Afortunadamente, se acaba de publicar un libro, Notas de paso, que permite dar cuenta del calado de Federico Monjeau, un crítico musical que enalteció al periodismo con sus notas que traslucen un profundo conocimiento de cada uno de los temas abordados y una escritura que se solaza en las delicias del lenguaje.
El libro es un recorrido por un muy ecléctico territorio musical. Incluye experiencias tan traumáticas como el concierto de Ketih Jarret, en el Colón en 2011, que terminó siendo un fiasco; o la exploración de la vida de grandes músicos en tiempos oscuros.
Monjeau no se confina a los límites de la crítica musical, no teme convertirse en un cronista de viaje: “Tengo predilección por Catamarca (la provincia, a la capital no la conozco todavía). Me atraen especialmente sus paisajes y sus frutos. Los vinos catamarqueños no se parecen a otros, el aceite de oliva es de una sutileza superior, las aceitunas son gigantes y exquisitas, además de toda esa noble repostería de tradición árabe: nueces confitadas, empanaditas de membrillo o cayote, alfajores de turrón”. Viajar a Europa y constatar: “La catedral de Notre Dame puede considerarse el punto de partido de la música occidental”. Paisajes a los que lo conduce la música. Por ejemplo, en Montevideo, muestra su afición por la esquina de Durazno y Convención a la que le cantó Jaime Roos: “Casi siempre que voy a Montevideo, el punto de partida de un largo paseo por la rambla…La caminata (hasta Playa Carrasco) lleva entre cuatro y cinco horas, y tiene una encantadora perspectiva”. O, en Perú, ir al Puente de los Suspiros que “une una bellísima quebrada que baja hasta el Pacífico. Es un accidente extraño en una gran ciudad como Lima… Se dice que uno debe cruzar ese puente conteniendo la respiración y pedir tres deseos… A pocos metros del Puente de los Suspiros está la estatua de su más fina retratista: Chabuca Granda”. Y, a partir de allí, recordar la primera vez que vio a la cantora peruana cantar en vivo, acompañada por Lucho González en guitarra, en Mar del Plata, en los años 70. Digresiones que jamás degeneran en divagues, que no pierden nunca su aristocrático control del relato.
Con su avidez por compartir sus preferencias en todos los terrenos, dedica una nota a Guillermo Enrique Hudson, el naturalista y escritor nacido en 1841, en lo que hoy es el partido de Florencio Varela, hijo de padres estadounidenses, nieto de ingleses, quien se crió en el campo argentino y al que Federico Monjeau, a propósito del libro Aves del Plata —que describe las especies de la región pampeana—, señala que es capaz de “ una riqueza literaria incomparable”.
La ciudad de La Plata tiene una presencia nada desdeñable en el libro, ya que Federico Monjeau relata las numerosas veces que vino al Teatro Argentino de nuestra ciudad, ya sea para cubrir la ópera El gran macabro de Gyorgy Ligeti, las Jornadas del Instituto de Musicología Carlos Vega y la Asociación Argentina de Musicología en la Facultad de Bellas Artes de La Plata, o al estreno de una obra póstuma de Mariano Etkin interpretada por la Orquesta Estable del Teatro dirigida por Pablo Druker, o la presentación —en 2011— de La ciudad ausente, la ópera escrita por Gerardo Gandini con libreto de Ricardo Piglia.
Merecen destacarse las semblanzas que hace de Gustavo “Cuchi” Leguizamón —a quien considera “el creador tal vez más original del folklore argentino”—, Herbert von Karajan —una de las grandes estrellas de la dirección orquestal del siglo XX—, y las reflexiones a propósito del Premio Nobel otorgado a Bob Dylan: “Uno no puede dejar de preguntarse cómo habrá evaluado el jurado de la Academia los textos de Bob Dylan. ¿Los habrán estudiado en su forma escrita o habrán vuelto a escuchar esas canciones entonados con unas copitas de Absolut? Tal vez los suecos hayan premiado el arte de la canción o tal vez hayan hecho, literalmente, oídos sordos. Porque al aislar su dimensión textual se menosprecia la forma canción…”.
El libro es un compendio apasionado de información musical que puede ser leído con agrado aun por aquellos que no sean melómanos consumados, ya que tiene muchas curiosidades y anécdotas como esta: “Se cumplen sesenta años de uno de los hechos más increíbles de la historia de la ópera; increíbles y, podría decirse, casi predestinados. El 4 de marzo de 1960 el barítono estadounidense Leonard Warren caía fulminado en el escenario del Metropolitan de Nueva York por un derrame cerebral luego de cantar ¡Morir! Tremenda cosa!, el recitativo del personaje don Carlo en el tercer acto de La forza del destino, de Giuseppe Verdi”.
Fuente: DiarioHoy