En «Bombay«, la escritora Sandra Siemens indaga en las formas del amor, desde la voz de una niña que en conversación con su gato plantea ocurrentes reflexiones y preguntas sobre los vínculos, la familia o la relación con lo no humano: «La voz de la infancia está menos culturizada. Más cercana al instinto y la experiencia empírica», plantea.
Elenita, o «reinita» como la llaman en su casa, tiene un tema en la cabeza que le viene dando vueltas y es la plasticidad del amor: «‘¡¡¿De dónde se saca el amor para querer?!! ¿Lo tenés que partir por la mitad? ¿O el amor te crece?», le pregunta en una de esas a Bombay, mientras el gato negro negrísimo de ojos amarillos se queda dormido, remolonea o está preparándose para el acecho, lo que a Elena un poco, a veces, la hace enojar. Otro tanto se divierte.
Las conjeturas de la niña orbitan alrededor de «eso raro» que está pasando en su casa, ante la inminente llegada de un nuevo integrante a su constelación familiar, por lo que dejará de ser única hija para compartir su vida, a su mamá y a su papá, con un hermano, un hermano que -descubrirá- será mayor. Mientras se lamenta porque la lluvia no le permite salir a remontar un barrilete, Elena le dice, por ejemplo, a su gato: «¡Tenés razón, Bombay! Si es es que viene, porque a lo mejor no viene. ¿Te acordás que papá dijo que era algo muy difícil? ¡No hay que ilusionarse Bombay!».
La novela abre pliegues más allá del tema de la adopción: estructurada en breves textos de diálogo, que son escenas o temas que Elena pone sobre la mesa, «Bombay» funciona como plataforma de preguntas sobre el paso del tiempo, sobre los hermanos («Bombay, ¿me podés explicar para qué sirven los hermanos?»), o sobre la relación afectiva con no humanos (un gato, un árbol, un pez), como cuando Elena ve a su mamá interactuar con la planta de quinotos de donde salen sus exquisitos quinotos en almíbar que cocina con mucho amor. «¿Vos pensás que mi mamá es una bruja que hace aparecer quinotos en el árbol, y que después transforma los quinotos amargos en dulce?», plantea enigmática.
En 2018 «Bombay» fue distinguido con el Premio Barco de Vapor y un tiempo después fue publicado, pero su circulación se vio interrumpida por la pandemia y el cierre de la editorial SM. Ahora, la editorial Fondo de Cultura Económica lo reedita con un tamaño más grande. «En el formato de la colección Barco de Vapor, Bombay estaba un poco apretado. Aquí tiene espacio para desperezarse», dice a Télam Sandra Siemens, su autora.
«Bombay» no sólo llega ampliado sino que también suma nuevas ilustraciones de Isol Misenta que expanden y enriquecen los textos. «Me encantó ilustrarlo, es un texto muy hermoso, que tiene varias cosas para disfrutar, varias capas y además es muy lindo dibujar gatos y nenas», dijo la ilustradora sobre el trabajo creativo con el texto de Siemens.
Entre las candidatas argentinas al Astrid Lindgren Memorial Award 2023, figura Siemens, autora de otros libros como «El hombre de los pies-murciélago», «La tortilla de papas», «Lucía, no tardes» y «Esa cuchara», donde también recupera la mirada de una niña para indagar en las huellas de la guerra, en la memoria y las genealogías familiares.
Sandra Siemens, una especialista en historias para chicos y adolescentes. /Foto prensa.
-Télam: ¿Cómo surgió la historia? ¿Cuál fue el disparador, qué te interesaba trabajar? ¿Cuándo escribiste este texto?
-Sandra Siemens: El disparador fue una imagen. La escena de una niña que mira cómo su madre habla con un árbol de quinotos. Desde ahí fui deslizándome hasta la voz de esa niña, tratando de decodificar su mirada. Qué cosas tendría que hablar su madre con un árbol, qué le respondería el árbol. Y casi de inmediato aparecieron los ojos de gato mirando esa escena ampliada, como si usara un gran angular: un gato mirando a una niña que mira a su madre que habla con un árbol de quinotos.
