Ser o no ser…peronista: «Una pérdida eterna. La muerte de Eva Perón y la creación de una comunidad emocional peronista» de Sandra Gayol

octubre, 2023
Sandra Gayol analiza la conexión entre el dolor, la felicidad y el sacrificio que formaron parte de la sensibilidad que inauguró el peronismo, y lo hace en el contexto de las tensiones alrededor de la agonía, muerte y exequias de Eva Duarte de Perón

Ya lo dijo Borges: Plutarco se burlaba de que los atenienses creyeran que su luna era mejor que la de Corinto. Y quizás caiga en el mismo lugar la idea de que los argentinos somos únicos. Siendo una remota lejanía del Cono Sur, somos el único país que ha tenido un papa no europeo desde que en 741 dejara de serlo San Gregorio III. Somos la tierra del deportista más icónico de todos los tiempos, el más conocido en la historia de la humanidad, y que increíblemente superó su estatura atlética a través de su carisma fuera de la cancha, la poesía espontánea de sus palabras mágicas y los contrapuntos indominables de su carácter, resumidos en el verso de Manu Chao: “Si yo fuera Maradona, viviría como él” (un pueblo entero, pero tal vez el planeta, lloró su paso a la inmortalidad, a pesar de los reproches a su conducta privada, de sus claroscuros, de ser el dios con pies de barro del que habló Eduardo Galeano).

Dos eventos recientes interpelan esta sensación argentina de singularidad, quizás tan injustificada como el orgullo lunar de los griegos de Plutarco: el desbordado velorio de Maradona y los seis millones de ciudadanos que en diciembre de 2022 recibieron a la selección argentina campeona del mundo, capitaneada por el veterano Lionel Messi, heredero futbolístico de Maradona aunque mucho más difícil de caracterizar desde el punto de vista político.

Todas estas particularidades (estoy seguro de que cualquier país del mundo, esas relativas arbitrariedades del catastro global —que no me escuche Benedict Anderson—, pueden contestar con particularidades parecidas al orgullo argentino) son causa, en la Argentina, de una acalorada emotividad que suele derivar en binarismos virulentos. Y este libro de la historiadora Sandra GayolUna pérdida eterna, se encara con un momento nodal en la edificación del binarismo que, tal vez, atraviese a nuestro país de la manera más idiosincrática, significativa y (no esquivemos el adjetivo) violenta: la muerte de Eva Perón, su interminable rito funerario, y el modo en que alrededor de ese evento se anudaron las sensibilidades de los dos bandos que hoy mismo (en un mes, para ser más exactos) se disputarán el control del poder en la Argentina: el peronismo y el antiperonismo.

El libro de Gayol parte del análisis de una infinidad de documentos (discursos políticos, artículos de diarios oficialistas y textos de prensa escritos en el exilio por los opositores, libros, biografías tempranas de Eva, telegramas, esquelas y cartas escritas de puño y letra que sobrevivieron a la saña de la autodenominada Revolución Libertadora) para enfocar ese momento crucial en el trenzado entre el programa del peronismo, sus reformas económicas, la creación de un nuevo sujeto político y la contemplación de un dolor social hasta entonces condenado a las sombras con una forma de la emotividad que aúna dolor, amor y sacrificio. Al pueblo peronista, lee Gayol en esa miríada de testimonios históricos, le fue habilitada una forma del sentir que dividió aguas casi definitivamente en la historia argentina, y la expresión de esas formas del sentimiento en el momento de la agonía de Eva Duarte de Perón es escrutada y leída en toda su increíblemente sensible variedad, que va desde la codificación de la compunción de los dolientes (el llanto, los desmayos, el desborde físico de los espacios), pero pasa también por los aromas y el colorido de los arreglos, la disposición oficial, el lugar inédito de las mujeres, el despliegue federal de humanidad argentina replicando el velorio capitalino, el sentimentalismo obsequioso de la prensa oficial y las ambigüedades del peronismo, cuyo afán transformador, cuyo personalismo, cuyo resentimiento originario podía hacer coquetear con el autoritarismo. De hecho, el último capítulo del libro de Gayol registra el ensañamiento verbal (y de costado, el ensañamiento y la crueldad física) de los opositores antes y después de la caída de Perón, en parte como respuesta a ese autoritarismo y a la incomprensión de esa nueva forma de emocionalidad política.

Tres cosas (o cuatro, o cinco, o seis, o mil) se me vienen a la cabeza cuando termino de leer Una pérdida eterna. La primera es el brevísimo cuento “El simulacro”, de Jorge Luis Borges. Se lo puede leer acá, y es una muestra de la perplejidad frente al duelo del cuerpo de Eva que sacudió a la nación (evitemos la metáfora eléctrica que Gayol también analiza). La segunda es la alucinación antiperonista del Diario de Andrés Fava, de Julio Cortázar (en la misma serie podríamos agregar “La fiesta del monstruo”). La tercera es un video reciente en el que Tomás Rebord, streamer peronista, le enrostra a un interlocutor antiperonista su incapacidad de entender el movimiento, que podría ilustrar el pívot emotivo político alrededor del cual gira nuestro país, y del que el libro de Gayol se hace cargo de forma excelente.

Una cuarta es el recuerdo de Alba, abuela de mi exesposa que había alcanzado los noventa y cinco años y que, criada en Buenos Aires, solía exagerar su tête à tête con la historia. Por ejemplo, contaba la vez que había corrido a Borges para decirle “maestro”, con el mismo tono de Soler Serrano. Pero su momento más emotivo en las sobremesas era el relato según el cual ella, que trabajaba en el Hospital Italiano, se había negado a pararse ante el paso de Eva, y las consecuencias que había sufrido: un impreciso destierro en los sótanos de la institución, que ilustra de forma condensada y quizás imaginaria las tensiones que Gayol explora en este ensayo ideal para esperar las elecciones de noviembre.

Nos vemos en la próxima.

Flavio Lo Presti
Docente, periodista y escritor. Desde hace años se dedica a leer y comentar libros.

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