Detectives civilizados. Si estás leyendo esto, de Kike Ferrari

marzo, 2025
En su última novela, Kike Ferrari construye un noir alrededor de un objeto "conjetural": el revólver con el que Borges intentó suicidarse en 1935.

Si la semiosis es infinita, Borges lo es sin duda alguna. Digo esto porque uno podría pensar que un objeto tan pensado, escrito, sobre el que se han desplegado autobiografías y biografías, y extensiones incalculables de papel y tinta auscultando su vida y su obra, ya no podría dar nada de sí, pero también podíamos pensar eso mismo inmediatamente antes de la salida de ese monumento extraordinario y maldito que es el Borges de Bioy Casares. Uno recuerda la sentencia que Borges le atribuye a Bioy en «Tlön Uqbar Orbis Tertius» acerca de los espejos y la cópula (son abominables porque multiplican el número de los hombres) y parece irónico que la multiplicación casi infinita de un solo hombre en esas páginas llenas de mordacidad e inteligencia nos haya causado un placer tan grande, el placer casi perverso de revisar regiones que el pudor medio tiende a rechazar.

Es notable, por otra parte (y digamos que habla mal de mí) que de la edición minor del Borges de Bioy, la única que pude comprar en su momento, lo que más me resuenan son las cuartetas obscenas en donde Borges recuerda cierto taller impúdico, que hace eco en mi cabeza con las «cartas obscenas» que Beatriz Viterbo le escribiera en su momento a Carlos Argentino. Y así uno cae, inmediatamente, en esos procedimientos borgeanos que confunden el robo con la creación, algo de lo que Ricardo Piglia supo hacer una zona importante de su propia poética, e imagina las cartas de Joyce a Nora Barnacle traducidas al argentino del Río de la Plata y transformadas en esas cartas entre Daneri y Beatriz, firmadas por Pablo Katchadjian, quien fuera demandado por María Kodama por aumentar el tenor graso de El Aleph hasta llevarlo al doble de su tamaño.

Todo esto para decir que Borges es infinito como la semiosis, y quizás más, y que una prueba de esa infinitud es Si estás leyendo esto, la novela en la que Kike Ferrari construye un recorrido con aire de proeza borgeana.

Como todos los objetos borgeanos, Si estás leyendo esto nos hace pensar en libros, en primer lugar en libros parecidos, como Todos los Funes, de Eduardo Berti, libros que son redes atravesadas por otros libros. En el caso de Si estás leyendo esto (leer: esa situación omnipresente), lo que hace Ferrari es tomar un episodio en la vida de Borges (en la semivida, podríamos decir) relacionado con un arma, y construir dos personajes de cuño borgeano, los investigadores bibliotecarios Adrián Alvarado y Paula Rosetti, cada uno con una historia personal apenas entrevista en los rincones de su aventura. ¿Qué sabemos de ellos? Un par de detalles de sus respectivas vidas sexuales: Adrián es gay, tiene amantes «tapados» e infelices; Paula ha encontrado en la disciplina BDSM (conjeturo) un estremecimiento vital que le había negado un matrimonio gris.

Pero son detalles que apenas sazonan sus historias, atadas fundamentalmente a la obsesión borgeana por ese objeto conjetural sobre el que muchos han oído: el revólver con el que Borges trató de suicidarse en el hotel La delicia de Adrogué.

Es una historia conocida y el escenario es recurrente en la vida y en la obra de Borges: hay incluso una foto de Borges al lado de la estatua de Diana que decoraba el jardín (junto a una columna, el único resto que queda hoy del hotel) y además es sabido que el establecimiento está transfigurado en la célebre quinta de Triste-le-roy, en «La muerte y la brújula».

 

La anécdota está contada en Borges. Esplendor y derrota, de María Esther Vázquez, y nos enfrenta a la vieja disyuntiva de los «hechos reales»: ¿tuvo lugar esa sucesión patética que encadenó un rechazo amoroso, la compra de una botella de ginebra, de un arma en una armería casual y un libro de Ellery Queen, la toma de la habitación 48 (un chiste borgeano, y malo: el 48 es il morto qui parla, pero ese Borges sacudido por el dolor sentimental es humorísticamente inimputable) y finalmente un tiro que no dio en el blanco? ¿Importa si sucedió o no?

A quienes les importa es a Adrián Alvarado y a Paula Rosetti, que no dejan recurso literario sin desplegar a la hora de reencontrarse con ese revólver perdido, empezando por su propia pesquisa en la Biblioteca Nacional (de la que son empleados), hasta contratar a una dupla de profesionales que son, como quería Piglia, tío y sobrina, y estos a su vez tironean un amplio mapa del hampa que brota de las páginas de un interminable escrutinio de nuestros libros. A medida que buscamos ese .38 S&W (¿es un Smith & Wesson?), nosotros que estamos leyendo esto nos encontramos con personajes que recordamos, que nos suenan, que conocemos de algún lado. Cetarti, Vera Ortiz Beti, esos nutrieros que recorren el territorio inundado, ese Delta Panorámico, ¿de dónde los tenemos?

Ferrari se ha empeñado en conectar ese objeto borgeano perdido con una porción enorme de libros argentinos (podemos empezar una campaña a la uruguaya para hacer de Onetti un escritor argentino), pero además juega, por momentos con los yeites y las invenciones formales de los autores, haciendo de su novela un noir que es al mismo tiempo un museo de la eterna novela nacional, ese sueño de ficciones al que se entregan, por el impulso de pensar, contar e imaginar, los autores «censados» en el final del libro. Ferrari nos propone una primera búsqueda directa, la del revólver perdido, y la indirecta e interminable de personajes secundarios, locaciones, y apodos de la literatura argentina, devolviéndonos para ella un sustantivo borgeano, abrumador y gozoso, la potencial infinitud, pero además invitándonos a recorrerla de nuevo, a perdernos en ella.

Nos vemos en la próxima,

Flavio Lo Presti
Docente, periodista y escritor. Desde hace años se dedica a leer y comentar libros.

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