Entonces, ¿no hay relación sexual?, preguntaría Jacques Lacan, autor de esa oración, pero pensada como una afirmación que generó mil y una interpretaciones. La respuesta (una posible) la acerca el psicoanalista italiano de la línea junguiana Luigi Zoja con un libro titulado La pérdida del deseo (Fondo de Cultura Económica). Llegó a Buenos Aires con el texto bajo el brazo rumbo a la Feria del Libro donde lo presentará el viernes 26 de abril a las 19, en la sala Cortázar. Casi siente como propia esta ciudad donde no solo viene a traer sus libros, también suele atender pacientes e intercambiar con colegas sobre lo que se ve o escucha en el lugar de la consulta, sobre lo que pasa en el mundo que es un poco un consultorio global en el que se repiten algunos discursos, síntomas y psicopatologías.
Zoja, autor de libros clave como Paranoia o El gesto de Héctor, realizó práctica clínica en Zúrich, Nueva York y Milán. Se licenció en Economía y estudió en el C.G. Jung Institut de Zúrich. Ahora vuelve a Buenos Aires con un ensayo que diagnostica la crisis o ausencia del deseo. Y no es sentido figurado, aborda los síntomas que cruzan el planeta y que hablan de una pérdida del ansia sexual, de la ambición pasional de la intimidad, del enamoramiento. La crisis del mundo es seria, afecta y desata crisis y transformaciones en el interior de cada persona. De ello habla Zoja en este libro que, alarma un poco desde el título y alerta sobre los cambios en la subjetividad urbi et orbi. En definitiva, habla de la libertad de elección, de cómo relacionarse con el sexo y la sexualidad y eso puede desatar tempestades, algo que ocurre cuando un tiempo como este presente se forja al calor de las transformaciones, del abandono de lo conocido y de la toma de riesgos.
Zoja se acomoda en un sillón de un PH porteño, rodeado de objetos y muebles antiguos. Con la seguridad que le da la experiencia de vida y la profesional, arremete a favor y en contra del mundo de los deseos. Arranca contando una anécdota sobre un contrato interrumpido en un país que tiene ciertos conflictos con los deseos de las minorías, por ejemplo. Si bien el libro que está presentando se está traduciendo al ruso, no ocurrió lo mismo con Paranoia. Allí disecciona, entre otros, a Stalin. La editorial decidió suspender la traducción cuando llegaron al capítulo sobre el camarada Jozef: “De Moscú me dijeron: ‘Queremos mucho sus libros, pero hemos visto que se refiere a personas que todavía son populares en nuestra historia nacional y entonces, hemos decidido no publicarlo’”. Ellos se lo pierden, Paranoia es un libro extraordinario, siempre vigente. Ahora se concentra y habla sobre La pérdida del deseo y todo lo que su título despierta.
–Tomando el elemento clave de su libro y una de las preguntas que lo recorre: ¿El deseo siempre está ligado a la libertad?
–El deseo está vinculado a una madurez del individuo en el principio de la edad adulta, de la maduración sexual y esto es extremadamente difícil. Cada uno tiene sus necesidades. Se trata de humanizar un asunto muy complejo. Desde la tecnologización de las relaciones, la expresión individual y la capacidad de elegir individualmente se estereotipa a los adolescentes con las imágenes que llegan por las pantallas. Eso produce una alteración sexual, sin moralidad y la conexión entre el deseo y los sentimientos se pierde, porque en la pantalla si tienes una atracción y, aunque se corresponda, nunca va a ser lo mismo que con una persona real: no hay sentimientos verdaderos, hay convenciones, etiquetas. Entonces, está empeorando la capacidad de elegir libremente entre todos los seres humanos, pero particularmente entre los adolescentes que son nativos digitales y que siempre emplearon estas herramientas.
–Aquí entra a jugar la idea de libertad positiva y de libertad negativa, ¿no?
–Sí, yo he desarrollado esa distinción. La libertad de ser libre de imposiciones y tareas, primero en sentido político y después en el de las excesivas reglas morales de la vieja burguesía o de la Iglesia Católica. Los italianos están particularmente sensibles: hemos visto al país salir del fascismo y del pacto faustiano entre la Iglesia y Mussolini y recuperar la libertad. La libertad positiva implica conocer, elegir y algo que claramente me interesa como psicoanalista, la libertad interior, estar libre de condicionamientos, algo que puede no ser consciente, pero que implica liberarse de las cosas más pesadas. En el pasaje del siglo XX al XXI, surgen nuevas posturas como el neomachismo (como libertad negativa). Muchos se lo adjudican, en particular a Silvio Berlusconi, jefe de gobierno, con el monopolio de la televisión privada y también de la televisión pública cosificaba a la mujer con bailes sensuales y ropas diminutas. Así se evidencia que, los más jóvenes –especialmente– no pueden emplear su libertad, para desear.
–Usted sostiene en el libro que en el siglo XXI la sexualidad se vuelve un objeto de consumo laico, aparentemente neutro, universal y anónimo… ¿Cómo se llegó a este diagnóstico?
