Fuente: Infobae
Autor: Ignacio Hutin
En ruso no existe la palabra “Estado”, sino que se utiliza gosudarstvo, que significa literalmente “el dominio del amo”. El Estado ruso tiene entonces un líder, un señor que impone designios y comanda a voluntad sobre las tierras que domina. Con esa curiosidad léxica en mente como punto de partida, el doctor en Historia Claudio Ingerflom nombró a su nuevo libro: El dominio del amo: El Estado ruso, la guerra con Ucrania y el nuevo orden mundial. En sus páginas analiza el desarrollo histórico del poder en Rusia, desde el principado de Moscú en el siglo XV hasta la invasión a Ucrania de 2022. Más que una evolución, parece ser la repetición constante de las mismas fórmulas pasadas: un líder fuerte e inalcanzable, déspota, sin cuestionamientos, sin críticas, reaparece una y otra vez al mando. Como si no hubiera alternativas.
Ingerflom examina la historia rusa porque es su profesión -como historiador, está especializado en Rusia-, pero también porque es el mismísimo Kremlin el que hace un recorrido similar y recurre al pasado para buscar justificaciones. Vladimir Putin y su círculo más cercano proponen relatos casi mitológicos de un gran estado eslavo unido, de aquel imperio que existió alguna vez y que hoy tiene la obligación de resurgir como potencia después de la disolución soviética. A esto se le suma el factor religioso, la idea de Rusia como una Tercera Roma destinada a guiar y a perdurar frente a un occidente decadente.
El historiador acepta entonces la lógica de Moscú, la toma en serio y profundiza en los discursos actuales del poder ruso y en sus constantes referencias al pasado. En El dominio del amo, editado por Fondo de Cultura Económica (FCE), aparece la dicotomía entre repetibilidad e innovación: lo viejo que permite el surgimiento de lo nuevo, pero que también lo limita. Aunque cambien las formas, los actos y las decisiones permanecen anclados a una tradición que les impide alejarse demasiado. Putin no escapa a esta cuestión. Sí, es una innovación que el presidente ruso se muestre cazando con el torso desnudo, pero Ingerflom recuerda que el cuerpo físico de los dirigentes rusos, desde los primeros zares, siempre fue más importante que el cuerpo político. “Cuánto más nos ilusionamos con la novedad, más ingenuos somos, más repetimos lo anterior”, dice.
– ¿Hay posibilidad de salir de esta repetición en Rusia?
– Gorbachov, último líder de la Unión Soviética, intentó romper con eso en alguna medida. Decía que el pueblo es soberano, pero cuando el pueblo lituano quiso ser independiente le mandó los tanques. Si hubiese sido más cauto, más inteligente, podría haber sobrevivido. Pero tenía sus límites: lo viejo que sigue funcionando. Hoy los dirigentes en Rusia dicen que no se puede gobernar sin un ejecutivo fuerte y tienen razón en un punto: los conflictos internos son tan agudos que para mantenerse en el poder tienen que usarlo por todos los medios a su alcance. En nuestros países, los de abajo tenemos posibilidades de lucha, pero en Rusia no. Los propósitos oficiales son muy primitivos. Los discursos más construidos pasan en una minoría. Y las fuerzas que quieren conservar el poder son muy fuertes. En Occidente se especula con la posibilidad de que desplacen a Putin, pero no hay ninguna garantía de que, por ejemplo, si los militares toman el poder no vayan más lejos que él para obtener una victoria militar arrasando Kiev.
– Si el recurrir al pasado es algo constante de la era Putin, ¿por qué la invasión a Ucrania se da ahora y no antes?
– Rusia se estuvo preparando para esto desde el día en que Putin llegó al poder. Es su venganza, su forma de restaurar su potencia y salir de lo que vivieron como una humillación a partir de la disolución de la URSS. Mucho más humillante que lo que les impuso Estados Unidos fue ver cómo se liberaron los lituanos, los ucranianos o los azerbaiyanos. Ahora los rusos consideraron que ya estaban lo suficientemente armados y encontraron al eslabón débil, que es Ucrania. Pensaron que si tomaban Ucrania y destituían al gobierno era una derrota de todo occidente y cambiarían las relaciones internacionales, el orden mundial. Y además están convencidos de que nosotros en occidente somos débiles, que estamos totalmente pervertidos.
