Fuente: Libros y letras
Autor: Pablo Hernán Di Marco
La primera vez que viajé a Bogotá me impactó conocer la Librería del Fondo de Cultura Económica. Esa inmensa fachada sobre la Calle 11 de La Candelaria, su forma de herradura, sus incontables pasillos repletos de libros… Mi alma porteña no pudo evitar preguntarse: ¿por qué no tenemos en Buenos Aires una librería del Fondo? Por fortuna en 2016 mi deseo tomó forma frente a la plaza Armenia, y tardó muy poco en volverse una visita obligada cada vez que recorro esa zona de Palermo. Y no solo porque me remitía a aquella librería bogotana, sino también por el espacio central que le dedican a las editoriales independientes, su primer piso dedicado a la literatura infantil, y sobre todo por la cálida atención de sus libreros. Pocos días atrás me encontré con uno de ellos, Emiliano Morales, para conversar sobre todo lo que rodea a uno de los trabajos más bellos que pueda haber: el de librero.
—¿Cómo te iniciaste como librero, Emiliano?
E: La iniciación fue familiar, ya que mi padre toda su vida fue librero. Él ahora está jubilado, pero trabajó en los años setenta con Carlos Damián Hernández, y luego pasó muchísimos años trabajando en Prometeo Libros, donde fue socio fundador. Fue ahí que me enseñó el oficio, cuando yo era apenas adolescente. Aprendí un montón trabajando con él, que aparte de ser un buen librero también tenía formación de bibliotecario en Chile, de donde llegó a Argentina exiliado por cuestiones políticas.
—¿Cómo te llegó la oportunidad de trabajar en la Librería del Fondo?
E: Carlos Salcedo, el encargado de la librería, trabajó muchísimos años con mi padre en Prometeo. Y un día Carlos me contó que estaba con el proyecto de abrir en Buenos Aires la librería de Fondo de Cultura Económica, y me ofreció participar. Por supuesto que me interesó, así que aquí estamos. La librería inauguró en octubre 2016, y a la fecha trabajamos juntos.
—La librería tiene una característica que la distingue de cualquier otra: contar con el respaldo de una editorial como Fondo de Cultura Económica.
E: Claro, ese es un plus invaluable. Significa poder contar con el fondo editorial de unas de las editoriales más grandes y prestigiosas de Latinoamérica. Su catálogo es casi infinito, y por supuesto que enriquece y respalda a nuestra librería.
—Me voy a quedar con la palabra “infinito” para la próxima pregunta: los libros parecieran infinitos y el espacio disponible es limitado. ¿Cómo mantenés el equilibrio entre los libros que te gustan y los que el mercado te exige, entre los clásicos y las novedades?
E: Tratamos de mechar, es un trabajo en equipo con los compañeros de la librería. La idea es curar las secciones, de alguna manera. Y trabajar mano a mano tanto para lograr un equilibro que satisfaga a los vecinos del barrio, como así también al público que se nos acerca los fines de semana, que es grande y variado. El secreto es ser equilibrados y saber dosificar los ingredientes y los condimentos.
—Hablemos de esas situaciones entre graciosas y ridículas que solo pueden suceder en una librería. Por ejemplo: imagino que te habrá pasado que entre gente a comprar compases y escuadras, ¿no?
E: Jaja, eso nos pasa todos los días. Pero no hay que olvidarse de tratar con cordialidad a la gente que no es asidua a las librerías, sino luego les queda una mala sensación. La idea es que quien entre a nuestra librería, sea para comprar libros o para comprar compases y escuadras, se sienta bien tratado y quiera volver. Todos quienes nos visitan son atendidos siempre con humildad y respeto.
—Un librero no solo debe tratar con sus clientes, también debe tratar con una especie muy particular: los escritores. ¿Son los escritores una especie tan sensible, egocéntrica e insegura como cuenta el mito?
