Su nombre remite a mar y tragedia. Inmortalizada en sus propios versos, quienes no abrevan en el género tal vez reconozcan a Alfonsina Storni por la zamba escrita por Ariel Ramírez y Félix Luna, llamada Alfonsina y el mar.
Han transcurrido 86 años desde que Alfonsina Storni tomó la decisión de suicidarse arrojándose a las aguas desde un espigón en Mar del Plata. Uno de sus zapatos, atorado entre las piedras, sirvió para identificar el sitio preciso. Sus razones son aún un misterio.
La calidad de su literatura y su vida singular, de lucha y talento, la mantienen a salvo de esa erosión del tiempo al que llamamos olvido. Rescatada ahora por la colección Instantáneas de mundo (Fondo de Cultura Económica), salen a la luz detalles que los lectores mayormente ignoran.
Alfonsina nació en Suiza pero siendo una niña se trasladó con toda su familia a la Argentina para radicarse en la provincia de San Juan. Desde temprano ensayó las letras. Su perfil de artista no le impidió ganarse la vida como cualquier otra mujer. Se graduó como maestra pero, previo a ejercer, trabajó como obrera en una fábrica de sombreros y luego como encargada del área de publicidad en una compañía. Fue de San Juan a Rosario, y de Rosario a Buenos Aires. Aquí tiró el ancla.
No era feminista pero bregaba por los derechos de la mujer. En abril de 1924 el periodista Enrique Rúas la entrevistó para la revista Mundo Argentino. Allí le preguntó:
– ¿Es usted feminista, señorita Storni?
– ¡Jamás! ¡Ni por pienso!
Pese a su rechazo enfático, durante dos años -desde el 28 de marzo de 1919 hasta marzo de 1920- escribió la columna “Feminidades” en La Nota, un periódico antibelicista creado durante la Primera Guerra Mundial. Al año siguiente, bajo el pseudónimo Tao Lao, firma en La Nación textos titulados “Bocetos Femeninos”.
ESPIRITU
La profesora Alejandra Laera, encargada de la selección de textos para esta edición y también del prólogo del libro, recalca que por su manera de vivir Alfonsina “es todavía más moderna como mujer y trabajadora de las letras que como poeta”.
Nunca bajó los brazos. Como obrera no se acostaba sin leer ya que consideraba trascendental el alimento del espíritu. Tal como hacía Roberto Arlt, con quien comparte el ojo de cronista de su tiempo, Alfonsina Storni escribe en los momentos de reposo que encuentra en su trabajo. Nada la detiene.
Su figura crece y entonces gana también estatura como conferencista. Se traslada a Mar del Plata, Tucumán, Córdoba, Buenos Aires y Uruguay, país por el que sentía una marcada predilección.
Pero Mar del Plata era su lugar en el mundo. Viajaba allí desde que la ciudad era el balneario elegido para veranear por la aristocracia. Y lo siguió haciendo cuando el ferrocarril la popularizó, reduciendo el viaje desde Buenos Aires de 10 días a 10 horas.
Su espíritu de superación no conoce límites. En octubre de 1925 se publica en la revista Caras y Caretas un reportaje a Storni, quien declara: “Sigo estudiando y preparándome para superar mi producción. Creo que tengo mucho camino por andar”.
Le toma el pulso a su tiempo. Y pese a que no se considera feminista, en el temprano 1936 se pregunta en uno de sus escritos: “¿Por qué de Buenos Aires a Nueva York corren aires propicios al desenvolvimiento de la individualidad femenina?” Recalca que buena parte de las escritoras sudamericanas viene “de la cultura normalista”, pues han estudiado en los colegios Normales y son maestras.
Pasan los años y Alfonsina se consolida como poeta. Su arte trasciende fronteras. Tampoco le va mal en términos monetarios. Gana 15.000 pesos en premios con un solo libro. En Barcelona recalcan que es uno de los tres poetas argentinos que genera mayores ventas. Tiene admiradores que le escriben a su casa epístolas de todo tipo y tamaño.
En una de sus últimas actividades artísticas y periodísticas, viaja a Europa y vuelca en las páginas de La Nación todas sus experiencias. Son pequeñas anotaciones a manera de diario íntimo. Frente a un grupo de soldados italianos en un museo dirá que están “oliendo aún a tierra arada”.
La experiencia se repetirá en un viaje en ferrocarril rumbo a Bariloche, en una sección bautizada “Carnet de ventanilla”. La mecánica es similar. Allí escribirá acotaciones tales como: “Una palmera en la pampa… al trópico le cuesta morir” y “La frutilla salvaje de estas regiones tiene gusto a lava”.
Luego la depresión obrará lo suyo sobre la existencia de Alfonsina Storni. Llega el año 1938 y la poeta garabatea sus notas de despedida. La decisión no tiene retorno. Nos quedan, al menos, sus obras y la mirada de un mundo que ya se fue.
Fuente: La Prensa
Por Gustavo García