Fuente: La Nacion
Autora: María Paula Etcheberry
Las relucientes estatuas de bronce de San Martín, el héroe a caballo, ocupan el centro de casi todas las plazas centrales de cualquier ciudad importante del país. Belgrano, 25 de Mayo o 9 de Julio son una opción fija dentro del menú de alternativas para nombrar a las calles o avenidas principales de cada pueblo o distrito urbano. La Independencia, declarada hace ya más de 200 años, es sin dudas uno de los hitos fundantes dentro del legendario relato que define los orígenes de la Argentina como nación. En tiempos de uso político del pasado, LA NACION dialogó con el historiador Luis Alberto Romero, quien cree necesario abandonar la idea de héroe para “ampliar el repertorio de ciudadanos destacados” más allá de las figuras de Belgrano y San Martín.
“Los hombres de 1816 no sabían que estaban fundando la Argentina”, señala Romero, autor del libro Breve historia contemporánea de la Argentina, profesor universitario e investigador principal del Conicet. Observa que, en la actualidad, enfrentamos una “furia revisionista que busca derribar estatuas” a nivel global, episodio que en la Argentina tuvo su correlato con el reemplazo de la estatua de Cristóbal Colón, antes ubicada frente a la Casa Rosada, por la de Juana Azurduy
A pesar del hábil uso de motivos históricos que hace el kirchnerismo, con referencias recurrentes a la década de 1970 y a la causa de los Derechos Humanos, “el desarme del bloque kirchnerista está en marcha”, advierte el historiador, colaborador asiduo de este diario.
Romero sostiene que la grieta hoy está sobrevalorada, como consecuencia del caos interno en el que está sumida la coalición gobernante del Frente de Todos.
–¿Qué balance hacer a más de 200 años de la Independencia del 9 de julio de 1816, teniendo en cuenta la situación actual del país y su trayectoria histórica?
–Para hacer un balance hay que tratar de alejarse un poco de las circunstancias del presente, que siempre deforman mucho la perspectiva. En estos más de 200 años se construyó un país, con todo lo que eso significa: un Estado, una nación, una sociedad, una cultura. A esta altura uno tiene la tentación de decir que hubo algo fallido en todo eso. Pero eso es quedarse muy atrapado en las circunstancias del presente. La Argentina fue durante mucho tiempo un país ejemplar. Deberíamos resaltar la continuidad de la construcción pese a los accidentes.
–La Argentina celebra dos fechas para fijar su origen como nación, el 25 de Mayo de 1810 y el 9 de Julio de 1816. ¿Esta doble filiación produce alguna contradicción?
–Las fechas y los mitos del origen son arbitrarios. Además, implican suponer que los actores tenían claro qué es lo que estaban haciendo. Todas las naciones hispanoamericanas surgieron imprevistamente a partir del derrumbe del Imperio Español. No fue algo preparado. Los hombres de 1816 no sabían que estaban fundando la Argentina. Muchas cosas que hoy nos parecen obvias, en ese momento eran grandes interrogantes. Y en otras, directamente no pensaban. Lo que se declaró en 1816, la independencia de las Provincias Unidas, fue una cosa muy ambigua, una fórmula que dejaba muy abierta la posibilidad de que el Alto Perú o Paraguay estuvieran dentro o fuera. Transformar eso en la fundación de la nación argentina forma parte de algo muy común: la necesidad de que cada nación establezca un punto de partida. Ese punto de partida se construye. Hacer estas precisiones no es devaluar la importancia del hecho, sino colocarlo en el ámbito que corresponde: el del imaginario y los valores ciudadanos.
–¿Cuál es el vínculo entre el nacionalismo y la construcción de las fechas patrias?
