¿Qué sentirías si te despertaras y encontraras fuego en la pileta de la cocina, con poemas y documentos hechos cenizas? ¿O si al mirarte al espejo descubrieras que tu cabeza está rapada? ¿Y si los juguetes de tu hijo aparecieran prolijamente guardados en la heladera? ¿Qué ocurrió mientras dormías?
El narrador protagonista de “La parte del sonambulismo”, la nueva obra de Nicolás Hochman publicada por Fondo de Cultura Económica, se mueve y habla dormido, y suele despertar sin saber dónde está. En este libro inclasificable, entre el diario íntimo, el ensayo y la novela, Hochman escribe sobre ese fenómeno inquietante y aún inexplicable –incluso para la ciencia– que ha atravesado buena parte de su vida: el sonambulismo.
El texto narra tanto escenas hilarantes como también perturbadoras. En el comienzo del libro, por ejemplo, el narrador recuerda un viaje en micro de Mar del Plata a Buenos Aires, en el que se despierta sobresaltado, convencido de que se pasó de largo, por lo que intenta abrir la puerta del colectivo en movimiento. Solo al mirar el reloj deduce que todavía sigue en la Ruta 2 y que falta para llegar. Se tranquiliza. Hasta que vuelve a “despertar” y se encuentra, en efecto, forcejeando la puerta del Flechabus que avanza a toda velocidad. La línea entre el sueño y la vigilia se vuelve tan delgada que el protagonista reconoce que su sonambulismo ha llegado a un límite.
Muchas de las escenas podrían formar parte de una película de terror. Las alucinaciones son tan vívidas que el narrador llega a temer por su propia salud mental. ¿De qué sería capaz de hacer mientras duerme? ¿Podría llegar a lastimar a alguien? Su hijo se lo pregunta una vez y él mismo piensa en el fondo: “No tengo manera de saber hasta dónde podría llegar”. La escritura aparece entonces como una forma de ordenar el caos, de buscar sentido frente a lo incomprensible, de encontrar un alivio ante la angustia.
“La parte del sonambulismo” surge de un diario que Hochman escribe desde hace años. Al revisarlo, descubre que buena parte de sus entradas giraban en torno de sus episodios nocturnos. De ahí el título: se trata tanto de una sección del diario, pero también podría pensarse de una zona de su identidad, esa parte escindida y extraña que lo habita y actúa por él, como si un otro tomara el control de su cuerpo mientras duerme.
A lo largo del texto, las escenas personales se intercalan con citas de psicoanalistas, neurólogos y escritores que permiten pensar el sonambulismo más allá del caso individual y que abren reflexiones sobre categorías como identidad, verdad, ficción y escritura. Porque el propio narrador se pregunta si acaso no está inventando, si el diario, en definitiva, no será otra forma de hacer ficción; aunque también advierte que sus actos sonámbulos son demasiado inverosímiles para ser ficción. Y “la ficción necesita ser verosímil; la realidad, no”, escribe. Hochman, en esta entrevista con este medio, lo confirma: “Quedará después en el lector determinar qué de todo eso es ficción, qué no. Me divierte pensar que, por lo general, eso que parece muy inverosímil probablemente ocurrió así, y viceversa”.
La prosa literaria, con la que atrapa al lector desde la primera página, la densidad conceptual y la capacidad reflexiva de Nicolás Hochman se explica por su vasta formación y experiencia tanto en la literatura como en el campo de las ciencias sociales. El escritor, editor y gestor cultural –quien vivió durante quince años en Mar del Plata y actualmente reside en su ciudad natal, Buenos Aires– es licenciado en Historia por la UNMdP, doctor en Ciencias Sociales por la UBA, docente universitario y de un taller literario que coordina desde 2010. Tras la publicación de las novelas “Los Casquivanos” (2014) y “Toda la felicidad de la que somos capaces” (2023), y el ensayo “Incomodar con estilo. El exilio de Gombrowicz en Argentina” (2018), Hochman charla con LA CAPITAL sobre su última publicación y explica cómo fue la experiencia de ponerle palabras a este estado entre la vigilia y el sueño, entre la cordura y la locura, entre la realidad y la ficción del que poco se sabe.
-“La parte del sonambulismo” es a la vez diario, novela, ensayo. ¿Cómo definirías esta escritura y qué es lo que te permitieron estos cruces?
