Con la ayuda de diarios personales, anécdotas contadas por familiares, recuerdos, citas de escritores o científicos y casos recopilados en internet, Nicolás Hochman (Buenos Aires, 1982) reconstruye en La parte del sonambulismo (en el título acaso resuena paródicamente el de la consagrada novela de Mariana Enriquez) la historia de su vida nocturna. Allí se cifraría “lo más constitutivo” de su identidad, aunque a la vez advierte: “Si hay algo que no tiene mi sonambulismo es verosimilitud”.
El género del libro es incierto. Se lo puede leer como una “escritura del yo”, un informe clínico, un ensayo con fines catárticos, una colección de pequeños relatos cómicos o angustiosos, a la manera de casos; incluso como la puesta en palabras de un algoritmo onírico que funciona por intermitencia: “A veces creo que mi sonambulismo es ese mismo loop, pero más complejo. Un Tetris con narrativa, no mucho más”.
El montaje de las entradas de un diario que podría ser, en parte, imaginario (Hochman se define como un historiador no demasiado confiable), además de componer un fresco de escenas sonámbulas donde se revolean ejemplares de una biblioteca, se acuna a un gato en lugar del bebé o se toca una batería inexistente en el cuerpo de la mujer amada, deja que aflore la biografía del autor. Además de sus relaciones de pareja y de amistad, la experiencia de la paternidad o el duelo por la muerte de un ser querido, la suya integra un linaje que reúne tanto a antepasados como a personajes literarios que, como él, gozan de memorias “incompletas y erradas”.
Fuente: La Nación
Por Daniel Gigena