E: Hay muchísimo mito al respecto. Yo trato con muchísimos escritores y te aseguro que son personas muy cordiales. Aunque no te voy a negar que hubo algún caso excepcional.
—¿Por ejemplo?
E: Algún escritor que se puso a gritar porque su libro no estaba exhibido, o rarezas de este tipo. Pero son eso: rarezas, excepciones.
—Después intentaré sobornarte para que me des el nombre de ese escritor. Hablando de escritores desquiciados, te voy a contar un secreto. Cada vez que entro a una librería me viene una tentación: ubicar a mis libros en un lugar más visible. Nunca lo hice por miedo a que el librero me descubra, sería un papelón. Así que la pregunta es: ¿Alguna vez viste a un escritor reacomodar su libro con disimulo?
E: Sí, sí, vi a varios. Pero hacer eso no sirve, porque apenas el escritor se va, nosotros volvemos poner los libros en el orden adecuado.
—Me llama la atención la cantidad de gente que entra a las librerías como quien pisa un planeta desconocido, y dice: “Tengo que regalar un libro, ¿me recomienda uno?”. En lo que a narrativa se refiere, ¿cuáles son los libros que solés recomendar?
E: Por lo general recomiendo lo que estoy leyendo y me esté apasionando, aunque a veces alguna información se me escapa porque obviamente no se puede leer todo. También estoy atento a los libros que me recomiendan colegas y amigos, que suelen pasarme referencias a las que estoy atento para poder recomendar.
—A través de estos años, ¿cuáles fueron los títulos más vendidos de la librería?
E: Vendimos muchísimo a Oliver Jeffers. Todos sus libros fueron y son muy vendidos. Y nunca falta el fenómeno editorial del libro del momento, la novedad editorial de alguna editorial independiente… Al ser una librería con gran variedad de temáticas son muchos los libros que funcionan bien.
—¿Y cuál fue el libro más robado? Un librero de Bogotá me dijo que los ladrones de libros tienen una especial predilección por Bolaño.
E: Los profesionales se roban las novedades editoriales porque saben que es lo que pueden revender rápido. Y también todo lo que sea Anagrama. Los ladrones tienen muy apuntado todo el catálogo de esa editorial. Es como si esos libros tuviesen un imán que los atrae.
—Habrá que ponerle un candadito a los libros de Anagrama… Ahora pasemos a un tema fundamental. Como buen cliente que soy de tu librería hay algo que no puedo dejar de preguntarte: ¿cuándo vuelve a abrir el bar de la librería? No sabés lo que lo extraño.
E: En breve, Pablo. Te lo aseguro. Ya está encaminado el proyecto. Es más, en este mismo momento los pintores están trabajando y acondicionando todo, así que falta cada vez menos. Apenas reabra te esperaremos con un espresso de esos que a vos tanto te gustan.
—¡Genial! Entonces la próxima charla la tendremos en el bar de la librería. Vamos con la última, Emiliano. Te regalo la posibilidad de invitar a tomar un café a cualquier artista de cualquier época. Contáme quién sería y qué pregunta le harías.
E: Hablaría por horas con Mario Levrero. Soy fanático de su obra, la leí de punta a punta. Le preguntaría hasta por los detalles más insignificantes de cada uno de los libros que publicó. Le haría infinidad de preguntas, todas las que te imagines y más. Ahora que lo pienso… ¡Qué placer sería poder tener la oportunidad de conversar largo y tendido con Mario en el bar de nuestra librería!
Quienes quieran conocer la sucursal de Buenos Aires de la Librería del Fondo Arnaldo Orfila Reynal, están invitadísimos a acercarse a Costa Rica 4568, en el barrio de Palermo.
Pablo Hernán Di Marco. Desde Buenos Aires trabaja vía internet en la corrección de estilo de cuentos y novelas. Autor, entre otras novelas Las horas derramadas, Tríptico del desamparo. Colaborador literario de la revista Libros & Letras .