La inteligencia artificial es una idea, una infraestructura, una industria, una forma de ejercer poder y una manera de ver; también es la manifestación de un capital muy organizado respaldado por vastos sistemas de extracción y logística, con cadenas de suministro que abarcan todo el planeta. Todas estas cosas forman parte de la IA: una frase de dos palabras sobre la cual se puede cartografiar un conjunto complejo de expectativas, ideologías, deseos y miedos.
La IA puede parecer una fuerza espectral, un tipo de computación incorpórea, pero estos sistemas no son abstractos en absoluto. Son infraestructuras físicas que están transformando la Tierra, a la vez que alteran la forma en que vemos y entendemos el mundo.
Es importante que lidiemos con los múltiples aspectos de la IA: su maleabilidad, su desorden y su alcance espacial y temporal. La promiscuidad de la IA como término, su apertura a ser reconfigurada, quiere decir que se la puede utilizar de diversas formas: se puede referir a cualquier cosa, desde dispositivos de consumo como el Amazon Echo hasta sistemas anónimos de procesamientos secundarios; desde artículos técnicos especializados hasta las compañías industriales más grandes del mundo. Pero esto también tiene sus ventajas. La amplitud del término “inteligencia artificial” nos permite considerar todos estos elementos y cómo están profundamente imbricados: desde la política de la inteligencia hasta la recolección masiva de datos; desde la concentración industrial del sector de la tecnología hasta el poder militar geopolítico; desde el entorno de desarraigo hasta las formas de discriminación en desarrollo.
Nuestra tarea es permanecer pendientes del terreno y observar los significados cambiantes y maleables del término “inteligencia artificial” –como un contenedor en el que se colocan varias cosas y luego se retiran–, porque eso también es parte de la historia.
En pocas palabras, la IA cumple ahora una función en la creación del conocimiento, la comunicación y el poder. Estas reconfiguraciones están ocurriendo a nivel de la epistemología, los principios de justicia, la organización social, la expresión política, la cultura, el entendimiento de los cuerpos humanos, las subjetividades y las identidades; lo que somos y lo que podemos ser. Pero es posible ir todavía más lejos. La IA no solo es una parte del proceso de replantear e intervenir el mundo, sino una forma fundamentalmente política de hacer el mundo, aunque rara vez se la reconozca como tal. Este proceso es no democrático, dominado por las grandes casas de la IA, que constan de media docena de compañías que dominan la computación planetaria a gran escala. Muchas instituciones sociales están influidas por estas herramientas y métodos que dan forma a lo que valoran y a la manera en que toman decisiones, mientras crean una compleja cadena de efectos posteriores. Durante largo tiempo, el poder tecnocrático se ha intensificado; sin embargo, el proceso ahora se ha acelerado. Esto se debe, en parte, a la concentración del capital industrial en una época de austeridad económica y tercerización, que ha incluido la eliminación de fondos para los sistemas de ayuda social y para las instituciones que alguna vez actuaron como reguladoras del poder del mercado. Por ello, debemos lidiar con la IA como una fuerza política, económica, cultural y científica. Como observan Alondra Nelson, Thuy Linh Tu y Alicia Headlam Hines: “Las controversias en torno a la tecnología están siempre relacionadas con luchas más grandes por la movilidad económica, la maniobrabilidad política y la construcción de comunidades”.
Nos encontramos en una coyuntura crítica que nos obliga a hacernos preguntas difíciles sobre la forma en que la IA se produce y adopta: ¿qué es la IA?, ¿qué tipos de políticas difunde?, ¿a qué intereses responde y quién corre el mayor riesgo de sufrir daños?, ¿adónde debería limitarse el uso de la IA? Estas preguntas no tendrán respuestas cómodas. No obstante, no es una situación sin solución o un punto sin retorno; el pensamiento apocalíptico nos puede paralizar hasta impedirnos tomar medidas o realizar intervenciones que se necesitan con urgencia. Como ha escrito Ursula Franklin: “La viabilidad de la tecnología, como la democracia, depende a fin de cuentas de la práctica de la justicia y de la aplicación de límites al poder”.
Para abordar los problemas fundacionales de la IA y la computación planetaria, primero debemos conectar los temas del poder y la justicia: de la epistemología a los derechos laborales, de la extracción de recursos a la protección de datos, de la desigualdad racial al cambio climático. Para hacer eso, necesitamos expandir nuestro entendimiento de lo que está ocurriendo en los imperios de la IA, para ver lo que está en juego y tomar mejores decisiones colectivas sobre lo que vendrá a continuación.
Fuente: Perfil
Por Kate Crawford