Quizás esta emisión de las Lecturas de Fondo debiera reducirse a una recomendación: hay que leer El señor Kreck. Como no podemos hacerlo, vamos a entrar en la trampa de desgranar virtudes evitando tocar el núcleo de suspenso que nos mantiene en vilo al leer el libro de Juan Octavio Prenz.
Hay que decir dos cosas, antes de empezar ese viaje. Primero, que hoy más que nunca, después de ciertas decisiones del gobierno nacional argentino (autorizar por decreto la requisa física y digital de todos los ciudadanos de forma preventiva), la novela de Prenz, cuyo centro involucra una detención arbitraria padecida por el pobre señor Kreck en el año de mi nacimiento (1977), se ha vuelto de lectura urgente. Segundo, que viviendo en un presente en el que somos compelidos constantemente a una exhibición obscena de la intimidad, que nos obliga a exhibir nuestras comidas, nuestros proyectos, nuestros estados civiles, nuestra felicidad y nuestros pensamientos (quizás es una “reflexión” de geronte, después de todo hay una tendencia entre los jovencísimos a taparse la cara cuando se sacan fotos, o a tomarse fotos que registran más la ausencia que la presencia, o a tener cero publicaciones en redes sociales), y que nos fuerza a opinar inevitablemente ante cada nuevo tema puesto en agenda en nuestros teléfonos por infatigables productores de noticias, desde el valor de la última trilogía de Star Wars hasta la prisión de Cristina Fernández de Kirchner, en un mundo así, encontrarnos con el reticente Kreck, cuyo apellido hace estallar sus consonantes eslavas en el título de la novela, es un oasis de resistencia.
El núcleo argumental de El señor Kreck pasa en parte por el valor que el propio Kreck le otorga a su palabra y el modo en que su administración se transforma en una ética que, al menos en el mundo en que le toca trascurrir sus casi sesenta años (el cruento final de la década del setenta en este arrabal del mundo), se vuelve también una apuesta peligrosísima. Pensemos un poco en la detención de Kreck, y de paso opinemos sobre las noticias en este país. Kreck es empleado en una compañía de seguros y es de una proverbial corrección. Nadie omite el “señor” antes de su apellido porque se ha ganado ese tratamiento respetuoso con años de decir lo que hace falta, hablando atinadamente, pero hasta por los codos, para vender pólizas y hablando casi nada cuando la palabra es innecesaria, u optando por los formulismos inanes que hacen falta para que la vida retome su curso normal sin ser alterada por el exabrupto de la confesión. Kreck no va a decir nada que no quiera, pero comete un error fatal en 1977: un mínimo cambio de hábitos. ¿O se trata de ciertas conversaciones con otros inmigrantes mitteleuropeos como él, el señor Lashek por ejemplo? ¿O son sus contactos con el capitán Leiva Gómez, cuyo hijo está involucrado en actividades que el gobierno clandestino de la Junta Militar considera sospechosas? Algún crítico lo ha señalado: a partir de su detención inesperada, sobre cuyas motivaciones se teje la consabida red de sospechas cómplices (es difícil no recordar una frase en la que Ricardo Piglia se apiadaba del “pueblo argentino” a quien, después de sufrir la dictadura, querían cargarle la culpa de la complicidad), Kreck atraviesa una ordalía que es obligatorio llamar kafkiana, y que pone a la dictadura argentina en una línea de absurdo que parece afectar a toda burocracia (tanto estatal como privada: uno puede recordar el estalinismo de mercado del que habla Mark Fisher), con el agravante del permiso autoconcedido para desaparecer personas. Ironizar en este caso es casi un crimen: todo alrededor de la detención arbitraria de Kreck se vuelve asfixiante, y hay algo en la magistral tensión de la prosa de Prenz que nos conduce por ese miedo como una forma de no olvidarlo, lo que no deja de alertarnos sobre la posibilidad de que cosas así vuelvan a suceder (después de todo, hoy a algunos conciudadanos se les ha habilitado una nostalgia verde oliva).
De todos modos, el dispositivo narrativo del que se vale la novela de Prenz deja su potencial denuncialismo casi irónico, teñido por su cuota de enigma eventual (¿liberarán a Kreck?), en una suerte de segundo plano. Una cuestión se vuelve progresivamente más interesante: ¿quién narra?, ¿quién organiza la narración? Los pensamientos supersutiles de Kreck, aparentemente reconstruidos por la tercera persona divina de la vieja novela, se revelan “montados” por alguien a quien la señora Kreck, esposa del elusivo “protagonista”, reconoce como interlocutor. Ella es entrevistada por alguien, y también es entrevistado el elenco que rodea a Kreck, en la procura de la solución a un enigma más insidioso aun que la organización política de la Argentina.
Vamos a conectar ese enigma con dos referencias. Por un lado, una vieja novela de Georges Simenon titulada El hombre que miraba pasar los trenes, cuyo personaje principal (Kees Popinga, de la ciudad de Groninga) ve estallar su mundo privado, perfectamente ordenado, hacia una fuga íntima y secreta que termina en el manicomio. Por otro, un breve escrito de Juan José Saer perdido en la segunda parte de La mayor, libro que contiene textos que podrían confundirse con cuentos. Se titula “Al abrigo”, y cuenta la historia de un hombre (creo recordar que era un mueblero, pero puedo estar equivocado) que guardaba un rollo de billetes en algún rincón de su casa, precisamente al abrigo de toda curiosidad. Creo recordar, de nuevo, que sus pasos terminaban en la muerte. Su historia servía para pensar en todas las cosas que guardamos tenazmente de los demás, como guarda Kreck sus palabras, sus sentimientos, sus confesiones, y como parece guardar el secreto de por qué ha interpolado entre sus hábitos el inesperado alquiler de un departamento administrado por dos ancianas solteras, hijas de un ornitólogo famoso.
El Popinga de Simenon termina en el manicomio y el mueblero de Saer, en el cementerio. ¿A dónde conducirán los pasos de este pariente literario de los dos, este Rodolfo Kreck que Prenz imagina en su novela? No hay mejor respuesta que leerla y, si lo hacen, espero sus agradecimientos.
Nos vemos en la próxima
Flavio Lo Presti
Docente, periodista y escritor. Desde hace años se dedica a leer y comentar libros.
Puede ver la presentación de El señor Kreck realizada en la Librería del Fondo.