Hace señas en este libro una procesión de ideas del equilibrio. Pero esa serie está más bien amenazada: cada poema describe los ladeos, las oscilaciones que se ciernen sobre puntos de equilibrio. No se puede definir el equilibrio sino por sus bordes, y así la primera sección se titula “Lo inestable”, y comienza con una sucesión de “caídas”. De igual modo, tal como el equilibrio es algo que se pierde o que se puede perder en diversas circunstancias, también el fraseo del poema, que procura desplegar su idea, se puede torcer, inclinarse. Es importante entonces la función de unas pértigas hechas de palabras, las asociaciones que traen a la poeta de vuelta a su desarrollo, a su despliegue de versos. El poema, en su equilibrio ideal, podría empezar con un tropiezo, o un recuerdo, o un amor duradero, o con diversas simetrías proporcionadas por el arte, sus blancos, sus improvisaciones, sus excesos, pero enseguida se corre de su eje, algo lo desvía, lo hace vibrar, aun cuando al final retome su idea. De allí que un tono epigramático, sentencioso, se ponga de nuevo en pie en los últimos versos de algunas escenas donde el equilibrio resulta puesto en juego por Alicia Genovese: algo que podría llamarse conceptual pero que es tan ambivalente, tan cercano al riesgo de todo equilibrio, que prefiero decirle “reflexivo”. “Existe el equilibrio y no existe”, dice entonces un verso final.
Sin embargo, lo que se refleja en la cuidadosa atención de las palabras hacia las cosas, en otra sección que se titula “Simetrías”, puede ser la desmesura, el aparente desequilibrio de imágenes deformadas por espejos curvos, o de notas improvisadas en variaciones musicales que se separan mucho de su base inicial. De tal manera, la búsqueda del equilibrio se apoya en la repetición, en verbos sin conjugar que aparecen en su misteriosa impersonalidad, pero solo para alejarse de lo previsible, para alcanzar un estado sentimental que tiñe de colores insólitos la idea o la escena o el tema del poema. En una conversación mental, reflexión al fin, con el Parmigianino y su autorretrato y el famoso poema de Ashbery que lo hiciera famoso, Genovese observa que todo efecto óptico es un afecto, y saca su conclusión o su deriva: “Las líneas fluctúan/ sobre las cosas,/ la comba del espejo/ agranda cuerpos,/ de tan próximos,/ los vuelve inasibles./ La cercanía, un desorden,/ si el corazón enfoca”.
De modo que la solución de los opuestos, su equilibrio momentáneo, entre lo simétrico que es una ilusión del arte y lo inestable que es un destino de la vida y del tiempo vivido, no estaría en la simple disolución de sus aristas, de la oposición misma, sino en un reino a la vez inestable y perdurable, imprevisto y cargado de una rara simetría, y entonces su sección se llamará “El equilibrio inesperado”. Allí lo viviente se revela en su persistencia, más allá y más acá de los tropiezos de quien piensa y escribe, de sus palabras que se tienden y se tensan para captar sensaciones, instantes de atención, lapsos de distracción feliz. La naturaleza, que no es un conjunto, hace equilibrio a través de simples ejemplos, como sus plantas ejemplares, menos atadas a la división simétrica que los equilibristas animales, que sueñan con su propia complacencia alcanzada, pero inalcanzable, tal como la poeta imagina, en el poema “El equilibrio de quien escribe”, que entre su corazón y la cordura hay una cuerda, vibrante, “aleatoria y lúcida”, que sigue mostrándose viva porque su razonamiento es rítmico, porque la palpitación se transmite en materia verbal. Pero las plantas muestran su anterioridad, su carácter siempre naciente, y su caprichoso o preparado crecimiento alcanza un equilibrio solo ante la vista de la poeta, que llega. Antes, las plantas habrán bailado, ligeras, o desaparecieron, sin expandirse, pero en el poema hacen su figura en equilibrio, imprevisibles. Dice: “Ya me vio,/ ya me recibió la achira/ y he dejado de ser/ la figura fugitiva de la escena”. El equilibrio natural indescriptible, evidente pero no proyectado, se manifiesta en su surgimiento, leve: “Más allá de recaudos/ algo impredecible guía/ a aquello que prospera/ y se replica en los verdes”.
No obstante, para experimentar la sensación del equilibrio, más ingrávido aún, habrá que sacar los pies del suelo, o sea flotar, pero no en un sueño sino en esa materia que estuvo antes de plantas y animales y mucho antes del habla del poema, un río, el agua sin apuro. Brilla en lo alto del último poema del libro este equilibrio del mundo flotante, del cuerpo tranquilo: “En esa hora en la que fui/ tocada por el río/ y por los peces/ que lo habían atravesado/ con la vida sensitiva de sus escamas;/ tocado el cuerpo desde un río/ por las alas transparentes de los insectos/ posados entre los reflejos de la superficie,/ tocada por los juncos/ que se balanceaban en la costa/ en el ida y vuelta del oleaje”. Como una imagen de sí misma que se lanzara a caminar sobre el agua del poema, así el libro y las meditaciones rítmicas de Alicia Genovese inventaron el equilibrio.
Fuente: El diletante
Por Silvio Mattoni