Un tesoro escondido en el fin del mundo. «Un piano en Bahía Desolación», de Libertad Demitrópulos

febrero, 2024
En Un piano en Bahía desolación, Libertad Demitrópulos narra las vidas de aventureros y aventuraras que anudan sus destinos en el fin del mundo, pero hace también un poco más que eso.

¿Qué puede decirse de una novela como Un piano en Bahía Desolación? Nunca empiezo estos envíos con preguntas sobre lo que pueda decir, esta especie de enredo metacrítico, y la razón es que esta novela de Libertad Demitrópulos (a quien conocí, pecado provocado por distintos sesgos, gracias a la reedición que hizo Fondo de Cultura Económica de la magnífica Río de las congojas) parece en un punto contenerlo todo. Es muy difícil decir qué es más importante (al menos para mí) en una novela que, a pesar de su relativa brevedad, parece abrirse temáticamente como se abren los islotes del paisaje sureño por el que se desgarran sus melodramáticos personajes: en primer lugar, la fascinación por estos seres que se afanan por conocerse a sí mismos, por conquistarse, en el medio de un escenario natural inhóspito y semisalvaje. Empecemos por el carácter que funciona como centro del universo de Un piano en Bahía desolación, bautizado con el pintoresco nombre de Gin-Whisky: un europeo que se dedica a la tarea rudísima e inimaginable de apalear lobos marinos en el sur del continente, gambeteando cabos y piedras en el mar helado, y que ha edificado una sofisticada sabiduría sobre el cuerpo y el alma de las mujeres, aunque esa es una certeza que la novela va agrietando con una hábil sutileza. Sigamos por Nancy, una mujer que toca el piano en un bar de marineros de Punta Arenas, al sur de Chile, a la que llaman «la frígida», y que ha sido víctima de una larguísima historia de vejámenes que empiezan con la pobreza en Inglaterra y la seducción de un industrial (viejo y obeso, pero siniestramente simpático), el comercio de mujeres desde Inglaterra hacia el sur del mundo (para ser esposa esclava de un suizo brutal) y las violaciones de un peón humillado. Finalmente, el dueño del bar (El Hermafrodita: el nombre no deja de subrayar el humor que se filtra en la prosa siempre tempestuosa y veteada de estilos –altos, bajos, cómicos y solemnes– de Demitrópulos) en el que Nancy toca el piano, un hombre llamado Bernardino que ha huido del rumor de su homosexualidad (un rumor que su familia había vuelto maldición: cuatro hermanas casaderas, sin matrimonio). El hombre es al mismo tiempo frágil, firme y empecinado, y no está dispuesto a que nadie perturbe la frígida paz de la inglesa importada como esposa.

Alrededor de estos tres convidados al olvido y la redención en el fin del mundo se teje una tragedia disparada por la aparición de uno de los empleados de Gin-Whisky, lobero y capitán de barco: un holandés, llamado Joris, se interpone entre el deseo que Nancy le provoca al lobero jefe. Bastaría el ejemplo de la aparición de Joris como personaje para entender otro de los aspectos fascinantes de la novela, más allá de lo exuberante de sus caracteres: el hecho de  que, en un punto, todo personaje parece reaparecer. Un piano en Bahía Desolación es, como ese mismo piano migrante que va de isla en isla hasta su más o menos predecible «naufragio», una suerte de caja de música hecha de voces que cuentan y recuentan historias, en las que los personajes son reinterpretados en una ilusión óptica de infinito, tanto más eficaz si consideramos que tiene apenas más de doscientas páginas. Por eso, el macho agresivo pero tierno y experto en mujeres que es Gin-Whisky puede dejar paso a ambigüedades insospechadas en su propio deseo; por eso su amigo del alma puede, en algún punto, cuando se produce el reencuentro que la novela promete a cada paso, detestarlo y quererlo lejos. En este alucinante caleidoscopio de voces, Demitrópulos, con una libertad que sería difícil imaginarle a un escritor estrictamente contemporáneo (ella no deja de serlo, en esa larga conversación que es la literatura: murió en 1998), no se priva de nada, desde una prosa que describe la agresiva naturaleza del sur con un lirismo áspero hasta resortes propios de la telenovela, pero incorporando, en ese magma creativo, una capacidad de comprensión de sus personajes (algo que analiza con gran sensibilidad María Teresa Andruetto en este podcast), que realmente requieren de alguien tan inmenso como el mar para aceptarlos, entenderlos, pensarlos, narrarlos. Un piano en Bahía Desolación es un culebrón de amores no cumplidos, es un policial, es un tratado etnográfico y la narración de un encuentro entre culturas, es un río que cuenta cientos de vidas en la deriva del mar, es un breve compendio de la historia de Tierra del Fuego y del Cabo de Hornos (con su cárcel, sus expedicionarios, sus aventureros, sus locos, sus prostitutas y su fauna), es una especulación sobre los géneros y el deseo, es una teoría de la Argentina y es el poema melancólico de un piano que suena en el fin del mundo, dándole fin a uno de los momentos más hermosamente piadosos de la historia de la literatura argentina. Parece bastante para una novela breve, escrita (usemos un cliché) por un tesoro relativamente escondido de la prosa del país.
Nos vemos en la próxima,

Flavio Lo Presti
Docente, periodista y escritor. Desde hace años se dedica a leer y comentar libros.

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