El congelamiento del planeta Venus. La pérdida del deseo, de Luigi Zoja

abril, 2024
En su último libro, el psicoanalista y escritor italiano Luigi Zoja realiza un paneo de la revolución sexual del siglo XX y analiza el retroceso de la actividad sexual humana en el convulsionado siglo XXI.

Querido lector. Te invito a pequeño un recorrido para llegar a La pérdida del deseo, de Luigi Zoja. Vas a tener que seguirme por una zona de la imaginación pública entre divertida y bizarra, pero te prometo que llegaremos a las conclusiones del psicoanalista italiano.
Venus era (o es, no me he  molestado en constatar su inexistencia) un canal de pornografía que aparecía en la grilla del cable “codificado”: la anécdota adolescente de intentar adivinar entre las rayas grises lo que pasaba entre esos cuerpos doblados por la distorsión de la imagen me fue contada por al menos una decena de personas, en esos actos de confesionalismo jocoso a los que nos suelen someter las reuniones con desconocidos.

 

Pero yo guardo un recuerdo diferente sobre Venus. No me recuerdo haciendo malabares para captar cuerpos desnudos entre rayas, sino cuatro publicidades que solían aparecer (creo) en las señales Space e I.Sat, que pasaban el cine que yo solía ver. (No voy a escandalizarme de la compulsión adolescente a la pornografía exhibida por otros, pero para bien de todos voy a evitar, hablando de estos temas, cualquier confesión personal; solo diré que no solo veía cine cuando era chico.)

En fin, recuerdo estas cuatro publicidades del canal Venus. En una de ellas, que formaba parte de la celebración de los diez años de la señal, un dúo formado por un hombre y una mujer, con todo el aspecto de estrellas del porno, pero vestidos con batas de médicos, caminaba por un espacio de paredes blancas con apariencia de clínica, y declaraban que Venus había creado un programa de reinserción laboral para quienes habían sido sometidos a diez años de emisión de sus productos (es decir, pornografía televisada). La cámara paneaba entonces tres stands en donde dos hombres y una mujer cumplían distintas tareas de reinserción laboral que aprovechaban la dinámica de la manipulación del propio cuerpo y de los genitales: ella acomodaba medias en la pierna de un maniquí (era una “futura vidrierista”), uno de ellos era barman y “batía” cócteles, y el otro era pastelero y desparramaba crema con un pomo sobre una preparación.

En la segunda publicidad, el mismo equipo de hombre musculoso y rubio y mujer voluptuosa y morena, ambos con sus batas blancas, hacían un test. Presentaban a un hombre común, Juan, que llevaba diez años en la fantasía de Venus. El “doctor”, entonces, llamaba a Solange, su ayudante, que aparecía con medias bucaneras por debajo de su bata, y se daba la siguiente escena: Solange preguntaba a Juan si tenía hora, y Juan, después de negar, agregaba: “pero tengo esta”, bajándose los pantalones y dejando ver una sunga mientras empezaba a tararear las melodías infames con las que el porno solía acompañar los acoples de los cuerpos cuando aún regía sus producciones mainstream un rastro disfuncional de pretensión cinematográfica. El hombre debía ser neutralizado con un teser eléctrico y era reconducido a rehabilitación. La conclusión era lógica: el mundo real no era igual al mundo Venus.

Pero hablé de cuatro publicidades.

La segunda tanda ya no se ubica en la clínica Venus de rehabilitación para consumidores, sino en el mundo real. En la primera de esta segunda tanda, un hombre está sentado en su propio auto en el asiento del acompañante, y una mujer está manejando. Ella no puede acertar la mecánica entre embrague y acelerador, y a pesar de que vemos en su rostro que él sufre, se apacigua e intenta seguir explicándole, hasta que el vehículo se detiene definitivamente y ella declara: “¡Uy, lo rompí!”.  La respuesta de él es galante, comprensiva, exagerada: “No importa, compro otro”. Después, en la siguiente publicidad, el escenario es de nuevo un auto, en este caso una camioneta roja, si no recuerdo mal. El hombre maneja y se elogia a sí mismo como amante moviendo la pelvis y preguntándole a su acompañante femenina: “Y, ¿cómo estuvo el Cholito anoche? ¿Cómo se movía?”. Ella corresponde el autoelogio (“Me encantó, Cholito, sos un potro”), pero entonces él empieza a sufrir un espasmo en su cuerpo, se agarra el abdomen y se retuerce. El efecto de esos retorcijones se ve en la cara de ella y en su incapacidad para respirar. Se produce un diálogo en el que él pregunta si el olor molesta, y explica que la madre de ella le pone ajo a las milanesas y eso a él  “le fermenta”, y, mientras se suceden las caras de asco de ella, él remata retomando el movimiento pélvico, prometiendo “fiesta” para esa noche. La conclusión de estas dos publicidades  (enfocadas desde una concepción binaria de los géneros que está en retroceso) es también silogística: si tenés que soportar que una mujer te rompa el auto o los accidentes gastrointestinales de un bruto desagradable, es mejor abonarse al free pass de Venus y masturbarse.

Curiosamente, estas viejas publicidades de Venus ilustran las conclusiones del libro de Zoja, titulado de forma tan inapelable como son las estadísticas que se exponen entre sus páginas. Después de la enorme apertura sexual que significó la difusión del psicoanálisis (Zoja se encarga de dejar en claro que no es una historia de progreso lineal y que hubo otras épocas de apertura sexual en la historia humana, con movimientos de retracción posterior), la revolución sexual (transformada por el dominio global de la cultura yanqui en un supermercado de productos de fitness, de salud, de juguetes y de personas) ha empezado a enfriarse.

 

Podríamos apalancarnos en estas publicidades para ilustrar el estado actual de cosas tal como las muestra el libro: la pornografía (hoy en nuestros teléfonos, al alcance de un par de apretones de pantalla) está afectando nuestra imaginación sexual, pero también nos está cobijando de un creciente temor a los demás, que estas curiosas piezas vintage de Venus anticipaban de forma muy precisa. Los jóvenes se están retrayendo al interior de sus habitaciones; la laicización del eros, la separación de sus aspectos sagrados y su reducción a una “hidráulica” de los cuerpos, le ha quitado misterio y sentido a la cuestión; las redes sociales de citas solo aumentan la ansiedad y el autodesprecio de los ciudadanos, que no cumplen los estándares del mundo Venus (curiosamente ayer vi un video de un hombre que gritaba en un sitio de comidas rápidas que las mujeres no lo respetaban por su estatura); la tecnología médica permite desenganchar la procreación del coito. ¿Adónde vamos entonces? ¿A un mundo completamente deserotizado? No es acá en donde va a haber alguna respuesta, sino en La pérdida del deseo, de Luigi Zoja.
Nos vemos en la próxima,

Flavio Lo Presti
Docente, periodista y escritor. Desde hace años se dedica a leer y comentar libros.

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