Solo a la madrugada

mayo, 2025
En su novela La parte del sonambulismo, el autor argentino Nicolás Hochman comparte las entradas de los dos diarios que lleva, el testimonio de su dualidad: uno para la existencia diurna y otro para la nocturna.

Un Tetris con narrativa: de día juega varias veces, casi de manera adictiva o compulsiva, sin distinguir entre los partidos, y de noche juega a que está despierto aunque siga dormido y cada actividad, lavarse los dientes sin dentífrico o quemar unos papeles en la bacha de la cocina, integra un bucle de repetición indefinida. “A veces creo que mi sonambulismo es ese mismo loop, pero más complejo, más sofisticado”, escribe el autor argentino Nicolás Hochman en La parte del sonambulismo, su novela recién publicada. En el límite entre ficción y autobiografía (“mi libro responde a esas experiencias de lectura y formación”, dijo en una entrevista al citar a Philip Roth y Witold Gombrowicz), reconstruye los diarios de un sonámbulo que forman la crónica de una privación: menos horas del sueño que restaura los depósitos de energía del cerebro, fortalece el sistema inmunológico, consolida la memoria, produce hormonas, baja el estrés…

Nacido en 1982, Hochman nunca vio a un sonámbulo que camine dormido con los brazos extendidos, como lo representan en las películas igual que los zombies, pero es consciente de que actúa como un autómata: “Desde un punto de vista estrictamente técnico, el sonámbulo no tiene conciencia ni recuerda nada de lo que pasó”, escribe mientras enumera las penurias del mal dormido que se bambolea entre sueños por el pasillo de un micro a mitad de la madrugada o prepara un café de urgencia para un amigo que vive… en Costa Rica. “A veces me pregunto si no estaré loco”, razona Hochman: “Loco en serio. O si no estaré haciéndome el loco, que tiene sus matices”. Si es cierto que la ficción necesita ser verosímil, y la realidad no, el libro es un anecdotario de situaciones insólitas y una minuta sobre la preocupación porque el sonámbulo desea que, aunque sea por una noche, pueda cerrar los ojos y quedarse durmiendo, que le dé lo mismo, que por una vez no se preocupe. En la búsqueda de razones, pregunta qué dice Lacan sobre el sonambulismo y la respuesta lo interpela: “Para él, es un síntoma del obcecado que no está dispuesto a bajar las armas para que las historias ocultas aparezcan”.

Insumiso ante la aparición del sueño revelador, el sonámbulo insiste en su porfía. Está despierto. Pero no. Ni despierto ni dormido, encarna la posibilidad de ser el doctor Jekyll y el señor Hyde de su propia vida. En La parte del sonambulismo, Hochman comparte las entradas de los dos diarios que lleva, el testimonio de su dualidad: uno para la existencia diurna y otro para la nocturna. A veces, en el día se cuela la lógica del sonambulismo y la noche es más verídica que la vigilia. La vulgata del bienestar le diría que pare de sufrir, pero eso nunca da resultado. Que apague la cabeza. Que la termine con este tema. O que escuche al subconsciente como aquella noche en que se levantó dormido, abrió un cajón, sacó una birome y un papel y dibujó un garabato que observó a la mañana siguiente: “Cuando después de un rato pude descifrarlo sonreí, y me quedé pensando que a veces el sonambulismo es tanto más simple e inteligente que yo. Lo que escribí en ese papelito, sonámbulo, a la madrugada, era la palabra fin”.

¿Y el café?

“Más de una vez me resbalé con el piso mojado por el agua de lluvia que se filtra o por ese café intomable que preparan en los micros, que siempre se vuelca, y estuve a punto de caer”: en su diario de las incursiones nocturnas, Hochman recuerda las penurias de sus recurrentes viajes nocturnos a Mar del Plata entre las que no faltaban, claro, el fatídico café de micro. En su anhelo de dormir sin sobresaltos, el sonámbulo huye de la cafeína: una taza de más es promesa de insomnio para el que duerme poco y mal.

Fuente: ADN+
Por Nicolás Artusi

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