Una palabra tuya bastará…

octubre, 2022
Ante el fracaso del sistema sanitario, otras opciones irrumpen y desafían a la medicina diplomada: de curanderos y sanadores a una bruja feminista, una zona gris con sala de espera llena.

Según el New England Journal of Medicine, el 90% de las consultas que se realizan en hospitales no tiene respuesta. Esto se debe a que en las visitas no aparecen enfermedades claramente catalogadas en la medicina alopática, sino malestares. Se puede discutir sobre fenómenos colectivos frente a la salud y la enfermedad, pero hay una dimensión que sin dudas es individual.

Entonces, ¿hablamos de enfermedad o de enfermos? A partir del siglo XVIII, cuando la medicina empezó a delimitar su objeto de estudio, procuró hallar su fundamento en el método científico y buscó oficializarse, definir su campo de acción. Pero ¿qué pasa cuando las instituciones del sistema de salud son insuficientes o inaccesibles, o cuando las personas desconfían de ellas? ¿Y cuando la medicina diplomada no lograr articular respuestas efectivas?

Sanadores, parteras, curanderos y médicas. Las artes de curar en la Argentina moderna (Fondo de Cultura Económica) es un texto coral en el cual varios autores intentan responder estas preguntas. Lo hacen a través de catorce historias sobre las artes de curar, entre las que están la del Pasteur argentino, la del padre Ignacio, la de los curanderos de Jujuy y la de VerOna, una joven bruja feminista.

Más 200 mil personas en Via Crucis del Padre Ignacio de la Parroquia Natividad Señor del Barrio Rucci de Rosario en 2019. Foto: JUAN JOSE GARCIA

Para entender un poco más sobre este terreno incierto y en disputa constante, Ñ conversó con el director del compilado, Diego Armus, quien aclara que el término “curandero” se usa en el texto sin las cargas peyorativas habituales. A pesar de que la mirada, si bien cambiante en el tiempo, nunca ha dejado de ser condenatoria.

–¿Cómo y por qué surgió la idea de los hacer el libro?

–Hace tiempo que vengo trabajando temas de historia de la salud y la enfermedad. Es un campo que se ha desarrollado en la Argentina, en América Latina, y en todo el mundo está creciendo. En ese campo hay historias de la salud pública muy enfocadas en las instituciones y los médicos, por ejemplo, hay historias socioculturales de la salud y la enfermedad. En general, todas estas aproximaciones tienden a olvidarse algo que es muy importante desde mi perspectiva, que es que la medicalización que empieza fuerte en el XIX y avanza durante el siglo XX es incompleta. La pregunta siguiente es qué hace la gente que por distintos motivos no accede a los servicios de atención ofrecidos por las instituciones de la medicalización, la biomedicina, la medicina hegemónica porque no tienen recursos o porque la biomedicina no ofrece respuestas eficaces. ¿Cuál es la dinámica entre salud, cultura, medio ambiente? Es inestable. De pronto la biomedicina ofrece una respuesta eficaz, pero vivimos en un mundo de incertezas. Qué hace la gente cuando no tiene ese tipo de certezas para lidiar con sus, más que enfermedades, malestares, porque la enfermedad finalmente es una categoría construida por la medicina hegemónica y el malestar es una cosa mucho más vaga, más en línea predecible, si se quiere. Y qué pasa con ese mundo de atención, de prestadores de servicios de salud que no están institucionalizados.

–¿Por qué describe a los protagonistas de las historias como “practicantes híbridos”?

–Porque despliegan prácticas que no están necesariamente inscritas en la medicina alopática, en la hegemónica. La idea es que los saberes y las prácticas, especialmente en las narrativas que vienen de distintas tradiciones de las ciencias sociales, tienden a ser presentados como fenómenos muy cristalizados. Por un lado está el médico de guardapolvo blanco en el hospital y, por el otro, el curandero que se supone que no cobra y es particularmente sensible a las necesidades de los pobres. En el medio está la vida real, donde hay médicos de hospital que son mucho más sensibles, que saben que no pueden curar el empacho, y curanderos que saben que algunos remedios de la medicina alopática les pueden servir. Ahí lo que define es esta zona gris, donde todo es negociación, todo está más mezclado, más confuso. Muchas veces la teoría, venga de la antropología, de la sociología, inclusive de la historia –los historiadores somos más renuentes a armar teorías– tiende a armar estos mundos de modo muy consistente y esa consistencia no existe en la vida real.