– Citás un texto de Karaganov, fundador y presidente de honor del Consejo de Defensa y Política Exterior de Rusia, en el que habla de unir las tierras rusas. ¿Existe una aspiración real de extender geográficamente la guerra?
– No es el único que lo dice. También lo dice Putin sin decirlo cuando habla del bautismo de la Rus en el siglo X. Pero Rusia no existía en ese momento y el príncipe que se bautizó es el príncipe de Kiev. Entonces Kiev puede decir que los moscovitas son parte de Ucrania. Cuando Putin dice que ese bautismo es la base espiritual de Rusia está diciendo que todos los eslavos tienen que estar unidos con el estandarte ruso a la cabeza, que hay que sacarles la identidad a los ucranianos y a los bielorrusos. Dice que los demás tienen que ser razonables, que la guerra actual es un aviso para los que no lo sean. Sí, hay una aspiración real.
– ¿Rusia puede cumplir con eso?
– Yo soy pesimista, racionalmente hablando. Puede parecer que exagero. Pero esta no es una guerra como las otras, acá lo que se juega son los destinos del mundo y si Estados Unidos repite lo que hicieron los europeos en Múnich en 1938, cuando cedieron ante Hitler, el futuro es seriamente preocupante. El presidente ucraniano Zelenski tiene razón cuando dice que Ucrania está luchando también por occidente. Porque esto es simbólico: si Putin gana esta guerra, la derrota de occidente será colectiva, porque lo que busca el Kremlin es una hegemonía política y la imposición de sus propios valores al resto del mundo. Puede infundir temor pensar así, pero hay que entender que este grupo dirigente va mucho más allá de las antiguas intenciones soviéticas. Estos realmente creen en el destino metafísico de Rusia. No van sólo por el poder, son mesiánicos, son los tipos que mueren por su dios. Y el dios de ellos es Rusia.
– ¿Putin ve al país entero como un dominio privado, como hacían los Romanov en la era zarista?
– No, no en el sentido de propiedad, como lo veían los Romanov. Pero sí como un subordinado total que no tiene derecho a expresar otra perspectiva histórica. Por eso dice que los que se oponen son insectos, que hay que matarlos. Esa es la lógica soviética. Putin hace eso en nombre del destino metafísico de Rusia, de una esencia que él hereda de la peor tradición rusa, nacionalista, ortodoxa extremista. Y no se puede discutir con una esencia metafísica. Es como oponerse a Dios.
– ¿Cuál es el rol de la Iglesia Ortodoxa en este contexto?
– Es lo único que sobrevive desde el siglo XVI. Originariamente la concepción de Rusia como la Tercera Roma no era política-imperialista, de conquista, sino de destino histórico. Significa que las dos primeras, Roma y Bizancio, cayeron, pero la tercera, la capital de la ortodoxia, será la última. Hoy la iglesia sigue proveyendo la ideología del poder, de alguna forma llena el vacío que dejó el marxismo-leninismo. El sistema de valores humanos que vehicula la Iglesia Ortodoxa Rusa está muy arraigado en la población, no es algo marginal. Kirill, el patriarca, dijo para justificar la invasión que Ucrania quería unirse a la Unión Europea y, para eso, la Unión Europea le pedía que se legalizara la Marcha por el Orgullo Gay. Y los portavoces del gobierno dicen que los occidentales somos débiles porque queremos la igualdad con las mujeres o no perseguimos las relaciones homosexualidad y lésbicas.
– ¿Con qué figura histórica busca enlazarse Putin?
– Él se considera heredero de todos aquellos que fueron construyendo la grandeza rusa. Las figuras centrales son Iván el Terrible, Pedro el Grande y Stalin. Pero él no lo dice explícitamente, por eso yo prefiero pensar en qué pasado él reivindica, qué herencia está siendo vehiculada en esta política actual. Alguien que aspira a dejar su huella en la historia se dedica a su propia figura y, si tiene ambiciones de quedar como un gran líder, no puede identificarse con alguien del pasado. Entonces rescata de los antiguos lo que a él le parece correcto, que es siempre lo mismo: la potencia.
