Las revoluciones son la respiración de la historia. Rehabilitarlas como hitos de la modernidad y momentos prototípicos del cambio histórico no significa idealizarlas”. Esa afirmación del historiador italiano Enzo Traverso define tanto el objeto de estudio como el encuadre de su flamante libro Revolución. Una historia intelectual (Fondo de Cultura Económica).
Desde París, donde reside parte del año, el intelectual, que recuerda que fue “un militante trotskista de la IV Internacional”, conversó por videollamada con revista Ñ. Luego de señalar que protestas como Black Lives Matter y Occupy Wall Street y el movimiento estudiantil chileno, entre otros, son hechos con “claras potencialidades revolucionarias” en el marco que impone el siglo XXI, Traverso, en un fluido castellano, desgranó con claridad sus ideas sobre el concepto de revolución, sobre la tensión entre las diferentes izquierdas de hoy y la ambigüedad entre productivismo y ecología, entre otros puntos de la agenda política actual.
–Usted define la revolución como una “interrupción repentina (casi siempre violenta) del continuo histórico, una ruptura del orden social y político”. ¿Qué otras características definen el concepto de “revolución” y permiten delimitarlo?
–Casi siempre es una sublevación desde abajo; una auténtica revolución no es un golpe de palacio, sino un cambio respaldado por las masas. Las revoluciones generalmente producen guerras civiles y se enfrentan al poder y a otra parte de la sociedad. Y movilizan pasiones, aparte de abrir horizontes.
Batalla de Vertières, Haití, 18 de noviembre de 1803. Los esclavos libertos vencieron a las fuerzas expedicionarias de Napoleón Bonaparte.
–En distintos pasajes del libro menciona la Revolución Haitiana de 1804, soslayada por muchos pensadores revolucionarios occidentales. ¿Por qué sucede ese ocultamiento y cuáles son sus rasgos más relevantes?
–El impacto de la Revolución Haitiana fue muy importante en América Latina, aunque se dio en forma subterránea. Y hay conexiones directas entre las guerras de independencia en el continente y la revolución de Haití. La carta de Angostura, de Simón Bolívar, tiene la inspiración de la Revolución Haitiana. En Occidente la historia de esa experiencia ha conocido un largo tiempo de supresión. Fue olvidada porque Occidente, con sus categorías, no podía comprender el sentido de una revolución de ese orden, no podía imaginar una revolución de esclavos que establece una república. De todos modos, hay consenso entre los historiadores sobre los vínculos de la Revolución de Haití y la Revolución Francesa. Por otro lado, el precio que pagó Haití por esa experiencia fue enorme y sus consecuencias se ven aún hoy.
Toma de la Bastilla y arresto del Gobernador. Obra de M. de Launay.
–Dice que la izquierda ha abandonado la revolución armada y ese campo lo ocupa en su totalidad “el fundamentalismo islámico”, que sustituyó las nociones de liberación nacional y anticolonialismo por la sharía. En la Argentina, a algunos sectores que se imaginan de izquierda les cuesta criticar el régimen talibán o al ISIS; creen que de hacerlo son funcionales a EE.UU. ¿Qué piensa al respecto?
–He escrito sobre los posfascismos y sobre las nuevas características del fascismo, y dentro de este, coloco al fundamentalismo islámico, al menos cuando se transforma en un régimen. Recordemos lo que fue Daesh (Isis) en Siria e Irak. En el mundo árabe la izquierda lucha contra ese fascismo, y eso no significa apoyar las políticas de Estados Unidos en Medio Oriente ni ser complacientes respecto de las corrientes islamófobas en Occidente. Para diseñar una autoridad moral hay que luchar contra el fundamentalismo islámico y, al mismo tiempo, contra el racismo y la xenofobia.
–Marx puede leerse como productivista o como un precursor de la ecología política moderna. Esa ambigüedad todavía subsiste. ¿Cómo combinar las demandas ambientales con la creación de puestos de trabajo y la industrialización de un país?
–Marx es un clásico de la filosofía política del siglo XIX y como tal, pertenece a una época en la que prácticamente todos los pensadores eran productivistas. Pero Marx plantea un productivismo pensando un proyecto de socialismo con una sociedad en relación armónica con la naturaleza. La izquierda del siglo XX fue prisionera de esa contradicción entre productivismo y ecología política. Esa contradicción fue común en las revoluciones en las áreas más débiles del mundo, como en China, Vietnam y Cuba, en donde el desarrollo de las fuerzas productivas fue vital para que sobrevivieran.
