Música y sexualidad: dos términos que a priori no tienen nada que ver. No obstante, en su último libro, Esteban Buch –ensayista y musicólogo– encuentra entre ellos muchísimos y diversos puntos de conexión. «No es un tema en el que uno piense espontáneamente… pero cuando empieza a tirar de ese hilo da la impresión de que las prácticas musicales están, no digo saturadas, pero casi, de una vinculación con la sexualidad», dice a Página/12 el autor de Playlist, música y sexualidad.
Editado por Fondo de Cultura Económica, este libro es un «flujo de variaciones», con distintos tonos y ritmos. Cada capítulo tiene un enfoque particular, se puede apreciar independientemente del resto y es indistinto el orden de lectura. Y cada uno es presentado con una playlist especialmente diseñada de acuerdo a lo que cuenta, a la que se puede acceder escaneando un QR que dirige a Spotify.
Estos son algunos de los interrogantes que el libro despliega: ¿Qué rol juega la música en la vida sexual de las personas? ¿Cuáles son las representaciones de la sexualidad en las obras musicales clásicas y populares? ¿Qué consecuencias tienen, sobre la insistente presencia del sexo y el amor en la historia de la música, su devenir comercial y su digitalización? ¿Cómo podemos repensar, a partir de la sexualidad, los poderes de la música?
De Mozart a Adorno, de Wagner a Cardi B, pasando por Pink Floyd, Guy Debord, Madonna, el tango, la música de películas y la vanguardia, Playlist alterna entre la sociología de la cultura, la historia cultural, la musicología feminista y queer y las ciencias cognitivas.
Profesor en la École de Hautes Études en Sciences Sociales de París –ciudad donde vive desde 1991–, Buch probó tocar la flauta dulce, el piano, la guitarra. Cantó muchos años. Hasta hizo performances. «Pero no soy músico. Me viene bien haber tenido esa práctica pero no la reivindico. Nunca pensé que escribir sobre música era parte de ser músico. Soy un escritor que toma como objeto la música. Fui construyendo relatos en torno a la música que tienen como punto común la idea de que tiene un poder sobre las personas, los afectos, las emociones. Un poder en el tiempo. La música son formas temporales; nuestras emociones y deseos también. Eso produce relaciones complejas e interesantes», expresa.
«Tiene ese poder la música: los Estados, las instituciones, los grupos tienden a usarla de manera eficaz para sus fines», completa. Esta última idea, que aparece con claridad en O juremos con gloria morir: Una historia del himno nacional argentino, se plasma en distintos momentos en su último trabajo.
«El goce sexual, y no sólo el sexual, tiene formas temporales. El clímax es una cosa que no es solamente musical. Por supuesto que es erótico, pero también comprende formas dramatúrgicas, que tienen ese perfil dinámico. Eso hace que haya muchas idas y vueltas, maneras de la música que representan a la sexualidad. Y la sexualidad apela a la música para crear entornos y situaciones«, completa.
Eligió un tópico cuyos antecedentes en investigaciones se cuentan con los dedos de la mano. Comenzó a tratarlo en 2016 en el seminario que da en la institución parisina. En 1994 escribió Historia de un secreto —traducido al castellano en 2010– sobre la Suite Lírica de Alan Berg como «una especie de representación en clave de una historia de amor adúltera, que él tuvo realmente».
«El amor no es lo mismo que el sexo: ya lo sabemos. Pero las cosas están vinculadas: también lo sabemos», analiza ahora. Publicó además The Bomarzo affair. Ópera, perversión y dictadura, respecto de la censura por parte del gobierno de Onganía a la ópera de Manuel Mujica Lainez y Alberto Ginastera que mostraba «una sexualidad disidente».
Entre sus investigaciones musicológicas se encuentran, además, La novena de Beethoven. Historia política del himno europeo y La marchita, el escudo y el bombo. Una historia cultural de los emblemas del peronismo —coescrito con Ezequiel Adamovsky–, entre otras. Su primer trabajo de investigación fue sobre un desaparecido de Bariloche: el documental Juan, como si nada hubiera sucedido, filmado por Carlos Echeverría (1987). También es autor de El pintor de la Suiza argentina, libro que, en 1991, ofreció las pistas más importantes sobre la presencia en Bariloche del criminal de guerra nazi Erich Priebke.
Música y sexualidad es un libro repleto de referencias culturales, exhaustivo en el análisis –el autor se detiene hasta en notas precisas de obras–, una experiencia que se completa con la escucha de las playlists y un compilado de datos sorprendentes.
En 1952 Jackie Gleason publicó Music for lovers only. «En los ’50 surgen los primeros discos de larga duración pensados como banda de sonido de un encuentro erótico. La playlist es el momento más reciente de un tipo de colección que este disco ya ejemplifica, que después pasa a ser los famosos cassettes que la gente intercambia, especiales, para un encuentro íntimo. Son formas que van cambiando según la historia de la técnica«, explica Buch.
Un capítulo destacado es aquél que demuestra que «amar la música puede también querer decir amarla físicamente», centrado en Sonata y Osvaldo, poema para piano de Carmen Baliero y Adriana de los Santos, estrenado en los ’90 en Buenos Aires, que encarnaba la fantasía de los pianistas de «cogerse» al instrumento. Musicaliza el capítulo 9, «Dadá e Isolda», la impresionante Sonata Erótica de Erwin Schulhoff, que en 1919 representaba la voz de una mujer durante un encuentro sexual.
Testimonios de personas que aportan sus propias experiencias. «Lo digital, la pregunta por la mercantilización de la experiencia emocional de la escucha.» El acompañamiento musical a las relaciones amorosas en el cine, en el capítulo «Los amantes de Hollywood». Los frescos de Pompeya: «la iconografía muestra dos personas cogiendo y un tercero que hace música, que forma parte de un triángulo».
Música, sexualidad y tango. Análisis de canciones. Éxtasis neuronales: a partir de Summertime, de Coetzee, y Cincuenta sombras de Grey, de E. L. James, el autor explora el aporte que las neurociencias pueden hacer para entender qué es lo que ocurre en el éxtasis erótico. Son sólo algunas de las aristas que el libro trata.
«Tiene 16 capítulos, pero si hubiera seguido podría tener 32», se ríe el escritor, en su paso por Buenos Aires. Admite que géneros más nuevos como el trap y el reggaetón no tienen lugar en estas páginas porque «escapan» a sus conocimientos. «Los dejo para mis alumnos», dice, con los Pixies sonando de fondo en el bar.
Fuente: Página 12
Por María Daniela Yaccar