Como luego ocurriría con otros de sus libros, Ricardo Piglia convivió con Respiración artificial, su primera novela, durante muchos años, más de una década. Buscaba el tono, la estructura, probaba, tiraba, volvía a empezar. Escribía dos o tres capítulos y los dejaba reposar meses para luego abordarlos como si hubieran sido escritos por otros y poder detectar así los puntos flojos, las zonas vulnerables.
La de ese libro y su autor fue una convivencia tortuosa y apasionada, que a veces se pareció a la guerra y otras veces se pareció al amor. Sus diarios dejaron también el registro despedazado de ese duelo: “Vuelvo una y otra vez a la ficción ¿dónde termina esta novela?”; “¿Se podrá publicar esta novela en la Argentina?”; “Novela leída por Carlos y Beatriz, Andrés Rivera. Elogios, tranquilidad”; “Anoche llamó Pezzoni, elogios excesivos. La mejor novela desde Rayuela”; “Las exigencias externas me abruman. Aparte, la incertidumbre sobre la novela publicada en estos tiempos políticamente siniestros”.
Una biografía
Toda la novela está regada de teorías, discursos, ideas. “¿Qué es en definitiva la biografía de un escritor sino la historia de las transformaciones de su estilo?”, escribía Piglia en sus famosos diarios, citado en uno de los pasajes centrales de la biografía Ricardo Piglia a la intemperie (Universidad Diego Portales), escrito por Mauro Libertella bajo edición de Leila Guerriero en la notable colección Vidas Ajenas, donde se encuentran, entre otros, el paso de Witold Gombrowicz por la Argentina narrado por Mercedes Halfon.
Si bien no fue su primer libro –publicó en 1967 su libro de relatos, La invasión, que fue premiado por Casa de las Américas–, Respiración artificial marcó un punto de inflexión en la escritura de Ricardo Piglia, aquel joven que, desde los años sesenta en adelante, se había movido en el centro ardiente de las tensiones y los conflictos del campo literario.
En Respiración artificial se cuenta la historia de una investigación o de muchas investigaciones. Emilio Renzi –el alter ego de Piglia– es un escritor joven que publicó un libro sobre un episodio familiar del que nunca quedaron las cosas muy claras y lo contacta por carta su tío, Marcelo Maggi, el protagonista de ese oscuro drama familiar, para aclararle algunos asuntos. La historia evoluciona de tío a sobrino, llegando al secretario privado de Juan Manuel de Rosas entre otras bifurcaciones.
Publicada en 1980, toda la primera mitad de la vida de Ricardo Piglia podría ser, en definitiva, la historia de cómo llegó a escribir Respiración artificial. Dice Libertella: “Como si de un modo un poco esotérico las cartas de la baraja contuvieran ese desenlace”.
La familia, el padre peronista, el colegio de curas en Adrogué, la novia anarquista, la mudanza a Mar del Plata, los cines en continuado, Steve Ratliff, la carrera de Historia en La Plata, el marxismo, las mujeres, su abuelo con sus viejas cartas de la guerra, las habitaciones de hotel, los libros, los amigos, Buenos Aires, sus primeros cuentos, Borges, Arlt, Macedonio, Ludmer, los ensayos.
Todos son pequeños hitos en la educación sentimental de alguien que tiene 10 años, luego 20, luego 30 y que a los 39 publica una primera novela que “define para siempre su posición en la literatura argentina y que marca, al mismo tiempo, un punto de llegada y una meta de salida”.
Tres años de diálogos
Con la biografía escrita por Mauro Libertella, el universo Piglia ha vuelto a la escena de la narrativa argentina con otros libros que amplían la obra del escritor fallecido en 2017, a sus 75 años. Por caso, Siglo XXI Editores acaba de editar Ricardo Piglia. Introducción general a la crítica de mí mismo, un volumen de diálogos que mantuvo entre 1998 y 2001 con el historiador Horacio Tarcus, y que se suma a ese encantador micro género de libros de conversaciones como La forma inicial. Conversaciones en Princeton (Eterna Cadencia) y de clases magistrales como Las tres vanguardias. Saer, Puig, Walsh. (Eterna Cadencia).
En el frondoso sendero de su labor crítica y ensayística, también se editó Trece prólogos (Fondo de Cultura Económica), escritos por Piglia para la colección de literatura argentina “Serie del Recienvenido” que dirigió entre 2011 y 2015, y cuyos títulos fueron, entre otros, En breve cárcel, de Sylvia Molloy, El mal menor, de C.E. Feiling, y Hombre en la orilla, de Miguel Briante.
“Hay libros que son siempre contemporáneos. Parecen estar alerta y conectados misteriosamente con los cambios en los modos de leer. Están delante de las convenciones literarias establecidas y son siempre nuevos, no porque busquen la novedad, sino porque nos asombra su capacidad premonitoria. Vudú urbano es uno de esos libros”, escribió Piglia sobre la novela del recientemente fallecido Edgardo Cozarinsky.
Pensar la literatura y escribir siempre, en esa combinación de experiencias y lecturas entre la tradición y la vanguardia: la huella de un maestro que enseñó a leer con pasión y con pensamiento crítico a propios y ajenos. Aun cuando estuvo enfermo, en sus últimos años de vida, Piglia nunca dejó de escribir, ordenando sus diarios de los que ya se publicaron varios volúmenes, y publicando otros tantos libros donde recopiló clases, seminarios y ensayos.
El mismo que fue parte de revistas muy influyentes como Punto de vista, dio cursos clandestinos durante la dictadura militar, dirigió colecciones editoriales, tuvo una cátedra durante más de una década en la prestigiosa Princeton University, que ganó premios resonantes (algunos con escándalo, como el Planeta de 1997), dio clases de literatura por televisión abierta, escribió más de quince libros (entre los que están La ciudad ausente, Prisión perpetua, Plata quemada, Blanco nocturno, El camino de Ida) e iluminó con su perspicacia y sensibilidad lectora en la valoración y el análisis de la obra de otros autores.
Trece prólogos
“Coincidiendo una vez más con Borges, en cuanto a que ´lo más importante de un autor es su entonación, lo más importante es la voz del autor, esa voz que llega a nosotros´, al describir particularidades de distintos libros Piglia caracteriza su tono, que a veces define como el tipo de relación que el narrador establece con la historia que cuenta y en otras ocasiones como la ´música verbal´ del texto, ´la cadencia y el fraseo´, o un efecto que nace ´de la sintaxis, de los silencios y las pausas´ y configura la identidad esencial de una prosa”, escribió Aníbal Jarkowski en el libro Trece prólogos.
En una carta a su amigo Guillermo Schavelzon de abril de 2015, Piglia dijo: “Espero el futuro con esperanza y también con miedo. Lo fundamental para mí es mantener la dignidad y la ironía. Ya veremos cómo sigue todo”.
Vanguardia y novela, narración y experiencia, alta cultura y cultura de masas, la función de la ficción y la geografía de los géneros, las formas y las derivas, el narrador y la crítica. Aquellos libros que dejaron una marca, aquellos episodios entre la vida y la obra que nunca llegaron a dar una dimensión cabal del personaje, arrojado entre lo incierto y lo inconcluso. Narrar el presente y definir un espacio, y siempre hacerlo contra cualquier tipo de estandarización, algo que para Ricardo Piglia significaba lisa y llanamente la muerte de la escritura.
Fuente: Clarín
Por Juan Manuel Mannarino