– En tu libro decís que en la década de 1990 occidente trató a Rusia como “un partenaire de segunda categoría” ¿La OTAN tiene responsabilidad en esta invasión?
– Lo más fácil sería señalar los pecados de la OTAN, de Estados Unidos. Los conocemos todos. Creo que si cometió un error fue ignorar que Rusia iba a volver a ser una potencia, pero el punto es por qué todos los vecinos de Rusia le tienen miedo y desconfían. En un país que educa en el culto a la fuerza y a la confrontación, esos elementos siempre entran en juego. Es mentira que la guerra en Ucrania sea una respuesta a la política de la OTAN. Las ambiciones mesiánicas de la pandilla que dirige Rusia son mucho más viejas que la OTAN. Y sí, la OTAN abrió las puertas a nuevos miembros, pero fueron los pueblos de esos países los que lo pidieron. Rusia tendría que demostrarles que es un país pacífico. Pero para eso tiene que aceptar la democracia adentro, no puede ser un país colonialista y agresivo y al mismo tiempo generar confianza.
– Al principio del libro te preguntás cómo es escribir “sobre un país tan amado” en este contexto, ¿qué sentís ahora que Rusia invade Ucrania?
– Siento a la vez dolor y bronca, es como sentirse traicionado. No es que Rusia me deba algo. Pero yo vengo de una familia militante comunista, viví 6 años en Moscú, después seguí yendo regularmente, dediqué mi vida al estudio de la cultura rusa. Tengo mil lazos con la música, la cultura, la literatura y sobre todo con la historia rusa. Yo amo a ese país, pero ese país está compuesto de cosas diferentes. Por eso es doloroso ver pibes de esa cultura entrar a un departamento, matar al dueño y violar a la esposa delante del cadáver. Los hombres pueden desbocarse, pero un gobierno no puede cubrirlos. Hasta los yanquis reconocieron crímenes de guerra en Vietnam y juzgaron a sus soldados. Pero la soldadesca de Putin se libera de todo compromiso moral, creen que todo les está permitido, que el único criterio válido es la fuerza. Que no hay barreras. Y eso es muy duro.
Así empieza “El dominio del amo”
El término ruso “gosudar” era el más utilizado de los títulos del zar. Significaba “amo”. La palabra “Estado”, gosudarstvo, significa, literalmente “el dominio del amo”.
Esa parte de la sociedad rusa que, desde el comienzo de la guerra, se opone a la sinrazón, repite incansablemente dos palabras en voz cada vez más alta y en demostraciones públicas: “bessilie” [sin fuerza, impotencia] y “bezumie” [sin mente, locura]. Dos sensaciones que se traducen en interrogantes. ¿Cómo se atrevieron a lo impensable? ¿Qué nos pasó a nosotros que no pudimos evitarlo?
La parte de la sociedad rusa que se interroga de ese modo no disocia la política exterior y la doméstica: sabe por experiencia que la primera es inseparable de la segunda.
El propio Vladímir Putin explicó la relación entre el tipo de poder político, incluyendo el suyo, y la guerra:
Para un poder oligárquico siempre es más fácil continuar con una política orientada a saquear a su pueblo y al Estado en una situación donde se libran combates de algún tipo. Este es el caso, tanto en nuestro país como en Ucrania. Se lo describe en pocas palabras: para unos el horror y para otros las ganancias. Siempre es más fácil encubrir los fracasos de la política social y económica con la guerra.
A confesión de parte, relevo de prueba.
Quién es Claudio Ingerflom
♦ Es doctor en Historia y está especializado en historia política y social rusa.
♦ Investiga el poder zarista, soviético y republicano de ese país.
♦ Fue profesor honorario del London University College y enseña en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación Argentina.
♦ Publicó libros en francés, ruso e inglés, entre otras lenguas.