Si la crítica especializada apenas sobrevive de manera agónica en los medios tradicionales, el de la música clásica y contemporánea es un apartado ya infructuoso de rastrear en secciones culturales. Federico Monjeau (1957-2021) se dedicó con vocación inusualmente entregada a la materia, y su erudición combinada con la facilidad divulgativa brilla con ánimo de culminación en Notas de paso.
La antología, con prólogo y selección de Matías Serra Bradford, reúne una sustanciosa cantidad de artículos que Monjeau publicó casi en su totalidad en el diario Clarín en la columna de igual nombre, entre 2016 y 2020. Compuesto a la manera de una sinfonía, el libro crece con la progresión de la lectura con base en anécdotas, inquietudes, semblanzas e intervenciones que solo en apariencia responden a la improvisación urgente de una columna semanal.
Monjeau aborda la música con amplitud sistemática y desde todos sus flancos: el técnico, el histórico, el estético, el literario, el periodístico, el ideológico, como si dirigiera una orquesta. En el medio hay desvíos, repeticiones, rectas troncales y caprichos laterales.
La ópera es una constante, desde la reivindicación del fundacional Monteverdi a las coberturas rigurosas de un género que volvió a ponerse de moda, pasando por interpretaciones perspicaces de la obra wagneriana como la que ahonda en las miradas de Tristán e Isolda. La batalla por el podio entre Mozart y Beethoven surge a partir de una imperdible digresión que tiene como eje a un ensayo del cineasta Éric Rohmer, y personajes únicos se alternan en perfiles maravillados de Scarlatti, Glenn Gould o Carlos Kleiber.
A veces las intervenciones son circunstanciales, felices por lo inesperadas: una reflexión sobre la zamba tras la contemplación de remolinos de arena en Catamarca, la división entre cantantes falsos y verdaderos a raíz de un dicho eventual de Juana Molina (en la que Gardel no sale muy favorecido), el hallazgo de cómo un villancico se filtra en una grabación de Los Beatles y en un arreglo de Paul Simon.
A pesar de su tono mesurado, Monjeau se lanza a opiniones contundentes al afirmar que Un’estate italiana es la mejor canción de los mundiales o al cuestionar el Nobel otorgado a Bob Dylan. Con igual serenidad puede quejarse por las toses en el Teatro Colón, ironizar sobre el sentimentalismo del pianista chino Lang Lang y polemizar sobre los usos políticos de la memoria.
No importa si los textos se desplazan al cine, la narrativa o la pintura: el denominador común siempre es el oído, al que Monjeau reconoce como el órgano más sabio.
Fuente: La Voz
Por Javier Mattio