La historia fue ampliando su mirada poco a poco. Tras enfocarse en los grandes nombres (casi siempre, hombres), fue sumando otros protagonistas en sus relatos: mujeres, campesinos, artesanos. Una de esas últimas incorporaciones fue la propia naturaleza, que dejó de ser locación para convertirse en personaje. O, más pluralmente, personajes: gérmenes, animales grandes y pequeños, plantas, minerales, corrientes marinas que intervienen en el decurso de los años.
Un pasado vivo. Dos siglos de historia ambiental latinoamericana es una de las avanzadas en ese camino todavía breve de la historia ambiental. Una perspectiva que presta atención a las complejas relaciones entre personas, naturaleza y tecnologías, y que se tensa y complementa con la ecología histórica, la ecología política, la antropología ambiental, entre otras. Miradas que, aplicadas a nuestra región, incluyen inevitablemente la cuestión de las colonizaciones.
Los editores tienen distintas procedencias y publicaron inicialmente en inglés: Claudia Leal es profesora de la Universidad de los Andes, en Bogotá; John Soluri trabaja en el Carnegie Mellon, en Pittsburgh; y José Augusto Pádua enseña en la Universidad Federal de Río de Janeiro. Además de esos países, hay autores de Canadá, Cuba, Ecuador y México, así como financiación de Alemania, y encuentros preparatorios en Colombia y la Argentina. La Sociedad Latinoamericana y Caribeña de Historia Ambiental (Solcha), de la que Leal fue copresidenta, es marco de la propuesta e indicio del afianzamiento del área.
El aspecto colaborativo del volumen enriquece los enfoques. Algunos capítulos se dedican a sectores productivos en diferentes países, como la ganadería vinculada a los pastizales, en un área que va de los llanos venezolanos a nuestras pampas, y en un arco temporal que va desde el “muy largo” siglo XIX al papel de los trabajadores en la forja cultural de las identidades nacionales, el boom en la segunda posguerra, más altas y bajas hasta llegar a la preocupación por las emisiones de gases de efecto invernadero en el presente.
Otros sectores analizados en el volumen son la explotación minera, del guano peruano al cobre chileno, aterrizando en las nuevas inversiones megamineras de los años noventa resistidas a lo largo de toda la cordillera. También el sector petrolero, con su valor estratégico y su impacto territorial, es analizado a través de las fronteras.
Pero hay capítulos más nacionales, como los que narran sucesivas transformaciones ecológicas y productivas en México, Brasil, el Caribe o los Andes Tropicales.
Por otra parte, el estudio no se limita al paisaje rural: hay un interesantísimo capítulo sobre la ecología de las ciudades, apoyado en la metáfora del “muro y la hiedra”, que habla de las múltiples imbricaciones entre ámbitos naturales y construidos.
Otros dos capítulos destacados tienen que ver con temas más puntuales. Uno se dedica a la cocina, y vincula las formas de alimentación con las culturas tradicionales y la diversidad agrícola, local e introducida. Otro relata el promisorio pero inacabado camino hacia la conservación a través de parques nacionales en varios países.
Más transversal y teórico, vale mencionar un capítulo sobre la tensión entre ambiente y desarrollo, una temática central en muchos debates en la región. También teórico, el epílogo de J. R. McNeill, de la Universidad de Georgetown, considerado uno de los fundadores de la nueva disciplina, subraya ciertas peculiaridades de la historia ambiental latinoamericana, así como recomienda nuevos temas de investigación: la domesticación de animales por los pueblos originarios, la ecología marina, la historia del clima o una deseable profundización en la perspectiva de género.
Ahora bien, McNeill no está solo como ideólogo que guía el desarrollo de la nueva disciplina. Entre otros ilustres antecedentes, el más inmediato es el libro de Shawn William Miller, An Environmental History of Latin America (de 2007).
Yendo hacia atrás, en inglés, se destaca The Columbian Exchange (1972) y, sobre todo, Ecological Imperialism. The Biological Expansion of Europe, 900-1900 (1986), ambos de Alfred W. Crosby, geógrafo e historiador de la Universidad de Texas, que se consideran aportes seminales. Rama de la que surgió un brote traducido al español: 1493. Una nueva historia del mundo después de Colón, del divulgador Charles C. Mann.
En la introducción de Un pasado vivo, los editores también reconocen los aportes de nuestro Antonio Elio Brailovsky, fallecido en octubre, quien publicó extensamente sobre nuestro país y la región, con obras como, en 1991, Memoria verde. Historia ecológica de la Argentina (junto a Dina Foguelman en Sudamericana y luego reediciones), y, sobre todo, sus dos volúmenes: Historia ecológica de Iberoamérica. De los mayas al Quijote (2007), e Historia ecológica de Iberoamérica. De la independencia a la globalización (2009, ambos de Kaicron y Capital Intelectual).
Se suele decir, pensando en tragedias y desastres del pasado, que es necesario conocer la historia para no repetirla. Más ampliamente, la historia es el verdadero laboratorio social, cuyo estudio muestra, a partir de experimentos casi siempre involuntarios, de qué manera compleja se entretejen causas y azares en el devenir humano, y cómo operan fuerzas profundas. Desconocer la historia ambiental en tiempos de crisis ecológica sería igual de insensato que avanzar con los ojos cerrados por un camino ignoto.
Fuente: La Nación
Por Ana María Vara