libro pondera diferentes contextos.
Los apartados 4 y 5, avanzan hacia los primeros años del siglo XX y narran dos historias diferentes. Una transcurre alejada de la gran capital, Mirta Fleitas con los “Curanderos de Jujuy en la primera mitad del siglo XX” traza un panorama menos dicotómico del que existía en las grandes urbes. Muestra cuan notorios eran estos personajes y la convivencia con el poder político. Un hecho puntual como fue la expulsión de uno de ellos y la movilización popular que esto generó sirven de puntapié para abordar un abanico de problemas. Hombres, mujeres y niños marcharon a la sede de las autoridades gubernamentales al grito de ¡Queremos a Mano Santa! Reclamo que fue acompañado con un principio de linchamiento al médico responsable del Consejo de Higiene que había procedido (mediante acción policial) a solicitar el alejamiento de Vicente Díaz. La pregunta que a continuación la autora realiza articula el resto de la narración: ¿Qué había provocado la masiva reacción de los jujeños, en defensa de este hombre que realizaba la imposición de manos para sanar? Múltiples factores explican el apoyo generalizado al conocido Mano Santa y es en esa complejidad que radica lo atractivo del trabajo, pues desde la escasez de médicos, hasta las tradiciones propias de la región otorgan sentido al hecho y sirve a su vez para explicar el contexto sanitario y las prácticas que se desplegaron en él.
Por su parte María Dolores Rivero y Paula Sedrán se centran en la figura de Fernando Asuero, un trigeminador milagroso de la década de 1930. Médico de profesión, vasco de procedencia, y dueño de una práctica médica que no gozaba de reconocimiento por la medicina formal. De esa manera, construyó su prestigio en esa frontera que el texto entiende como híbridos. Aplicaba una técnica que hizo que sus pacientes popularizaran su figura. Se decía que no curaba todo, pero “casi todo”, lo que lo hizo objeto de polémicas que pendulaban entre lo misterioso y grandioso de su método.
Diego Armus con el capítulo “Jesús Pueyo, el moderno Pasteur argentino, y su vacuna contra la tuberculosis” nos lleva a la Buenos Aires de mediados del siglo XX, donde las terapias antituberculosas ofrecidas por la biomedicina eran variadas y de dudosa efectividad. En ese sentido y frente a la incertidumbre se detiene en uno de los experimentos surgido en el ámbito científico pero que fue rechazado por el establishment médico lo que ubicó a su creador en ese difuso campo de los “charlatanes”. A esta altura de la obra resulta claro que el calificativo de «curandero o charlatán”, parece haber sido usado de modo muy discrecional por el mundo de los profesionales de la medicina contribuyendo de esta manera a tornar más policromática esa zona gris donde terminaron aglutinadas las prácticas no reconocidas por los galenos representantes de la medicina oficial.
Pero en tanto eran prácticas medicinales de índole popular en otros espacios ajenos al de la biomedicina se hablaba de ellas. El cine no estuvo exento, más aún cuando desde los años cuarenta se consolidó la industria cinematográfica y figuras locales como Carlos Gardel o Libertad Lamarque llegaban a las grandes marquesinas. Pero también fue el momento en que comenzó a expresarse una corriente de cine social y político que denunciaba los males padecidos por los sectores obreros y campesinos. Es en ese contexto que Juan Bubello en el sexto capítulo titulado “Critica, burla y ridiculización de los sanadores populares en el cine argentino de mediados del siglo XX: El Hermano José y El Curandero” analiza dos películas una estrenada en 1941 y otra en 1955 donde predomina una visión crítica y burlesca de quienes actuaban en los márgenes de la medicina oficial. Se los presentaba como la cara oscura y engañosa, frente a los profesionales médicos a quienes se los presenta como dueños de la idoneidad y con reconocimiento oficial. En ambas películas hay un esfuerzo desmesurado por mostrar dos bloques opuestos, cuando en varios de los capítulos que componen el libro se muestra que esos límites a veces fueron difusos.
Luego Daniela Testa nos presenta desde un plano diferente la diversidad de matices que existió. En “Una pediatra en misión de fe: el hada Gwendolyn y la poliomielitis” avanza sobre la historia de vida de una médica hija de un predicador laico metodista y de una madre con profunda vocación cristiana, aspectos que contribuyeron a moldear su perfil profesional dentro del campo de la pediatría como también su interés por la poliomielitis y sus consecuencias. Frente a la incertidumbre biomédica que rodeaba por entonces a esta dolencia, la pediatra que tenía una profunda fe en la ciencia, pero la subordinaba a la voluntad de Dios, sumado a su compromiso con la rehabilitación, forjaron percepciones y visiones donde el reconocimiento profesional se mixturaba con cierta “devoción” por esta profesional, de ahí que emergió esa figura de hada a la que el título alude.
Luego llegan los años sesenta y es la figura de Jaime Press -un Armonizador popular que conmocionó la ciudad de Carlos Paz- el objeto de análisis de Adrián Carbonetti y María Laura Rodríguez. Jaime Press fue un personaje muy particular, que convocaba a miles de personas enfermas, lo cual ponía en vilo a las autoridades. El capítulo muestra una historia rica en sucesos que van desde sus apariciones públicas, detenciones, rumores sobre sus poderes, que revelan la construcción de un personaje popular; carismático y por momentos visualizado como “mágico”.
Pero también y como parte de ese universo polifacético en el décimo capítulo se aborda a un impulsor de terapias alternativas y pionero de la medicina tradicional china, Daniel Alegre. Esta historia de vida y derrotero profesional, es el lente mediante el cual Nicolás Viotti, reflexiona sobre un proceso mucho más amplio, que incluye la hibridación de lenguajes y prácticas entre lo médico, lo psicológico y lo alternativo-espiritual. Pone de relieve que fue en la década de 1970 cuando aparecieron de un modo marginal y destinadas a consolidarse en las décadas siguientes las llamadas terapias alternativas. De hecho, los dos capítulos que siguen, abonan dicha línea argumental. Uno se centra en relatar las vicisitudes que trae aparejado instituir nuevas formas de cuidado del cuerpo en contextos médicos convencionales como son los hospitales públicos de la ciudad de Buenos Aires, donde Mariana Bordes, relata la experiencia contemporánea de dos terapeutas. El otro, se centra en la práctica homeopática.
El texto se cierra con los sanadores del siglo XXI. La historia del padre Ignacio, “un cura sanador” escrito por Ana Olmos Álvarez y la de “VerOna, una joven bruja feminista en tiempos de la marea verde” por Karina Felitti, explican mediante historias concretas lo que Armus se propuso demostrar, o sea la existencia de una zona gris donde circularon y circulan una gran variedad de sincretismos, que han perdurado (con cambios) por siglos. Por ende, es un libro que describe de forma atractiva un espacio dedicado al cuidado de la salud en la larga duración, desde el siglo XIX y hasta la actualidad y que son hilvanados por Armus por medio de diversas historias que le dan magnitud a esa zona gris de la que tantas veces la historiografía habló, pero no explicó ni en el largo plazo ni en la escala nacional como lo hace esta obra.
Fuente: Pasado Abierto
Por Adriana Álvarez. Universidad Nacional de Mar del Plata. Argentina