–Se trata de un recorrido por la historia cultural de nuestro país, pero también de los vínculos que los pacientes tenemos con los distintos cuidadores de la salud. Además el texto pone de relieve nuestras creencias y principios.

–Es un tema interesante y muy complejo, porque por un lado está la creciente especialización de la medicina hegemónica, por el otro, muchos de estos oferentes que tienden a ser más holísticos. Pero no todos pueden ofrecer respuestas a los malestares que nos acompañan. Se ve la mercantilización de la medicina alopática, pero no hay que pensar que estos (los alternativos) son completamente distintos. Sabemos muy poco sobre el mundo de estos prestadores y está la idea cristalizada del “curandero que no cura, le pagás con una docena de huevos y una gallina». Eso es un poco folclórico.

–Pero cristalizar las figuras solo lleva a simplificaciones.

–Claro. Por eso a mí me gustan las figuras cristalizadas del curandero y del médico, que no están impregnadas por otras influencias y que se supone que siguen una receta muy bien definida.

–¿Qué tan “curandera” es la Argentina? ¿Y con respecto a otros países de la región?

–Es muy interesante. Cuando pensaba en este libro decía “uy, me voy a meter en una cosa complicada”. Uno podría decir que todo esto existe en otros países, pero me parece que aquellas sociedades que recibieron un importante aporte de población africana y esclava y tienen presencia de población indígena son mucho más ricas y densas en estas medicinas por fuera de la hegemónica.

VerOna, formada como bailarina, es terapista menstrual y doula, estudiosa de las propiedades terapéuticas de las plantas y se llama a sí misma “bruja feminista”.

–Como Brasil.

–Brasil es un ejemplo, México es otro, el mundo andino es otro. No hay que ser un especialista para pensar que esto que estamos discutiendo es mucho más rico en el noroeste argentino que en la pampa. Comparativa y probablemente menos que México, Brasil, Perú o Bolivia. Me parece que simplemente quedarse con eso también sería un poco sesgado, porque pensar que la migración ultramarina de fines del siglo XIX y comienzos del XX, los españoles, gente de Medio Oriente, ellos también traían sus propias tradiciones, perspectivas sobre la salud, el cuerpo, la enfermedad que no necesariamente estaban medicalizadas. Hay que hacerlo con cuidado, porque si no terminamos en una suerte de folclorización de estas ofertas de atención. Y cuanto más cercanas a la medicina indígena o a la medicina africana, mucho mejor. Y no. Otra vez aparece la cristalización. Los esclavos negros a América Latina y los indígenas o mestizos llegaron hace cinco siglos. El asunto es reconocer que está ese mundo híbrido que es muy complicado de discutir.

–Ninguna de estas tradiciones y culturas de atención a la salud ha sido ni es estática. Hay mixturas, intercambios, reinterpretaciones.

–Por más que la palabra esté un poco gastada, yo creo que sí estamos frente a un proceso de hibridización. Hay las distintas disciplinas y cada año aparece una etiqueta nueva: “no es hibridación, es aculturación”. Esas etiquetas duran un año y el problema al final es el mismo, mezclar. A veces la mezcla es más relevante para quienes la estudian que para quienes la practican, porque si uno les pregunta dónde se ubican a muchos de estos sanadores, parteras, curanderas, inclusive médicos, dicen “yo transito, navego por todo esto”. En cambio el cientista social, o algunos historiadores, queremos etiquetar porque queremos entender la complejidad social. Muchas veces con ese esfuerzo de comprensión terminamos encorsetando. Hasta yo dudo de que podamos pensar en prácticas y saberes muy consolidados, como sí está naturalmente muy consolidada la medicina hegemónica.

