Por qué la gente es tan estúpida

enero, 2022
A 'Irracionalidad' lo invaden los sentimientos irracionales de su autor, una demostración involuntaria de su propia tesis: la irracionalidad es inevitable, siempre aflora por algún borde de la razón

Fuente: Eldiarioar.com

Autor: Alejandro Galliano

¿Por qué la gente es tan estúpida y demente? ¿O en todo caso, por qué actúa como si lo fuera? ¿O es quizás nuestra percepción estúpida y demente la que nos lleva a ver así a los demás? Hace un año traté de explicar este momento de locura a partir de tres vectores: la política, el mercado y la tecnología. Como buen progre, propuse gobernar a las dos últimas con la primera para evitar la estupidez y la locura. Un año después me gustaría afinar esa propuesta, porque gobernar es convencer, dicen, y hay que convivir con la estupidez y la locura. 

El lado oscuro de la razón

Irracionalidad es un grueso volumen escrito por el filósofo norteamericano Justin E. H. Smith y editado por Fondo de Cultura Económica. El libro parte de una hipótesis atractiva aunque poco novedosa: la irracionalidad es tan dañina como inevitable, negarla o reprimirla es lo menos racional que podemos hacer, sólo devendrá en más irracionalidad. El valor del libro reside sobre todo en los temas por los que Smith pasea su premisa, con rigor y claridad anglosajones. Empieza por la lógica, el método por excelencia para contrarrestar la propensión humana a la sinrazón pero cuyos argumentos pronto mutaron en paradojas y sofismas diseñados exclusivamente para confundir y amedrentar al adversario. Todos recordamos al candidato Javier Milei enumerando patéticamente las falacias en las que, según él, incurrían sus competidores en el debate televisivo. En la otra punta del podio intelectual, los animales y plantas, carentes de razón, «siempre entienden bien las cosas. La ausencia de deliberación implica que ambos hacen lo que hacen sin error, aun cuando haya otros seres que les impidan llegar a su objetivo natural». Los humanos, en cambio, no siempre logramos hacer un uso correcto de las representaciones abstractas que nos definen como racionales. «Los animales—concluye Smith—son más racionales que los seres humanos porque, al carecer de una cognición superior, solo pueden ser racionales. La cognición superior no nos confiere racionalidad, sino solo irracionalidad».

Smith no es un hippie que nos invite a desechar la lógica y aprender de los delfines. Es un prolijo especialista en filosofía moderna que en el epílogo nos comenta orgulloso que dejó de tomar alcohol y ordenó sus finanzas personales. Pero no se confía: cuanto más brillante la luz de la razón, más larga y oscura la sombra de la irracionalidad. Algunas de esas sombras no encuentran un lugar en la sociedad moderna. Por caso, los sueños. Desde la teoría del joven Kant sobre el origen gaseoso de las visiones («Cuando un viento hipocondríaco se desencadena, depende de la dirección que tome: si va hacia arriba resulta una inspiración; si va hacia abajo, resulta un pedo») hasta el psicoanálisis, los sueños quedan aislados de la vida pública, carentes del patrón cultural compartido que supieron darles otras culturas.

Otras irracionalidades, en cambio, se ajustan perfectamente al funcionamiento de la sociedad. Como el arte, «sueños transformados en cosas» que, o bien reponen la repetición ritual de cualquier religión (la «misa ricotera», con el litúrgico Jijiji y el profeta hoy convertido literalmente en una aparición), o bien arrinconan a la sinrazón en un espacio seguro: la performance provocativa en la vereda del MALBA, o la violencia canalizada en el videojuego. Incluso una manifestación de irracionalidad tan revulsiva como las pseudociencias no deja de formar parte de los problemas abiertos por la ciencia. Por un lado, reconocen y replican su lenguaje y protocolos: terraplanistas y antivacunas tienen sus propias estadísticas y hombres de guardapolvo para argumentar. Por otro lado, las pseudociencias también son una reacción a los problemas de la ciencia en una sociedad democrática: el inevitable carácter elitista de sus instituciones, la distancia creciente entre su lenguaje y la experiencia de las mayorías que quedan a merced de esos saberes.

Irracionalidad es un ensayo erudito, claro y sutil pero en algún momento de sus casi 400 páginas deja lugar a las quejas del autor contra Trump, contra los trolls y fake news, contra la izquierda académica de las redes sociales, contra la estupidez del norteamericano promedio. Cuestiones interesantes pero demasiado provincianas para un libro que empezó citando a Leibniz y Plutarco. Y cuestiones sobre las que el principal argumento de Smith no parece ser otro que la bronca que siente como ciudadano. A Irracionalidad lo invaden los sentimientos irracionales de su autor, una demostración involuntaria de su propia tesis: la irracionalidad es inevitable, siempre aflora por algún borde de la razón. El capítulo final, una compleja y emocionante reflexión sobre la muerte, parece el intento de Smith por convivir con esa sombra, bailar con la oscuridad. Y la invitación a hacerlo nosotros.

