Nació en Tucumán el 29 de mayo de 1922, en una vieja casona colonial. Mucho más tarde, evocaría: “Nací en San Miguel del Tucumán, zona subtropical del Noroeste argentino, rica en telurismo, folklore, fragancias, chipos, lepra, maledicencia, susceptibilidad, amebas, guerrilleros”. Su salud quebradiza la obligaba a largas temporadas en cama donde descubrió el inenarrable placer solitario de la lectura. Conservaría un libro infantil sin tapa que llevó consigo en todas sus mudanzas. Un libro sobre una princesa, hija de los reyes del frío, que se enamora del príncipe del calor y abandona su reino para vivir su amor.
Desde niña supo que iba a ser escritora. Sus primeros textos eran pura rima y soledad, cartas de amor escritas en el colegio, para escándalo de las monjas, incapaces de comprender que esas cartas no tenían un destinatario concreto. La enfermedad postraba su cuerpo pero no su fantasía: “Las enfermedades del calor las he tenido todas: malaria, paludismo… En una de esas fiebres, me acuerdo, mi madre penaba a un lado. Yo no entendía por qué. Yo veía pasar los angelitos sobre mi cama, me inventaba dinosaurios que eran sólo para mí, conversaba con las plantas… Me habían regalado los cuentos de Calleja. Y después otro libro que se llamaba El tesoro de la fantasía. Eso había despertado mi pasión y ya inventé un cuento”.
Un día decidió dejar atrás la casa de su abuela Alfonsa, que fumaba chala y pasaba las siestas en el patio junto con las criadas que pelaban caña a la sombra. Tenía 16 años y había muerto su madre. Ingresó en Filosofía y Letras en la Universidad de Buenos Aires. Al finalizar la carrera universitaria obtuvo una beca para continuar sus estudios en Madrid. De allí pasa a París, donde asiste a la Sorbonne. Se casó con el pintor Miguel Ocampo -primo de Victoria y Silvina Ocampo, con quien tuvo tres hijas. El matrimonio se radicó en Roma, donde hizo amistad con Alberto Moravia, Elsa Morante e Italo Calvino.
En 1956 publica su primera novela, Dos veranos. La historia está contada desde el punto de vista de un mestizo huérfano, feo y pobre, atravesado por la humillación. Desde las páginas de la Revista Sur, la escritora española Rosa Chacel señaló que la manera de Orphée de retratar lo local, no era “Ni por casualidad un cachivache para turistas”, sino que hacía sentir el alma local, no el color.
Pese a que dijo que cuando dejó Tucumán fue el día más feliz de su vida, llevó consigo su tierra hasta el último de sus días. Compartió ese Tucumán secreto y destartalado con quien sería una de sus grandes amigas: Leda Valladares. Ambas conspiraban contra el pesado aire beato del colegio de monjas del que fueron alumnas. Eran dos espíritus endemoniados que le ponían un poco de animación a las aburridas clases. La profesora de música las llamaba “caudillas de grillos”.
La obra de Elvira Orphée consta de diez libros, entre novelas y cuentos . Decía escribir “para liberar a las mujeres de los retratos falsos”, y lo hacía en el mismo estilo que sus admirados escritores japoneses que “hipnotizan con su extrañeza, con su doble aspecto sagrado y maligno”.
Las dos novelas que se reeditaron en un solo volumen son Aire tan dulce -que, entre sus libros, es el que decía preferir-, y La última conquista de El Ángel -que indaga en la pantanosa psicología de un torturador, y que la escritora Luisa Valenzuela calificó de “sublime”-.
El escritor platense Leopoldo Brizuela, quien fue uno de sus más agudos lectores y promotores más generosos, la ubicaba en originalidad junto a Silvina Ocampo y Sara Gallardo: “Elvira Orphée hizo de los desclasados, los marginados y los pobladores de las zonas rurales de Tucumán los personajes de un mundo insólito, más cerca de Faulkner, Juan Rulfo u Onetti que de cualquier nativismo”. Murió un mes antes de cumplir los 96 años, dejando una novela que permanece inédita “Amada lesbia”, y una muy nutrida correspondencia con escritores como Julio Cortázar, Alejandra Pizarnik, Octavio Paz y Marosa di Giorgio.
Fuente: Diario Hoy