-Yo estoy cada vez más convencido de que los géneros no existen, sino que son un invento que hacemos los editores para poder vender más libros y que los lectores tengan más en claro qué es eso que están leyendo. En ese sentido, el libro un poco se escurre de todos esos géneros que vos decís, que tienen un poco de todo eso y que a la vez no termina de ser ninguno. El libro, originalmente, partió como un diario que no tenía muy en claro qué era, hacia dónde iba, lo pensé como ensayo, quizás en un primer momento, y después a eso se le agregó la capa de ficción. También creo que es una novela en los términos en los que se puede pensar una novela en el 2025. Para mí, ya quedaron bastante obsoletas las categorías de ficción, de no ficción, qué tanto de la experiencia del autor aparece en un libro para que sea una novela o una autobiografía o un ensayo. Yo estoy contando una historia, hay un personaje, hay un conflicto, hay una trama, hay otros personajes secundarios, hay cosas que van pasando, hay una resolución de algún modo. Me gusta pensarlo como una novela, porque también incluye mucha ficción. Quedará después en el lector determinar qué de todo eso es ficción, qué no, y me divierte pensar que por lo general eso que parece muy inverosímil, probablemente ocurrió así, y viceversa.
“Descreo bastante de que exista una verdad”
-Esta ambigüedad pone sobre la mesa uno de los temas que atraviesa tu libro, que es la noción de verdad. ¿Por qué te interesa discutir sobre la verdad, en tiempos en que está cada vez más en crisis?
-Es un tema que me apasiona desde hace muchos años. Yo viví 15 años en Mar del Plata, estudié Historia allá, y ya cuando hacía la carrera era algo que me interpelaba permanentemente, con lo que discutía mucho con compañeros, con docentes, porque de algún modo pensar que los historiadores podemos contar la verdad, para mí, es una ficción. Yo dudaba mucho de que se pudiera contar algún tipo de verdad desde la Historia, sí creía que la Historia podía acercarse a contar fragmentos de algo, como retazos, como mostrar algo para ayudar a pensar, a perfeccionar. Y eso que arrancó como un germen mío estudiando Historia, después siguió a lo largo de toda mi carrera académica, y se trasladó después al momento de escribir ficción.
Me parece que es algo que está presente en todas las áreas del conocimiento y de la cotidianeidad. Yo descreo bastante de que exista una verdad, creo que existen situaciones que son más reales o más realistas que otras.
De algún modo, lo que la novela también intenta problematizar es eso, que no hay una sola forma de pensar las cosas, que es muy difícil que podamos quedarnos con una situación, con un punto de vista sin contextualizarlo, sin cruzarlo con otras miradas, con lo que el otro dice, vio o cree. Me parece que en el cruce de todas esas variables lo que aparece son posibilidades que son más contundentes que otras, que no quiere decir que todo es lo mismo, que no quiere decir que nada sea verdad o que todo sea mentira, quiere decir que me parece que es más complejo que plantearlo en términos de verdad o de no verdad. Me analizo hace muchos años y en el análisis también aparece eso permanentemente, no sé qué es la verdad, pero hay algo que uno hace con esas cosas.

Nicolás Hochman fundó y dirige el festival de literatura latinoamericana Desmadres, el Congreso Gombrowicz y la productora UnaBrecha.
-Entre las ramas en las que se pone en duda la verdad también ubicás a la ciencia, que todavía no ha sabido definir el sonambulismo o ha dado resultados contradictorios. ¿Por qué?
-Totalmente, creo que hay que dudar mucho de la ciencia. Pongo a la ciencia como estandarte del conocimiento. Es, de los discursos posibles, probablemente mi discurso preferido, con el que me siento cómodo, a gusto, que creo que está bien y que hay que defender a rajatabla, pero que también hay que poner en duda, discutir, no hay que creer ciegamente en lo que la ciencia dice o hace. Porque la ciencia está hecha por personas, y las personas fallan, mienten, se equivocan, tienen intereses, tienen sus propias frustraciones, etcétera. A mí me resultó absolutamente evidente cuando fui rebotando por distintos neurólogos, contándoles mi experiencia como sonámbulo. Y no solo no hubo una respuesta efectiva de parte de ellos, ni para curarlo ni para ayudarme a entender qué estaba pasando, sino que además las respuestas que me daban eran directamente peligrosas y sin ningún tipo de fundamento científico. Al contrario, lo que primaba en ese momento era una opinión. Entonces, para mí es una evidencia más de que la ciencia, la medicina, que es lo que tenemos más a mano, es algo a lo que hay que prestarle mucha atención y no confiar ciegamente.