La imagen del Che persiste en La Habana. Foto: AFP/Yamil LAGE
–Luego del derrumbe de la izquierda comunista y de la socialdemocracia surgió una preocupación por la ecología, aunque en algunos casos ésta sigue siendo un privilegio de países ricos. Aún así, hoy hay crisis económicas en África orgánicamente vinculadas a crisis ecológicas. Una futura revolución africana planteará otra relación entre ecología y producción.
–Hay que historizar las revoluciones tomando en cuenta sus contradicciones. Una nueva ecología política no podrá surgir sin una crítica radical del marxismo clásico. En ese sentido, me gusta el concepto de ecosocialismo.
–Usted recuerda que Trotski, en Terrorismo y comunismo, se mostraba orgulloso de las virtudes de la dictadura bolchevique, justificaba la eliminación del pluralismo político, la censura, la militarización del trabajo, la creación de la Cheka (la primera policía secreta soviética) y el trabajo forzado. Por otro lado, está la experiencia conocida y comprobada de Stalin y sus crímenes. ¿Esos rasgos autoritarios están inscriptos en el origen del modelo bolchevique y eran inherentes a él, o podrían haberse modificado?
–Es un debate inagotable. Si escribimos la historia de las revoluciones, lo que es claro, retrospectivamente, son los errores de los bolcheviques. Hoy nadie reivindicaría la dictadura de partido único, la militarización del trabajo o la Cheka. De todos modos, yo reconstruyo la figura de Trotski no para estigmatizarla, no para creer que era, como dice la derecha, un Robespierre sediento de sangre. De hecho, tengo simpatía por Trotski como figura histórica. Mi enfoque sobre las revoluciones no es el conservador, el de historiadores como Martin Malia, pero tampoco tiene una visión ingenua y apologética que dice que todo fue perfecto. Se trata de analizar las revoluciones con sus contradicciones. Los bolcheviques eligieron sus políticas, pero las de Lenin no conformaban un programa, eran soluciones concretas ante una guerra civil. Habría que ver qué otras medidas podrían haberse tomado para mantener una democracia en la Rusia de 1918.
Lenin le habla a los moscovitas el 7 de noviembre de 1917, Moscú. Foto: Russian State Archive of Social and Political History/AP.
–En su libro señala que el historiador Paul Hanebrink tiene razón cuando habla del “judeobolchevismo como un constructo ideal, distorsionado de la realidad, dado que los bolcheviques eran una minoría entre los judíos. Pero parece indiferente al hecho de que estuvieran sobrerrepresentados en el bolchevismo. Es un dato histórico la atracción entre judíos y la revolución en Europa Central y Oriental.” ¿Qué explica, desde su punto de vista, esa atracción?
–Como se decía que hubo una afinidad electiva entre el anarquismo libertario y la intelligentsia judía, yo ampliaría esa frase al decir que también la hubo con el bolchevismo. Había una intelligentsia judía disponible para asimilar las corrientes de pensamiento más radicales porque esos intelectuales rompían con la tradición judía y veían al judaísmo tradicional como algo oscurantista. Al mismo tiempo, estaban fuera del poder, no podían escapar del judaísmo como identidad otorgada por unas autoridades que muchas veces eran antisemitas.
–Existen críticas a la izquierda identitaria por olvidarse de los problemas socioeconómicos que afligen a las mayorías. Se habla del concepto de interseccionalidad entre clase, género y la polémica idea de raza, pero en muchos países parece difícil encontrar en aquella corriente un peso importante de las demandas sobre lucha contra la pobreza, precarización laboral y acceso a la vivienda para las mayorías…
–Eso es una constatación objetiva, es la realidad en muchos países, pero no es una consecuencia del concepto de interseccionalidad, es una manera criticable de aplicarlo. Ese concepto sí trata de una interacción no jerárquica entre la clase, la raza y el género. La interseccionalidad hay que aplicarla con cuidado. Lo que sucede es que las reivindicaciones, luchas y logros sobre raza, clase y género no siempre están sincronizados y a veces hay más conquistas de una comparada con otra. En Estados Unidos, por ejemplo, claramente hay una des-sincronización.
–Daniel Bernabé, autor español, postula que el neoliberalismo fragmentó la identidad de la clase trabajadora. ¿Qué piensa al respecto?
–Sí, coincido. La alternativa no es rechazar las temáticas de género, sino ubicarlas en un programa común. De hecho, hay países donde afortunadamente se han dado muchas conquistas de género pero al mismo tiempo se produjeron regresiones en los derechos de la clase obrera. Y tenemos muchos ejemplos de empresas como Amazon, que tienen políticas antiobreras pero al mismo tiempo pueden tener un empleado afrodescendiente, musulmán, boliviano o gay . Pero eso no es razón para criticar las causas LGTBIQ+ o de género.
Fuente: Revista Ñ
Por Alejandro Cánepa