Una lluvia que realmente moje. El viaje interior. Peyote, hongos, psiconautas, de Guillermo Giucci

mayo, 2025
El investigador Guillermo Giucci cuenta la historia del contacto entre los artistas y científicos occidentales y las plantas sagradas mexicanas, un proceso sinuoso y ambiguo que en algún sentido permanece abierto.

Soy un racionalista cavernícola. Lo digo porque, en mi necesariamente corta experiencia como ser humano, he generado un callo de obtusidad (la Real Academia me ha autorizado el término) que consiste en aceptar una serie de aparentes incongruencias sostenidas por las epistemologías vigentes, aceptar las aporías más o menos comprensibles autorizadas por las ciencias, pero negarme a cualquier idea de plan, diseño inteligente, divinidad o lo que fuera. Así, uno de los primeros libros que leí en estas entregas fue La mente nueva del emperador, de Roger Penrose. Penrose, en su calidad de persona que está mucho más cerca que un escriba torpe como yo de saber cómo funciona el universo, se permite una duda que yo no puedo permitirme: la de fantasear con un sentido detrás de todo esto. Por mi parte, hace años que intento terminar la biografía de un poeta cordobés cuyo abuelo estaba convencido de que la realidad entera era el despliegue de un lenguaje que podía interpretarse y que tenía como fuente una entidad supraindividual a la que llamaba «El espíritu»: frente a esa convicción delirante, incluso las dudas que alguien como Penrose podría instalarme se disuelven.

Y, sin embargo, una noticia recientemente reflotada sobre la posibilidad de que el universo sea una «simulación de computadoras» (pasó por fake news hace unos años y ahora volvió a aparecer en nuestros teléfonos) y la palabra «disolver» me devuelven a dos fantasías populares transformadas en sendos relatos. La primera es Matrix, que se alimenta de nuestra inclinación al sentido para decirnos que efectivamente la realidad es un software y un engaño, detrás de la cual hay una explicación (en ese caso distópica). La otra, un cuento de Elvio Gandolfo titulado «El terrón disolvente», que el escritor sitúa en un campo cercano a Cañada de Gómez: un personaje visita a otro y recibe una muestra del terrón que «disuelve» la realidad hasta dejar desnudo su sentido por treinta segundos.

Bien, leyendo este libro de Guillermo Giucci vuelve la pregunta, en el filo de lo legal: ¿habrá en lo que se llama allí «drogas enteogénicas» una conexión posible con una forma más pura de realidad, con un más allá de la cortina del Mago de Oz? ¿Habrá en la experiencia con la mescalina, el LSD, la ololiuqui, los hongos teonanáctl y demás vegetales descriptos en el libro de Giucci una posible salida a la sensación de, como dijo Yeats en un poema que me gusta mucho y que no mucha gente parece haber leído o recordar, «la lucha de la mosca en la mermelada»?

En El viaje interior, Giucci sigue a muy distintos aventureros del espíritu en un texto que mezcla, por un lado, intenciones informativas relacionadas con los orígenes, historia ritual, historia farmacológica y composición y efecto de las plantas sagradas, fundamentalmente mexicanas, y por otro, una especie de distraído impulso biográfico. Seguimos a Artaud, perdido en el lenguaje, separado por la locura de sus colegas surrealistas, que se interna en México un poco como un elefante en un bazar, sin las herramientas propias de los etnógrafos, describiendo como puede y un poco inventando los rituales que atestigua en su  búsqueda de fundirse con lo real; vemos al científico viajero Richard Evan Schultes, «bigger than life», acercarse a las plantas sagradas mexicanas con una vocación inmune a la experiencia psicodélica y sagrada; somos también testigos del viaje en bicicleta de Albert Hoffman, un personaje notable que logró sintetizar la psilocibina y anduvo por calles suizas en su primer trip de ácido, seguido de cerca por una secretaria. Pero también vemos a un CEO del JP Morgan, Robert Gordon Wasson, visitar Huautla de Jiménez (un pueblito oaxaqueño que tenía diez mil habitantes en 2010), y alterar un ecosistema de rituales e intercambios con la demanda de una participación en prácticas que fueron abiertas para «Occidente» (simplifiquemos) por la mítica María Sabina. Naturalmente, Giucci nos pasea también por la experiencia mexicana de los beatniks que siguieron a William Burroughs hasta la Colonia Roma de la capital mexicana, buscando (como dice una célebre canción argentina) una lluvia que realmente moje, y por el psicoturismo de Timothy Leary y los burgueses hastiados (actores de Hollywood incluidos, ejecutivos, médicos) que iban a buscar una renovación del sentido de la vida a su resort en Zihuatanejo.

Robert Gordon Wasson con María Sabina.

Robert Gordon Wasson con María Sabina.

Pero al margen de su interesantísimo costado anecdótico, el libro de Giucci expone las tensiones culturales disparadas por el encuentro entre un mundo tradicional en el que las sustancias «enteogénicas» (el dios en la planta) eran parte de rituales de sanación, y esa expansión global del capitalismo que al tiempo que creaba mercados, aplanaba experiencias locales y fagocitaba materiales, también «rompió» los sentidos rituales del consumo de hongos y plantas sagradas. Ahí está la ambigua experiencia de Gordon Wasson, un hombre rico renegado del consumismo de su propia sociedad, pero que también despreciaba a los hippies y cuya acción determinó el «conocimiento» global de las plantas y ayudó a «un proceso avasallador de occidentalismo en los últimos quinientos años», convirtiéndose en uno «de los exponentes de esa red científica capitalista que envolvía el planeta en una poderosa tela de araña».

En ese proceso, la desritualización del consumo abre la caja de Pandora. Hay una cita de Peter Sloterdijk que utiliza Giucci y que es por demás elocuente del potencial nocivo de ese proceso histórico:

«El sentido de las instituciones religiosas descansaba, en especial, en el cuidado de esa percepción de fuerza superior; mediante participación ritualizada y codificación de las relaciones de lealtad entre dioses y mortales, se unía el elemento más débil con el más fuerte de una manera cautelar y provechosa. Ahora bien, si el sujeto descodifica sus incursiones en el éxtasis y cae en la corriente del consumo privado y desritualizado con su maligna coerción repetitiva, una tendencia degenerativa se abre camino. […] En lugar de absorber de la fuente de energía, él mismo se convierte en absorbido; se vacía en favor de lo avasallador, de aquello de lo que se quería llenar».
Guillermo Giucci abre, con El viaje interior, una invitación a pensar en estas plantas sagradas en donde residen dioses que, por el momento, parecen dormir detrás de las leyes, en un más allá de clandestinidad  y de ajenidad tan imposible de alcanzar como es imposible imaginar un afuera de la malla gris a la que asomamos todos los días, cuando suenan los despertadores en todo el planeta.

Nos vemos en la próxima.

Flavio Lo Presti
Docente, periodista y escritor. Desde hace años se dedica a leer y comentar libros.

El viaje interior se presenta mañana, jueves 8 de mayo, a las 18:30 h, en la Librería del Fondo (Costa Rica 4568). El autor conversará sobre su nuevo libro con Fernando Krapp.

El viaje interior se presenta mañana, jueves 8 de mayo, a las 18:30 h, en la Librería del Fondo (Costa Rica 4568). El autor conversará sobre su nuevo libro con Fernando Krapp.

Añadir al carrito

Sumate a FCE

Suscribite y conocé nuestras novedades editoriales y actividades antes que nadie, accedé a descuentos y promociones y participá de nuestros sorteos.