Perros negros: «La melancolía moderna» de Roger Bartra

noviembre, 2020
Flavio Lo Presti comenta "La melancolía moderna" de Roger Bartra, una obra en la que el antropólogo mexicano continúa la exploración de los humores oscuros, alejándose de la tradición alemana y componiendo retratos de personajes que revirtieron el signo negativo de la enfermedad.

Sí, estamos jodidos. Esa es una de las primeras cosas que pensamos cuando nos levantamos en medio de la pandemia, miramos los números de la caída económica y nos encontramos con la democracia hackeada, troleada, intervenida y conducida hacia una furia ilimitada en las redes sociales. Con el mismo panorama nos encontramos cuando leemos las primeras páginas de La melancolía moderna, este pequeño volumen de Roger Bartra. Ahí mismo, en el ensayo introductorio, el pensador mexicano se apoya en una serie de contemporáneos (Byung-Chul Han, David Runciman) para identificar en nuestro tiempo un fenómeno: las fuerzas dominantes de la modernidad “tienden” (dice Bartra) a establecer la hegemonía de la eficiencia, la claridad y la racionalidad, y sin embargo el dolor de la melancolía no deja de colarse en ese pretendido paraíso de lo óptimo. ¿Será así? ¿Será por estas razones que nos levantamos como si no hubiéramos dormido? Nuestra organización social, diagnostica Bartra, nos impone una sensación de fractura e incoherencia. Las democracias que habitamos nos proponen la paradoja de que el aumento de derechos agita el frustrante deseo de desterrar definitivamente las tensiones, y al mismo tiempo nos mantienen “encerrados” detrás de esa puerta abierta que constituye la obligación de creer en ellas. Por esa puerta entran los humores negros, y todos terminamos, aún hoy, modelando la pose clásica que Durero inmortalizó para el melancólico y que se repite a lo largo de la historia del arte: la mano en la mejilla, la tristeza en el semblante, incluso el vacío poscoital que embarga a la mujer que yace en el cuadro L’Éloge de la mélancolie de Paul Delvaux, y que Bartra recoge en este inventario de figuras tristes que es La melancolía moderna.

 

Paul Delvaux, L’Éloge de la mélancolie, óleo sobre papel, colección privada, 1948.

 

El libro sigue la estela de otro trabajo de Bartra, El duelo de los ángeles (FCE, 2018), que analiza desde el punto de vista de esta afección sombría las obras de Kant, Weber y Benjamin; y a pesar de que en este caso el antropólogo, sociólogo y académico mexicano se corre del alemán para buscar a sus sujetos saturninos en otras tradiciones, una idea (la idea que salva al volumen de ser un radiador de depresión) se repite en las dos obras: discutirle a Freud la exclusiva dirección autodestructiva de la melancolía y verla como un motor de la creación, rescatando la tradición que, “de manera clara desde el Renacimiento, asocia la tristeza ocasionada por la pérdida del objeto deseado con la invención”. Así, los melancólicos de Bartra son sujetos heroicos, capaces de revertir la pérdida personal y la catástrofe social en belleza e inspiración. A partir de esta constatación, Bartra ubica emergencias de melancolía a través de algunas preguntas que orientan su mirada. ¿Dónde sino en las Cárceles de invención de Giambattista Piranesi se puede ver el negro interior del cerebro melancólico? ¿Cómo se cruzan en la compleja figura del danés Søren Kierkegaard la autorrepresentación, la melancolía y un poderoso impulso religioso? ¿Por qué tantos enloquecen en la América democrática que recorre el depresivo Alexis de Tocqueville, que viene de una Francia en la que avanzan tanto la democracia como el suicidio? ¿La depresión alentó, después de desafiar su salud mental, la grandeza política de Abraham Lincoln? ¿»El cuervo» de Poe es el poema más popular de la modernidad porque expresa de una forma moderna el antiguo arquetipo de la melancolía? ¿Son las inseguridades hipocondríacas y morales de William James el paradójico origen de una filosofía de la voluntad como el pragmatismo? Si los celos que atormentaban a Edward Munch son inevitables, ¿pueden ser “un poderoso estímulo para los artistas modernos”?

Los últimos ensayos hilvanan un hermoso recorrido (ilustrado, como el resto del libro) por la presencia del humor negro en las obras de Giorgio de Chirico y sus ciudades vacías, el entenebrecido ánimo de la mujer abandonada de Paul Delvaux, la insoportable personalidad del genial Edward Hopper (de quien su mujer dice: “Un día voy a escribir la historia verdadera de Edward Hopper… Es puro Dostoievski. ¡Oh, es amargura aplastante!”) y el “perro negro” de Winston Churchill (el humor que lo acompañaba), y que Bartra cree ver en una enorme escultura desnuda de Ron Mueck.

 

Ron Mueck, Sin título (Big Man), Hirshhorn Museum and Sculpture Garden, Washington, 2000.

 

De cualquier modo, todo el hermoso recorrido de Bartra me recuerda la frase de los dibujos animados: “Niños, no lo hagan en sus casas”. Durante mucho tiempo (y perdonen que me ponga personal en el final), viví una vida desordenada y ligeramente peligrosa, atormentada, y me encariñé con mi propio perro negro al punto de temer que separarme de él me llevara a la esterilidad artística. Quería ser escritor, y pensaba que los episodios de dolor eran parte del camino, pero un día el dolor me llevó a consultar a una muy cálida psicóloga, la doctora Gagliano. Un día, harta de la convicción de que el desorden era un insumo ineludible de mi creatividad me dijo:

–O sea que su escritura y su vida dependen de su desorden.

Me quedé mirándola y un poco solemnemente le respondí que sí. Ella me miró serena y en silencio durante un rato.

–¿Y hasta ahora que escribió? –preguntó por fin.

–Nada.

Lo dije con naturalidad, como desarmado, y la doctora sonrió.

–¿Y entonces?

La miré con la boca medio caída, y ella hizo una cosa curiosa, muy fuera de protocolo. Volvió a sonreír, y repitió:

–¿Y entonces?

No supe qué decirle.

 

Nos vemos en la próxima,

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