Quizás no necesitábamos a Smith para eso. Hace rato que la irracionalidad es parte de la normalidad. En 2021 La Historia de la locura de Foucault cumplió sesenta años: su crítica es ya tan clásica como lo que pretendió criticar. Desde los años 80 los gobiernos recortaron gastos en salud mental y dejaron a muchos locos en la calle. El «Gran encierro» se acabó, ya nadie se asusta por encontrarse en una esquina a una persona sucia, excesivamente abrigada y con muchas bolsas de plástico, hablando sola de las tierras que supo tener en Cruz del Eje y perdió por culpa del Dr. Cormillot. De hecho, la otra noche me crucé con uno y tardé en distinguirlo del resto de los peatones, quizás mejor medicados. Lo cierto es que nos vamos del libro de Smith sin una idea de qué hacer con la locura más allá de resignarnos, la actitud preferida de la filosofía. Necesitamos más que eso.

Decinos cómo sobrevivir a nuestra locura

En 2020 Benjamin Labatut se consagró con Un verdor terrible, un libro de relatos editado por Anagrama que presentaba a la ciencia del siglo XX como producto del caos y la sinrazón de su época. El año pasado la misma editorial publicó La piedra de la locura, un par de ensayos que funcionan como una coda de aquellos relatos. El librito está en las antípodas de Irracionalidad, por su forma (71 páginas de 17 x 10,5 cm) y por su contenido: en donde Smith argumenta prolija y rigurosamente, Labatut despliega un ejercicio de estilo, de su estilo romántico y atormentado, lleno de metáforas, hipérboles, datos y citas caprichosas.

El primer ensayo se toma de los dos pensadores norteamericanos más importantes del siglo XX: H.P. Lovecraft y Philip K. Dick. De Lovecraft toma la premisa hiperromántica, oscurantista, de que, en la medida que abandonemos la ignorancia, nos enfrentaremos a un horror cósmico que no podremos tolerar. De Dick toma la conclusión ultrarracionalista, paranoica, de que probablemente estemos viviendo en una simulación operada por las grandes corporaciones o por un universo no lineal. Desde ahí, Labatut concluye que vivimos la emergencia del caos como realidad última y que la locura puede ser la respuesta más adecuada a esa realidad, la racionalidad final (el segundo ensayo, más narrativo, pareciera querer demostrar esto).

Con una prosa seductora, una correcta crónica del estallido chileno y el gramaje justo de provocación, elegancia y progresismo como para ser editado por Anagrama, Labatut volverá a vender su caos y locura a los livings burgueses de todo el mundo. Es el chico tatuado que le gusta a la abuela.

Pero aquí me interesa rescatar otra cosa. Si en Un verdor terrible concluía que la ciencia «ya no debía preocuparse de la realidad sino de lo que podemos decir de la realidad», en La piedra de la locura refiere abiertamente a una realidad por fuera de toda representación: el caos. No solo eso, sino que propone salir a su encuentro: «Aunque el espectro de lo irracional siempre acechará el alma de la ciencia, al menos para mí, el llamado a las armas de David Hilbert sigue siendo válido: tenemos que saber, y sabremos. Sin embargo, nunca debemos olvidar que la ciencia no es solo un método: también es un delirio metafísico, la ilusión de pensar que nuestro mundo conforma a un orden… Eso no significa que tengamos que abandonar los sueños de la razón, solo que también debemos atesorar nuestras pesadillas».

Esta es la otra gran diferencia con Irracionalidad: allí donde el sobrio Smith proponía resignación, Labatut nos pide cruzar la oscuridad, buscar el saber a pesar de la razón. ¿Cuál consejo es mejor para lo que nos espera?

No importan las nuevas cepas: el shock de 2020 terminó y la normalidad de 2019 también. En 2021 levantamos el vendaje del estado de excepción y vimos la gangrena del tejido social. La calma que sucede a la paliza es peor que la paliza misma: es cuando termina el vértigo de la violencia, y nuestro cuerpo absorbe los golpes y comunica el dolor. Aún si en 2022 los indicadores mejoran, seguiremos arrastrando lo vivido en el cuerpo y en la cabeza. Gestionar tanto daño requerirá de grandes dosis de resignación, paciencia para escucharnos, racionalidad para negociar. Pero también de espíritu animal, audacia para atravesar sin nostalgia la incertidumbre de un tiempo nuevo, buscar más allá de la (vieja) racionalidad. La danza y el martillo: contener lo contenible y romper lo incontenible, cuidar el agua y buscar el litio, proteger a la masa marginal y acelerar el capital tecnológico, gobernar a estúpidos y dementes con democracia y autoridad. Ser racionales rodeados de caos.

 

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