“El acto de escritura es una trinchera de la lengua”, dice María Teresa Andruetto en uno de los ensayos que componen su reciente libro, El arte de narrar. Hay muchas ideas, muchas definiciones, pero encuentro en esa afirmación una posición contundente sobre lo que significa, en estos tiempos, escribir y su relación con la lengua: cuerpo, arte, política y resistencia relumbran en esa frase. Y son, además de las distintas secciones que componen el libro, ejes que recorren toda su producción.
La obra de Andruetto es enorme y se la puede recorrer a partir de diversos senderos: la narrativa (con esa notable novela inicial, La mujer en cuestión, donde deja trazada ya una impronta entre violencia política y escritura), la poesía (que explora una dimensión más autobiográfica, hace unos años reunida por Ediciones en Danza), la literatura infantil (por la cual recibió el Premio Andersen), la edición (dirige la colección Narradoras Argentinas en Eduvim, donde recupera el legado de autoras notables que vuelven a circular) y sus ensayos, que giran alrededor de dos grandes cuestiones: la lectura y la narración.
Si en el ensayo La lectura, otra revolución, Andruetto pone el foco en la importancia de la lectura como una forma de liberación y un modo de mirar críticamente el mundo, es en El arte de narrar donde resalta los diversos sentidos de narrar. Es decir, el amplio sentido de contar historias. Por eso se lee que todos, de algún modo, somos narradores.
El arte de narrar recopila diversas conferencias, entrevistas o artículos que Andruetto dio en congresos, festivales y seminarios. Si bien el contexto y la época de cada una es diferente, es notable cómo se van articulando bajo una lectura común: la lengua y sus efectos. Entre ellas, destaca una conferencia: el discurso que da en 2019 en El Congreso Internacional de la Lengua Española. Allí, Andruetto deja en claro que “el lugar de quien escribe es el lugar de la desobediencia, del disenso”. Y le hace, de este modo, preguntas incómodas al congreso. La primera tiene que ver con el nombre: “¿De quién es la lengua? ¿Quién le da nombre y quiénes reconocen su lengua en ese nombre?” ¿Qué significa llamar Congreso de la Lengua Española a un congreso que se celebra en América latina? ¿Qué lugar tienen allí las huellas originarias?
Andruetto destaca en esa conferencia que los autores deben combatir a la lengua homogénea que se impone como la lengua correcta, porque toda lengua es viva, se reinventa y produce nuevas palabras, nuevos sentidos. La lengua viva es una lengua mestiza, orillera, que todo autor tiene que llevar en sus oídos para poder conmover también con un relato vivo.
Al ser la lengua uno de los grandes temas de este libro, se habla también del silencio: ¿esa contracara de la lengua? Hay una preciosa observación sobre el silencio. Andruetto dice que tiene dos formas: el silencio que es ausencia de voz o el silencio que es abstención de palabra para que otro entre ahí. Este último sería el silencio que le da voz a la voz del otro. Un silencio que hace un trabajo previo para que el otro lo ocupe con su voz. En ese gesto hay una tremenda posición que se distancia del ruido comunicacional, de la escena performática de la imagen. Es un gesto de retiro para que el otro tome la palabra. Como dice una cita del libro: “Contra el ruido comunicacional, el repliegue, la lectura” o la narración.
El arte de contar historias produce el mismo efecto. Andruetto lo descubre de niña. No sólo era una gran lectora sino también fue conquistando el placer secreto de contar oralmente las historias que aparecían en los libros. Por ejemplo, en la escuela les contaba a sus amigas la historia de Rómulo y Remo alimentados por una loba. “Yo creía que todo pasaba por los asuntos hasta que descubrí que la verdad ficcional no está exactamente en los hechos sino en el modo de narrarlos”. Se trata entonces de “construir una voz que haga ver”.
La narración, así, se presenta como una herramienta que no sólo nos permite, como decía Benjamin, transmitir una experiencia, sino que también nos lleva a recuperar un tiempo de escucha, de espera, de contemplación. Y que, por el sólo hecho de tener esas búsquedas, se vuelve una “trinchera de la lengua”, una posición de resistencia frente al embate constante y hegemónico del consumo de la imagen. Andruetto construye en El arte de narrar un libro político que alumbra los senderos de la lectura y la narración con la lucidez de una narradora extraordinaria.
Fuente: Eterna Cadencia
Por Hernán Ronsino