–La de 1816 es una fecha fundamental en cualquier relato de la nacionalidad argentina, así como también es inevitable pasar por San Martín. Los historiadores, en las últimas cinco décadas, tenemos una fijación con desarmar los mitos fundantes de la nación. Para nuestro trabajo esto es muy importante. Pero los mitos de la nación son esenciales para formar ciudadanos. Estoy revalorizando la función cívica de la historia. Esa vieja función que tenía la escuela. El relato de la escuela hoy es muy poco relevante, al lado de otros relatos que circulan por otros canales con mucha más eficacia, desde los de la militancia política hasta incluso algo aparentemente tan inocente como Wikipedia, que en los temas de historia argentina tiene un sesgo y una orientación casi militante. Y es lo que naturalmente cualquiera va a mirar cuando busque quién era Belgrano o hasta [Mauricio] Macri. Wikipedia ha tomado partido. Entonces, lo que se encuentra en primer lugar es el párrafo militante. Esa militancia tiene que ver con diferentes interpretaciones de lo que es la nación. Deberíamos pensar en ciudadanos destacados en lugar de héroes patrios, e incluir en nuestro repertorio figuras que por algún motivo son ejemplares, más allá de San Martín y Belgrano. Incluso reconociendo que pueden existir grandes diferencias entre ellos. Que Rivadavia y Rosas no son el ángel y el demonio, sino que fueron, en su momento, dos maneras entendibles de hacer la Argentina. Y luego seguir avanzando con Urquiza, con Mitre, con Sarmiento, con Yrigoyen, con Perón, con Alfonsín. Podemos encontrar buenos ejemplos que nos ayuden a mejorar nuestra convivencia.
–¿Deberíamos desmitificar esos relatos fundantes y canónicos de los orígenes de la nación vinculados al 9 de julio de 1816? ¿O esta tarea debería quedar reservada a los historiadores profesionales?
–Es una pregunta muy complicada. Porque la historia avanza por ese lado y lo que se enseña no puede alejarse tanto. Hay que encontrar un punto intermedio que tenga en cuenta la evolución del desarrollo intelectual de los chicos. En la escuela primaria el tema de los valores ciudadanos es muy importante. Y las versiones más críticas pueden ser bien entendidas, no como demolición, sino como una aproximación más compleja a las cosas, a partir del secundario. Ahora, para un lector de historia adulto, ya el mito es contraproducente. Así como es contraproducente la supuesta demolición de los mitos. Muchos cuentan la historia más clásica en términos de “lo que siempre nos han ocultado”. Hay una desmitificación banal, que consiste en hablar de la vida privada. Es el costo que se paga por haber creado los bronces.
–El país atravesó un enfrentamiento entre unitarios y federales, luego hubo conflictos entre radicales y conservadores, peronistas y antiperonistas. ¿Podemos decir que la antinomia atraviesa la historia argentina a lo largo de sus dos siglos?
–La Argentina no es más conflictiva que otros países. La historia se hace siempre con conflictos. No encontrás ningún país en el mundo cuya historia no pueda ser contada así, si uno se empeña en hacerlo. En Inglaterra, podés pensar en Guillermo el Conquistador, normandos y sajones, seguir con la Guerra de las Rosas, y así sucesivamente y decir que la historia inglesa es una historia de conflictos imposibles. Pero también podés contar cómo esos conflictos terminaron en acuerdos. El conflicto es la esencia de lo político, y la política es la esencia de la construcción de una comunidad. El conflicto es ineludible. El problema es cómo resolverlo, si es en forma agonal o transaccional. Luego está, y aquí entraría más el trabajo del historiador, el mirar de cerca esas generalizaciones. El conflicto es más complicado y variado que entre dos partidos políticos. Pero se entiende que en momentos de polarización haya esa tendencia a simplificarlo. No me convencen esas miradas cómodas, que culminan en la fórmula “es igual”, siempre fue así, siempre hubo unos y otros. Y después una conclusión moral: acá lo que falta es consenso o una mano dura.
–Respecto de los próceres, ¿por qué Belgrano y San Martín lograron convertirse en héroes indiscutidos e intocables?