–La sexualidad implica discusiones éticas, morales, una jerarquía de valores. Yo tuve una educación católica y después una vida laica. Uno tiene que tener valores y claro, la discusión sobre el contacto, el armar una pareja, lo que en muchísimas lenguas occidentales se dice “hacer el amor” implica un vínculo entre lo que dice la lengua, la unión física y sexual. Pero la vinculación y la relación por fuera del acto sexual es muy compleja. En la era de la comunicación se vuelve algo muy material y muy laico y puede ser una ayuda para los sentimientos, pero puede al mismo tiempo funcionar solo de manera mecánica y convencional sin sentimientos en general, hoy hay mucha literatura sobre esto. Hay mucha confusión en las generaciones más jóvenes, las llamadas nativas digitales que tuvieron sus primeras experiencias con el otro sexo o incluso homosexuales. La conexión mecánica , porque sí, no es suficiente, eso que llamamos la hidráulica sexual. Esto es una cosa mucho más compleja y el quiebre de los frágiles vínculos entre sentimientos y sexualidad provocó un aumento increíble de las depresiones entre los adolescentes. Se puede explicar de muchas maneras, pero en buena parte la sexualidad, que era deseo, ahora se corresponde de manera particular a una ansiedad e inseguridad que no tiene que ver con prohibiciones literales, sino con inhibiciones interiores. Esas chicas que ven siempre en el influencer o a la mujer perfecta como modelos, algunas de ellas, terminan haciéndose cortes en los brazos o las piernas. Los varones menos, entre ellos, hay más un síndrome de retiro entre ellos, de timidez. Los varones miran más pornografía en busca de una primera experiencia de la sexualidad, pero no lo es, es una experiencia de lo falso, porque los que hacen el amor en el porno siempre tienen una erección de 24 horas provocada por algún tipo de Viagra. Luego ese chico de 16 años no está verdaderamente motivado a buscar una experiencia sexual, se vuelve tímido.
–Un dirigente libertario recomendó suspender las clases de Educación Sexual Integral en las escuelas, una iniciativa muy importante en el aula. En reemplazo propuso que los alumnos miren pornografía…
–Como argumento es de un nivel de inteligencia bastante fascista. El porno nació como imitación de la sexualidad para animar la sexualidad. Ahora es al revés, la vida sexual real trata de imitar el porno, lo que es mucho más difícil.
– ¿De eso habla cuando se refiere al exceso de deseo? ¿Se contradice con la pérdida de deseo? Hay una contraposición con la pérdida del deseo o una cosa trae la otra…
–Hay un círculo vicioso, una cosa trae la otra. Es el mismo fenómeno circular, cultural, pasa por nuestra psiquis así que influencia la relación con nuestro cuerpo. En los adolescentes es peor que en las generaciones anteriores en los dos sentidos.
–Y la comunicación naufraga…
–Hoy hay más formas de comunicarse, redes sociales y se percibe cierta imposibilidad de conexión. Están las aplicaciones de citas y a la vez, paradójicamente, parece más difícil encontrarse con alguien, relacionarse y armar una pareja. Tenés un montón de herramientas para comunicarte, pero no pasa nada…
–Paradojas tecnológicas…
–La ley de la paradoja de Internet dice que en principio hay un crecimiento de los conocimientos de la competencia que es maravilloso pero el gráfico muestra que cuando más empleás internet, deja de crecer tu conocimiento. Sí crece tu confusión porque cada uno de nosotros tiene límites cerebrales. ¿Puedo reconocer las caras de 100 personas? En Facebook puedes tener miles de amigos. Eso es una falsificación no estructural porque puedes tener miles y miles de amigos pero no les conoces la cara real, es abstracto. Es una alienación total, es vender un producto desde el principio como mentira, entonces sí, la sexualidad es un aspecto específico de esta ley de los números y de nuestros límites, probablemente también lo es el fenómeno de atracciones. Se muestran chicos jóvenes, chicas desnudas que se repiten unas tras otras. Al principio generan atracción, pero es como el chocolate, te gusta pero después de un kilo uno empieza a vomitar, a sentir repulsión, rechazo.
–Para Marx sería una exhibición permanente de mercancías en el celular, ¿no?
–Sí, el exceso. Del mismo modo, esos cuerpos muy jóvenes pueden desear hacer el amor otra vez después de un tiempo breve, las mujeres aún más, pero hay límites.
–También analizás la dinámica de los géneros. ¿De qué depende la decisión de un cambio de género? ¿De que “me miren”?
–Lo más trágico me parecen las expresiones de la oferta de identidad personal y de la proyección que se hace hacia afuera. Los jóvenes antes de formar pareja tienen problemas de inseguridad, dicen “antes tengo que elegir bien” o incluso, “tengo que decidir si soy heterosexual u homosexual o bisexual, etcétera”. Son racionalizaciones de una inseguridad general no solo sexual. Tu identidad no puede depender exageradamente de lo que te envían los otros. Cuando eres muy pequeño, es muy importante como reacciona particularmente tu padre frente a ti, tu identidad se refleja en este espejo. Hoy los jóvenes, los menores de 30, todavía hacen depender su identidad de imágenes, de sí mismos, de sus posteos y de las reacciones que reciben. Alguien que no conoces, que puede ser un idiota, un sádico, te puede herir con una respuesta agresiva en las redes.
Fuente: Revista Ñ
Por Héctor Pavon