Hay en el comienzo de ¿Qué es más macho? de Gonzalo Aguilar una cita de Alan Pauls que es de una hiriente puntería. Pauls dice que no hay nada más frágil que la condición masculina, que siempre estamos al borde de perder. Lo cual es, huelga decirlo, agotador. Lo masculino, como señala Aguilar con Pauls (no sin antes decir que el sufrimiento del hombre por ser hombre no puede compararse con la opresión patriarcal sufrida por las mujeres) está expuesto a una fragilidad constante, porque uno puede dejar de ser un hombre bajo una infinita variedad de circunstancias: retrocediendo en una pelea, equivocando el objeto de su placer sexual por un mínimo segundo (es más: admirar la apostura de otro hombre es suficiente), fallando en la erección (prestación sexual masculina sine qua non); pero también dejándose adelantar en la sala de espera del médico, perdiendo un lance en un partido de fútbol, ganando menos dinero que otro hombre (o que una mujer), teniendo un auto peor que el del vecino (perdiendo, en fin, en cualquier ítem en el cual se pueda “competir”).
Las exigencias de lo masculino son agotadoras, y todos los que asumen la identidad de hombres cis (al menos todos los que conozco) han sentido el pesar de sostener una comedia que incorpora en la composición tradicional de los moldes del varón mandatos que, por un lado, son (a la vez que absurdos) imposibles de satisfacer en su totalidad; y por otro, conducen a una violencia inexcusable, y que es constitutiva de todo el repertorio de movimientos de la virilidad, a un punto tal que nadie puede dar garantías de no ejercerla. Existe, con todo, el peligro de una hipocresía larvaria que nos haría pensar que nos corremos de esos moldes, cuando en realidad los estamos reproduciendo bajo la ingenua creencia en su extinción.
Entonces: ¿sobre qué supuestos afirmar las transformaciones que señala este libro de Aguilar?, ¿sobre qué supuestos sostener sus promesas utópicas?
Por un lado, la crisis de la masculinidad que se anuncia por todos lados según el autor y la consecuente “caída del falo” parece sofocada por la proliferación de discursos heteronormados, binarios y “tóxicos”, que atraviesan canciones de moda, especulaciones de la cultura popular, programas de chimentos, memes, comentarios amistosos en asados, nombres de grupos de Whatsapp y un etcétera interminable, y que no dejan de ejercer esa presión de ser hombres contra la evidencia de efectivas transformaciones en la manera de vivenciar los géneros (soy profesor de secundaria y puedo garantizar que los varones jóvenes de hoy son distintos a los de mi propia juventud, y sin embargo…).
Por otro lado, el libro de Aguilar termina con un planteo que hace depender el mentado “fin del patriarcado” del fin del capitalismo, algo sobre lo que Mark Fisher dijo, elocuentemente, que es menos fácil de imaginar que el fin del mundo (aunque a pesar de la utopía matriarcal de Oswald de Andrade, Aguilar es menos optimista acerca de la posibilidad de disolver la propiedad privada). ¿En qué punto estamos con respecto a todo esto? De momento, el presidente de la nación argentina sintió la obligación de fotografiar su pie desnudo para que las cavilaciones públicas sobre su talle de calzado no impugnaran la proyección de esa medida sobre otra (no hace falta aclarar cuál) en la imaginación popular.
El libro de Aguilar parece, en un punto, ideal para el lector que no ha pensado en estos temas ni ha leído teoría específica: no va a responder exactamente estas preguntas, aunque las plantea, y además va a llevarnos por una galería de formas de lo masculino pensadas desde zonas que dislocan los moldes más tradicionales, desde el poema más conocido de Sor Juana Inés de la Cruz hasta las fotografías de la brasileña Madalena Schwartz, de un poder arrollador al mismo tiempo que amparadas en una enigmática ausencia de discursos programáticos. La versatilidad de Aguilar le permite recorrer desde la penúltima novela de Alejandro Zambra (donde observa las modulaciones que asume la condición de padrastro de un poeta que intenta no ser todos los padres que ha conocido) y, pasando por el desplazamiento de Juan Pablo Castel (el personaje de El túnel de Ernesto Sábato) de artista melancólico a femicida, intenta pensar lo que le dice a la masculinidad tradicional el “Manifiesto (Hablo por mi diferencia)” de Pedro Lemebel, atraviesa la obra de Luis Buñuel siguiendo la mirada masculina (fundamentalmente obsesionada con las piernas de las mujeres), para llegar a la apropiación femenina del campo visual , y enfoca, en el tramo final, una película de Lucrecia Martel (La niña santa) en la que un ejercicio no consentido de froteurismo es el precio a pagar por el acceso femenino al espacio público (esta zona se completa, además, con ensayos sobre la fascinante obra narrativa de la brasileña Hilda Hilst y la novela La hora de la estrella, de Clarice Lispector).
¿Qué es más macho? es una invitación a recorrer este horadado museo de moldes de lo masculino, y hasta lo hace explícitamente, construyendo para nosotres, en el final, un tour entre nostálgico y celebratorio por las chucherías (soldaditos, fotos de Schwarzenegger) que, quizás de una forma residual, todavía nos encantan y atormentan a todes.
Nos vemos en la próxima,
Flavio Lo Presti
Docente, periodista y escritor. Desde hace años se dedica a leer y comentar libros.