-El narrador se pregunta cómo desde la ciencia “sistematizar algo tan íntimo, tan intangible, tan difícil de asentar y delimitar” como lo es el sonambulismo. Te pregunto lo mismo pero a vos como escritor: ¿cómo fue escribir sobre algo tan incierto e inasible?
-De manera paradójica, fue muy fácil. Escribo desde hace muchos años y para mí la escritura siempre fue un padecimiento. Siempre la pasé muy mal escribiendo. Hace años, un amigo me dijo una frase que a mí me quedó muy grabada, que era “escribir es una mierda, pero no escribir es peor”. Y durante mucho tiempo lo sostuve como una especie de máxima. Pero con este libro no ocurrió nada de todo eso, sino que fue un período de mucho disfrute y algo muy lúdico. Lo escribí muy rápido, casi sin versiones previas. Mi novela anterior me llevó diez versiones y cinco años de trabajo. Y este libro, en cambio, lo hice en muy pocos meses. Mi compañera, que fue siguiendo el proceso día a día, dice que lo escribí como estando sonámbulo.
“El sonambulismo no es liberador, es más bien una afrenta a mí mismo”
-¿Qué quiere decir que lo escribiste estando sonámbulo?
-En términos de que era un momento de mi vida muy caótico, estaban pasando un montón de cosas muy tristes, mi mundo estaba desmoronándose, mi mundo y Argentina en particular, todo prendido fuego. Entonces, en lugar de estar utilizando mi capacidad productiva con fines capitalistas para llenar la heladera a fin de mes o lo que sea, o para distenderme o encontrar un rato de ocio, yo puse todo en suspenso para escribir algo que es inverosímil, improbable.
-El narrador es de día un sujeto muy racional y controlador, pero de noche es puro caos. ¿El sonambulismo resulta en algún punto liberador, al permitirte romper tus propios límites, descontrolarte, o termina siendo más agobiante y aterrador?
-Diría que no, que liberador no es en absoluto. Primero, porque muchas veces no me entero de si me liberé o no me liberé. Y después, que en general cuando esa liberación existe, tiende a ser perturbadora más que placentera. No siento que el sonambulismo sea una liberación, sino más bien una afrenta a mí mismo.
“Le creo más a la literatura que a la ciencia”
-Así como acudís a la ciencia, también vas a la literatura para entender qué es el sonambulismo. E incluís una enumeración de más de cuatro páginas de autores que han escrito sobre este fenómeno. ¿Hubo alguna descripción de estos autores que te haya interpelado en particular?
-Primero, tengo que decir que le creo más a la literatura que a la ciencia. Por otro lado, es un tema muy poco trabajado. Y a mí eso me sorprendió muchísimo porque el sonambulismo no es un tema que haya aparecido en los últimos años y que de repente encontré un nicho. Existe desde siempre, el ser humano desde que existe tiene sonambulismo. Entonces, me sorprende mucho que casi nunca aparezca como un tema central, sino como algo más bien lateral o del orden de lo poético, lo romántico o vinculado a algo más onírico.
Respecto de una frase que me haya interpelado en particular, pienso en una de Pequeña Orquesta Reincidentes, una banda de la que soy muy fan, y hace unos meses, mientras iba escuchándola en el auto con mi hijo menor, me doy cuenta de que una canción dice “Estaba dormido cuando le puse fuego a toda la casa”. Para mí fue muy shockeante, porque aunque era una canción que escuchaba hace 20 años, jamás le había prestado atención a que estaba hablando del sonambulismo. El cantante y compositor, que es Juan Pablo Fernández, que además es el que hizo la tapa del libro, es poeta, y me pareció que era una coincidencia hermosa y que esa frase hablaba mucho de lo que yo quería transmitir.
-Otro tema que se desprende de tus escritos sobre el sonambulismo es el de la identidad. ¿Quién es el que acciona y habla cuando se está durmiendo? ¿Soy yo o es un otro? También hacia el final decís que si no fueras sonámbulo, no serías vos, que ser sonámbulo es parte constitutiva de tu personalidad. ¿Qué reflexiones te despertó este tema de la identidad?