–Es interesante repasar cómo empezaron a ser tan importantes San Martín y Belgrano. San Martín pegó el salto cuando Mitre lo convierte en el fundador de la independencia sudamericana, al igual que convirtió a Belgrano en la expresión de la Revolución de Mayo. Esto ocurre cuando el Estado empieza a construir su propia historia nacional y a difundirla luego a través de las escuelas. La creación de los Estados coloca a un montón de personas en el rango de posibles fundadores. Cuando se empezó a pensar sistemáticamente en el panteón nacional, afloraron los recuerdos de las guerras civiles. Personas que habían sido importantes en las Guerras de Independencia, como Dorrego, luego hicieron cosas que un bando no les perdonaba. Belgrano y San Martín tenían la ventaja de que el primero murió en 1820 y el segundo se retiró en 1821. Nadie se sentía agraviado por su incorporación a la categoría de héroes. El criterio que primó debido a la intensidad de la vida política después de 1850 fue cerrar el panteón de héroes en 1820. La otra parte que explica por qué ambos sobresalen tanto tiene que ver con la cuestión de la unidad, de encontrar un origen homogéneo. Este unanimismo político y la concentración en uno o dos héroes es parte de lo mismo. Todas las historias divergentes que hay sobre la Argentina incluyen siempre a San Martín como punto de partida. Por eso sería tan sano incluir a muchos otros. Y eliminar la idea de héroe, que tiene un toque casi épico, de divinidad.
–¿Qué peligros implica convertir a estas figuras históricas en próceres o en héroes de bronce?
–En el fondo se los hace frágiles; de tan perfectos que son, no soportan ningún dato que rompa esa perfección. Sobre todo, pensando en la experiencia actual y en esta furia revisionista decidida a derribar las estatuas. En cambio, un retrato más humano los hace más flexibles. Pero antes de eso, el bronce los hace poco creíbles o poco capaces de generar entusiasmo. Una estatua es una estatua, no es una persona a la que uno admira.
–Pensando en la actual tendencia de derribar estatuas, ¿por qué se genera este fenómeno en el cual ciertas figuras que antes eran consideradas próceres ahora son criticadas y cuestionadas, como ocurrió con Roca o Sarmiento?
–Son dos casos distintos. Desde que empezó a actuar, Sarmiento suscitó esas furias aun en vida y generalmente por las cosas positivas que hacía. Suscitó la ira del catolicismo militante por su política educativa, y de ahí en más ya fue una especie de chivo expiatorio de todas las corrientes nacionales y populares. En el caso de Roca, tiene que ver con una de las reivindicaciones identitarias de la época actual, la de los aborígenes y pueblos originarios. Muchas de estas cosas tienen su expresión original y más aguda en Estados Unidos. El panorama de las universidades norteamericanas es impresionante. Hay un programa de estudios, conocido como 1619, que vuelve a contar la historia norteamericana a partir de la fecha en la que llegó el primer esclavo negro al país. Han formalizado un programa que ha sido aceptado en muchas escuelas. Una consecuencia de ello es pensar “saquemos los símbolos de esta versión de la historia que nos ha engañado”.
–¿Estamos entonces ante un fenómeno global que trasciende la realidad concreta de la Argentina o tiene también algún impacto nuestra realidad local?
–Hice la mención a Estados Unidos porque siempre es muy tentador suponer que todo pasa solo en la Argentina. En Inglaterra también están tirando estatuas. Finalmente, las corrientes en un mundo tan abierto como el actual se vinculan. En el caso argentino, el relato kirchnerista tiene como atributo fundamental su plasticidad, al igual que el revisionismo. Esa capacidad de atrapar todo para sumarlo a su impugnación. No es raro que estos temas se hayan incorporado al mundo kirchnerista. Por otro lado, es inevitable y es positivo tener una actitud revisionista. Está bien estar repensando el pasado permanentemente. Lo de las estatuas tiene que ver con una idea que no ayuda mucho, que es la de volver al punto cero de la historia y rehacer todo de nuevo.
–Pensando en los usos del pasado del oficialismo, ¿qué papel juega el setentismo y qué influencia tienen los derechos humanos en el relato kirchnerista?
