Reseña La parte del sonambulismo en «El diletante»

mayo, 2025

Hacia el final del primer capítulo de su novela La parte del sonambulismo, Nicolás Hochman advierte que esos escritos provienen de un registro personal: el diario de un sonámbulo que es, precisamente, él mismo. Este señalamiento permitiría asentar a este libro en el mapa de la literatura del yo. Sin embargo, la obra de Hochman parece moverse dentro de unos límites de sueño. Difusos. Por momentos corre hacia la novela; en otro instante camina sobre la crónica. Como nos sucede frente a los universos de Joan Didion y Patti Smith, en La parte del sonambulismo lo que termina imponiéndose es cierta mirada particular: una forma de narrar la propia experiencia que toma lo mejor de la crónica para dejar atrás el nombre de aquel que narra y ubicarnos en el centro a nosotras y a nosotros, circunstanciales espectadores del libro. Así, la novela de Hochman podría definirse como una obra sobre el sonambulismo. Y sin embargo es, en esencia, una narración sobre una forma de estar en el mundo.

En la introducción al volumen de ensayos Crónica y mirada, María Angulo nos aproxima a la crónica de las micro-realidades, una forma del género que empieza a escribirse en el contexto de la segunda mitad siglo XX, cuando la realidad se ha vuelto extrema. Frente a un espacio social que nos excede, la narración de lo pequeño se convierte en ese territorio contado que les permite a las personas experimentar lo real. Las voces de los cronistas, dice la autora, cobran la forma de un bálsamo, porque aquello que apabulla está siendo observado por algún otro u otra en profundidad. En ese escenario se sitúan las voces de autoras como Didion y Smith. Ambas son cronistas de sus tiempos, además, desde un modo personal: ellas observan a partir de lo que John Berger define como la mirada esencial, aquella que no busca lo espontáneo o la anécdota sino que construye un paisaje panorámico. Así, aunque El año del pensamiento mágico aparece como la narración de una muerte traumática –la del marido de la autora, John Gregory Dunne–, Joan Didion nos ha dejado una obra sobre el dolor. Y el Éramos unos niños de Patti Smith, lejos de ser la historia de amor entre ella y Robert Mapplethorpe, es un registro sobre una etapa frenética y fundacional del arte de occidente. En La parte del sonambulismo, la experiencia que atraviesa a Hochman está narrada desde esa mirada. No se trata de episodios acerca de la imposibilidad de alguien para dormir de un modo corriente: en estas páginas, el sonambulismo cobra la forma de una película acerca del modo en que las personas sonámbulas se relacionan el universo. Se trata de un estado que el autor define como el momento entre, en el que impera cierto automatismo. La mirada de Hochman encuentra luz en ese lugar de lo entre. Pero en esta película desprendida de la vida personal, el automatismo se convierte en una situación que podríamos elegir para movernos entre lo real y lo no real. Seamos o no sonámbulos.

Compuesta por una sucesión de episodios de sonambulismo experimentados por el autor e intercalados de lecturas científicas sobre el tema, la obra de Hochman reconstruye también, en ese modo panorámico, un clima de épocas y de intimidades –el uno a uno en la Argentina; los vínculos amorosos, los de padres e hijos–. Pero, en la esencia de la mirada del cronista, ilumina una idea que adquiere una dimensión cultural: en su relación confusa con lo real, el sonambulismo puede pensarse como una forma de habitar este tiempo de realidades inverosímiles. “La ficción necesita ser verosímil; la realidad no”, escribe Hochman, y propone: “Desde el punto de vista estrictamente técnico, el sonámbulo ni tiene conciencia ni recuerda lo que pasó. Actúa como un autómata. Del mismo modo, podríamos hablar de tantas personas que actúan como sonámbulas durante el día, pero no lo son: simplemente es el automatismo lo que las mueve”. Según avanzan los episodios, sabemos algo más sobre los autómatas. Repiten lo que no desean, destruyen aquello que quieren. Y es en este punto, precisamente, donde la mirada de Hochman sobresale: La parte del sonambulismo se despega de lo obvio. No se trata de señalar que andamos por el mundo como sonámbulos, como autómatas perdidos.  Se trata de señalar que ese estado –“completamente verosímil por momentos, delirante un rato después”– también es una posibilidad de resistir.

“Yo pregunto si mi sonambulismo viene a operar en ese sentido: como una necesidad orgánica de romper con mis propios reglamentos y liberarme no sé bien de qué; con un costo alto, inestimable, que imagino que jamás podría llegar a pagar”, escribe Hochman entre episodios. Luego discute con un especialista que le ha recetado Clonazepam, y ese intercambio aparece como una defensa amorosa de su condición. Más adelante, una definición de Roger Alan Koza: “El sonámbulo es figurativamente aquel que ha sido tomado por algo tan íntimo como extraño que es parte de él o ella, pero que además no lo es del todo. Se mueve, habla, pero en cierto modo no está allí. Podría ser un zombi, un no viviente, que no es lo mismo que estar muerto”. En el final, una pesadilla infantil. En ese aparente orden aleatorio de episodios y reflexiones se agazapa la mirada profunda del Cronista: El Bálsamo. La parte del sonambulismo trae ideas hacia nuestra Propia orilla. Nosotros podríamos ser sonámbulos. Ser no: elegir. Abrir las ventanas del mundo, cada día. Integrarnos al sueño despierto de la resistencia. Tomar la decisión sonámbula de estar y no estar allí.

Fuente: El diletante
Por María Lobo

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