–A mediados del siglo XIX la medicalización era muy superficial. Entrado el siglo XX se consolidó, pero no estaba presente con la misma intensidad en toda la Argentina ni en la vida cotidiana de los habitantes. ¿Qué pasa ahora?

–Para nosotros los historiadores una de las obsesiones es la continuidad y el cambio a lo largo del tiempo. Una de mis preocupaciones es la persistencia, pero hay cambios que son específicos de cada momento. Acá hay una persistencia en donde la medicina alopática no es la única protagonista, después aparecen estas otras artes que se van ajustando a los tiempos. Por ejemplo, el espiritismo fue muy rico en la Argentina urbana a comienzos del siglo XX. Después decae. Y uno puede pensar que quizás hay un repunte hacia fines del siglo XX con la espiritualidad, estas nuevas ondas más new age.

–¿Por qué dice que una creciente medicalización de la sociedad terminará redefiniendo como fenómenos médicos asuntos hasta entonces pertinentes a la educación, la ley, la religión, las relaciones sociales, el mundo privado de los individuos y los grupos familiares?

–Eso es lo que ocurrió con la medicalización desde el siglo XIX en adelante: esta cantidad de fenómenos tanto del mundo privado como del público terminan siendo vistos como fenómenos médicos. Que la sociedad actual está mucho más medicalizada que la del siglo XIX no cabe ninguna duda.

Diego Armus es doctor en Historia por la University of California, en Berkeley.

–¿La pandemia desafió los saberes alternativos?

–En todos lados ocurrió eso. Yo vivo en Nueva York, Trump invitaba a que se hicieran buches con algo parecido al dióxido de cloro. Era un ejemplo perfecto de una coyuntura larga de incertidumbre biomédica. Y frente a eso, la salud pública hace lo que puede. El gran problema con la pandemia es que ni la sociedad, ni muchos de los opinadores públicos entienden que en las coyunturas epidémicas lo que reina es la incertidumbre. Hay que aprender a vivir con la incertidumbre. De algún modo la sociedad ha aprendido después de dos años y medio, a los golpes, no sé por cuánto tiempo. Incertidumbre es cuando la biomedicina no ofrece una respuesta eficaz y entonces florecen todas estas cosas, hay coexistencia y esto fue así, es así y va a seguir siendo así porque las relaciones entre sociedad, cultura y medio ambiente son inestables. Mañana vamos a encontrarnos con otro virus, entonces, pensar que todo esto se acabó es totalmente ilusorio.

–¿Se puede trazar un perfil de quienes acuden a estas alternativas?

–Es difícil, porque uno puede pensar esta cuestión de trayectorias terapéuticas así: tal persona se siente mal, se toma un tecito en la casa, no funciona y entonces sale a un mercado. Puede ir al hospital y le va mal, después va a acupuntura, después al padre sanador y así va recorriendo. Este recorrido no es infinito. Lidiando con sus malestares, los pacientes tienen un mundo de potenciales ofertas de atención que es limitado, que puede ir de la medicina alopática hasta lo que quieras, pero que no es siempre la misma para todos los malestares. Lo que el libro quizás discute con menos sofisticación, no porque ninguno de nosotros ignoremos el problema, sino porque es más difícil discutir eso, es esto de la perspectiva de los pacientes, de los enfermos o de los padecientes, que es muy difícil de trabajar.

Diego Armus
Buenos Aires. Historiador.

Doctor en Historia por la University of California, en Berkeley, enseña historia latinoamericana en Swarthmore College. Fue profesor invitado en la Argentina, Chile, Perú, Colombia, Brasil, México, Puerto Rico, Italia, España y China e investigador visitante en las universidades de Harvard, New York y Columbia. Es autor de La ciudad impura. Salud, tuberculosis y cultura en Buenos Aires, 1870-1950 (2007) y editor de The Gray Zones of Medicine. Healers and History in Latin America (con Pablo F. Gómez, 2021).

Fuente: Clarín
Por Bibiana Ruiz

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