–El relato es uno de los tres pilares del kirchnerismo. El otro pilar es la producción del sufragio a partir de las redes clientelares, y el último es la manera de negociar con las corporaciones para integrarlas al gobierno y así explotar en conjunto al Estado. El relato cumple una función muy importante para aglutinar sectores diversos. Y es una creación muy eficiente, muy talentosa. En primer lugar, estuvo la intuición de Néstor Kirchner. Siempre fue un político del presente, siempre se permitió la flexibilidad y la heterodoxia de juntar cosas que parecían imposibles. Descubrirse setentista no le dio tanto trabajo, pero descubrirse defensor de los derechos humanos sí debe haber sido una decisión mucho más fríamente tomada. Son admirables las dos, por la capacidad de captar a un montón de sectores que estaban fuera de su alcance e integrarlos dentro de un frente común e hilvanar así relatos que son distintos dentro del mismo conjunto. Porque el relato de los derechos humanos en su primera versión no encajaba muy bien con el setentismo. Tampoco mal, porque en buena parte el relato de los derechos humanos surge en el ambiente de los militantes exiliados en Europa. Eso fue captado por el kirchnerismo, unido a la vieja historia nacional y popular. A mí me parece una obra de arte. Otras versiones posibles desaparecieron.
–¿Qué papel cumple el revisionismo histórico y el fenómeno de la polarización y la grieta en esta creación de un panteón de héroes y otro de antihéroes?
–El revisionismo es una corriente que tiene todo tipo de brazos, de desvíos, de sumatorias y su fuerza se explica porque siempre ha estado abierto a nuevas incorporaciones. Al igual que el peronismo, uno de sus grandes atributos es la plasticidad. Esto lo hace ser básicamente “anti”. De modo que para sostener algo tenés que atacar a otros. Todo eso lo hace muy adecuado para generar grieta, es un estilo agonal de la política. Que se celebre a Güemes o Juana Azurduy está muy bien, pero esto de que la pongan ahí en el lugar de Colón no me gusta. El problema es el reemplazo de unos por otros. También la demostración de tener la capacidad de reescribir la historia.
–Para cerrar, teniendo en cuenta la coyuntura, ¿cómo ve el escenario político actual?
–A la coyuntura actual la percibo muy parecida a la de 1975. Algo se está desarmando aceleradamente y no sabemos cómo se va a rearmar ni ese algo, ni el conjunto en el cual ese algo ocupa un lugar central. El desarme del bloque kirchnerista está en marcha. Creo que nuestra grieta está totalmente sobrevaluada. Es evidente que un lado de la grieta es una especie de caos, sumido en una guerra interna. Se hace difícil pensar que la grieta pasa por ese mundo casi anárquico. Lo mejor que puede pasar es que no explote todavía todo junto, sino que explote gradualmente. En este momento, más allá del derrumbe de la economía, en términos políticos vemos un escenario muy interesante, con la pregunta de hacia dónde va el peronismo. Dado que resurgió de sus cenizas tantas veces, seguramente va a resurgir y vamos a ver que no eran cenizas, sino apenas una quemadura superficial. Va a reaparecer de otro modo por fuera del kirchnerismo. Alguien, aunque no inmediatamente, va a contratar la franquicia peronista y va a buscar adaptarla a los gustos del mercado. No me imagino por dónde. Y la oposición, que no interviene, está sentada esperando que llegue la elección. Es muy probable que de cualquier modo ganen las elecciones. Pero el gran problema viene después. Todavía no conocemos en la Argentina coaliciones de gobierno que hayan funcionado. Siempre son un desafío enorme y esa es otra gran incógnita.
UN HISTORIADOR QUE MIRA EL PRESENTE
PERFIL: Luis Alberto Romero
Historiador y docente, Luis Alberto Romero nació en Buenos Aires en octubre de 1944. Fue profesor titular de la Universidad de Buenos Aires e Investigador Principal del Conicet.
Publicó, entre muchos otros libros, Breve historia contemporanea de la Argentina (1994; edición final 2018) y La larga crisis argentina. Del siglo XX al XXI (2013).
Dictó cursos de posgrado en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), la Universidad Torcuato Di Tella y la Universidad de San Andrés. También, en diversas universidades del exterior.
Es miembro de número de la Academia Nacional de la Historia y vicepresidente de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas.