En redes sociales circula, con cierta frecuencia, un breve video en el que se lo ve a Umberto Eco caminando por la inmensa biblioteca que invadió su casa.
Ese registro refuerza mi fantasía de que fue un lector que siempre sostuvo su voracidad, pero luego del documental Umberto Eco: la biblioteca del mundo, pienso que es más justo decir que leía poco y lento.
Estrenado en 2022, el documental llegó recientemente a la plataforma Filmin. En un formato tradicional y atractivo, se construye la figura de Eco como el hacedor de una biblioteca que, actualmente, pertenece al Estado italiano.
Se recuperan fragmentos de entrevistas, voces de intelectuales y de su familia no con fines biográficos, sino para dar cuenta de lo que encierra esa enorme colección.
Eco mantuvo hasta su fallecimiento, en 2016, una doble faceta de erudito y de divulgador de filosofía, una intersección de cualidades poco habitual. El documental muestra su afán por dirigir hacia la cultura popular una mirada curiosa y profunda, que aún décadas después suena novedosa.
Se lo ve explicando el atractivo de las teorías conspirativas, el exceso de información que atenta contra el conocimiento y hasta su fastidio hacia su propia novela policial, El nombre de la rosa.
Entre una aparición y otra, Eco deslizó una confesión: su afición por los libros falsos.
Lo falso y lo malo
Siempre supuse que, en tanto filósofo, Eco tendría siempre como horizonte de sus búsquedas a la verdad. Desde el documental me responde que prefiere conservar, por ejemplo, un libro de Ptolomeo antes que uno de Galileo Galilei. Su justificación: quienes propusieron ideas que se demostraron falsas tuvieron que inventar y suponer cosas extraordinarias para justificarse, cosas que terminan siendo bellas.
Pensé en otra categoría posible: los libros malos, esos caprichos de autor que no aportan nada. Me pregunté si Eco los consideraría falsos en vez de malos, si encontraría en ellos una belleza redentora. Concluí que su respuesta sería negativa y que apuntaría, en su lugar, a los lectores de libros malos.
La palabra “consumo” y el sintagma adyacente “consumos culturales” son verdaderas marcas de esta época. La lógica editorial se apropió de herramientas para que los lectores consuman literatura como si fuera cualquier otro bien, promoviendo la escritura de libros para un lector consumidor. Un lector que escapa a esta lógica, en cambio, es el que lee libros falsos.
Qué lees cuando me lees
En Poderes de la lectura. De Platón al libro electrónico (Fondo de Cultura Económica, 2024), el filósofo francés Peter Szendy ensaya la idea de cierto desvanecimiento del texto y del lector en el instante mismo de la lectura. Cuando el lector se deja llevar, suspende la conciencia de que está leyendo. La lectura no se corresponde punto por punto con el texto; es, a la vez, individual y colectiva: se incorpora desde su singularidad a todas las lecturas de ese mismo texto.
Lo colectivo en el caso de los libros que se consumen es el mercado, una lógica en la que el autor es una marca. En cambio, los libros que se escriben para ser leídos cobran una existencia independiente del autor (hasta pueden enfrentarse, como Eco y sus detectives medievales); hacen de lo colectivo una dimensión consagratoria.
En los libros malos hay un lector ansioso por la novedad, por leer velozmente para decir que ya lo terminó y subirlo a sus redes sociales. En los libros falsos de Eco no hay una verdad; mejor aún, hay una búsqueda lenta y silenciosa de la verdad. Por eso sus libros ahora son del Estado, porque no fueron suyos, solamente los cuidó por un tiempo.
Fuente: La Voz
Por Ernestina Godoy