La pintura galante francesa en el siglo XVIII

ISBN: 63

En el siglo XVIII vivía en Francia la sociedad aristocrática más refinada de Europa, que con su ligereza y su despreocupación incubó el gran trastorno de los tiempos modernos: la Revolución Francesa. Hija de esta sociedad a la que no habría de sobrevivir, es la pintura galante, en la cual se reúnen las dos corrientes de influencia tradicionales del arte francés: la que le llega del brumoso Norte, realista, y la venida del asoleado Sur, especialmente colorista y sensual. El objeto casi único de esta pintura es la mujer, y su principal anécdota el amor, aunque entendido como pura sensualidad, vacío de ternura y ajeno a los valores en cuya realización cobra su sentido más elevado. Expresión artística que bordea constantemente la vulgaridad sin caer jamás en ella, se mantiene separada del no-arte procaz, de igual manera que la sociedad que la prohijó supo mantenerse alejada de todo aquello en que se transparentara la chabacanería. Porque a la sociedad del siglo XVIII hay que reconocerle por lo menos la virtud de la generosidad, la capacidad de gozo en la entrega -por más que ésta sea superficial y se haga a modo de juego-, tan lejana a las pasiones torcidas o extraviadas.
Como lo expresan acertadamente Jacques y François Gall, en Watteau -el único genio indiscutible de esta pintura y, con Fragonard, su más auténtico poeta-, se reconoce un precursor del último gran movimiento plástico netamente francés: el impresionismo. En él encontramos similar gusto por las transparencias, por el color, por los contornos esfumados, las misma atenuada deformación del dibujo que se resume en el exquisito naturalismo de los impresionistas. Desde el punto de vista formal, a través de la pintura se restablece el proceso de continuidad de la plástica francesa, que se interrumpe o se desvía momentáneamente bajo el influjo del Renacimiento italiano y del acendrado realismo flamenco.