-Durante muchos años yo intenté curar el sonambulismo. Intenté sacármelo porque me parecía peligroso, porque me parecía una anomalía. Y en algún momento, después de dar tantas vueltas y de tener tan malas experiencias con profesionales de la salud, llegué a esa conclusión de por qué dejaría de ser sonámbulo. No sé si tengo ganas de eso, sobre todo no sé si es algo que tenga ganas de curar, porque no estoy tan convencido de que esto sea una enfermedad, sino que simplemente es un rasgo mío y es algo con lo que yo me identifico mucho, es algo que un poco me hace mal pero un poco me hace bien. En tanto y en cuanto esto no sea peligroso y no afecte de manera negativa a los demás o a mí mismo, parece que no es un problema para resolver, sino algo para atravesar y para ver qué se hace con eso. Y en algún modo el libro también es una respuesta posible a quién soy yo en relación con el sonambulismo.
-Definís al sonambulismo como un “estado entre”, ¿podrías explicarlo?
-Cuando hicimos la presentación de la novela en Fondo de Cultura Económica, Florencia Abbate trajo esa noche un concepto que a mí me gustó mucho que es el ‘in between’, es decir, el entre. El sonambulismo es un entre, no estás despierto, no estás dormido. Y, por otro lado, es un entre la locura y la cordura. Ahí hay algo que está muy al límite, al borde, y que me da miedo, o sea, no es que cada acto de sonambulismo de mi vida me haya llevado al temor de volverme loco, pero hubo algunos en los que sí. De hecho, a partir de una de esas situaciones es que yo arranqué con todo el camino de los neurólogos. Encontré algo que iba más allá del sonambulismo, que había sido una alucinación muy fuerte, de la cual yo tenía plena conciencia, yo estaba despierto, no era un sonambulismo común, si es que existe el sonambulismo común, sino que yo sabía que estaba habiendo algo que no estaba ahí, estaba despierto, fue al baño, prendí la luz, me lavé la cara, y seguía viendo imágenes. Entonces, no solamente empecé a visitar neurólogos y hacerme estudios, sino que empecé a leer sobre eso.
De algún modo, la única respuesta que encontré a eso no fue en la neurología tradicional, sino en Oliver Sacks, que para mí es una especie de Freud de los últimos años, no porque haga lo mismo, sino porque tiene esa habilidad excepcional de poder narrar casos clínicos de manera narrativa con una belleza increíble. Uno lee a Oliver Sacks y disfruta de ver sobre casos clínicos. Sacks tiene un libro muy lindo que se llama “Alucinaciones”, y en uno de los casos que relata sobre el final aparece como al pasar algo que yo leí y dije es esto lo que tengo, que se llama “alucinación hipnopómpica”. Fue muy tranquilizador encontrar que había otras personas en el mundo experimentando lo mismo, que no se estaban volviendo locas, sino que simplemente atravesaban por eso.
“La verdad no es solamente eso que ocurre cuando estás despierto, sino también cuando estás dormido y el inconsciente habla”
-Hacés un paralelismo entre la experiencia de un cajero de supermercado y el sonámbulo, porque ambos están sin estar, hacen sin hacer. Esto me llevó a pensar cuánto hay de sonambulismo cuando estamos despiertos, sobre todo en estos tiempos alienantes. ¿Te interesó pensar el grado de sonambulismo en la sociedad actual?
-Sí, me gusta mucho la imagen del zombi, que se parece tanto al sonámbulo. En las representaciones del cine y los dibujitos, tanto el sonámbulo como el zombi, históricamente, caminan lento, con los ojos abiertos y los brazos extendidos hacia adelante, ¿por qué? Nunca nadie vio un zombi caminar, no sabemos cómo caminan, pero un sonámbulo jamás caminó con los brazos hacia adelante. Igualmente, me gusta que los representen igual. El zombi es ese que no tiene más cerebro, que no piensa, que simplemente actúa y que sigue a la horda, y que el sonámbulo quede pegado a eso me parece sintomático. Y hay algo de la repetición, la secuencia permanente, en el caso del supermercado, la cosa de la línea fordista, que es absolutamente alienante y de la que es muy difícil de poder salir de la lógica de repetición. Está metido en este entre. Me parece que en algún momento hay que cortar con eso.
En ese sentido, el sonambulismo es útil y funcional para poder desarmar algunas lógicas, para poder darte cuenta de que las cosas no son como uno se imaginaba. Justamente, volviendo a lo que decíamos antes, la verdad no es solamente eso que ocurre cuando estás despierto, sino también cuando estás dormido y el inconsciente habla. Me parece que en algún momento hay que despertarse y me parece que en algún momento hay que estar sonámbulo también y pegar un volantazo.