No recuerdo exactamente cuándo comencé a escribir esta historia, pero fue un período corto en 2018.
-T: ¿Cómo fue la construcción de la voz de la niña, tan inquieta, curiosa, ocurrente, reflexiva y ansiosa también?
-S.S: La construcción tiene que ver con encontrar el registro, la modulación, el tono de esa voz. Ese registro funciona como un paraguas que ampara todo el universo de la niña. Cuando una manera de mirar, un pensamiento, una reflexión, una palabra, se salen del amparo del paraguas, la construcción falla.
Encontrar el registro de la voz es la piedra angular de cualquier escritura, porque es esa voz la que establece el pacto con el lector.
-T: ¿Qué te gustaba del gato como espejo para reflexionar, qué aloja ese animal como misterio o como territorio de preguntas, parafraseando la cita de Pablo Neruda que elegiste para el libro?
-S.S: La pregunta es inquietud. Preguntar es provocar un movimiento hacia algún lugar. El gato en cambio, es silencio, pausa, ocio. El gato es la materia necesaria para que aparezca la pregunta.
-T: Como un soliloquio, la niña se pregunta y se responde sobre el amor, la familia, la entrega. ¿Qué ejercicio propone la pregunta retórica? ¿Cómo interviene la literatura en ese gesto de preguntarse y de imaginar respuestas?
-S.S: No sé si pensaría en las preguntas de Elenita como retóricas. Está bien que se las hace a Bombay y en el fondo no espera que se las responda. Pero las preguntas que hace son vitales, francas, directas y la obligan, no a «imaginar» una respuesta, sino a «construir» una respuesta, que también será vital. La conclusión a la que llegue le permitirá entender el amor, la familia, el tiempo, los cambios en la naturaleza. Le permitirá aprehender el universo en el que se mueve.
-T: Si la infancia es poder de la irreverencia, como has dicho alguna vez, ¿qué te aportó esa mirada para pensar un tema como la adopción, un tema que además se presenta como complejo para los adultos de la novela, como es el caso del papá que da vueltas y vueltas mientras piensa?
-S.S: Cuando empecé a escribir este libro ni se me había cruzado por la cabeza que aparecería el tema de la adopción. No soy capaz en este momento de reconstruir los links que fue haciendo mi cerebro para llegar hasta ahí, pero llegué. Y llegué siguiendo el hilo de la voz de Elenita, bajo el paraguas de la voz de Elenita. Pienso que esa voz aporta crudeza, simplicidad y alegría, al mismo tiempo. La voz de la infancia está menos culturizada. Más cercana al instinto y la experiencia empírica. Sin las vueltas y más vueltas que necesita el padre.
-T: La adopción se presenta como un tema difícil o complejo acaso por el enigma, las preguntas y los miedos que se despliegan alrededor de esto ¿qué puede iluminar la literatura para abordarlo, pensarlo?
-S.S: La palabra poética dice más que lo que dice. Ese plus que trae consigo es lo que se hace que el lector empatice con lo que lee. No es necesario que haya vivido una experiencia similar a la narrada para conmoverse, para conectarse a un nivel que va más allá de lo semántico. Tampoco es necesario que lo que se cuenta sea real.
En el prólogo de «Una noche en el paraíso», de Lucia Berlín, su hijo Mark dice: Mi madre escribía historias verdaderas; no necesariamente autobiográficas, pero por poco.
Hay algo de la palabra verdadera que trasciende lo anecdótico. La palabra verdadera puede iluminar cualquier tema.
-T: El gran hilo que hilvana esta historia es el amor y su plasticidad, ¿cómo construiste este acercamiento a lo que significa el amor, desde su capacidad de expansión?
-S.S: Me interesa ese cruce de miradas en el amor filial. ¿Cuán amorosamente grande es la mirada que tengo sobre mis hijos? ¿Ellos perciben la magnitud de mi mirada? ¿Tal vez se sientan no-mirados? ¿Tal vez mi amor los asfixie? La maternidad no es tarea fácil. En este caso pongo el foco en la niña que sopesa la mirada que ya tenían sus padres para ella y la que necesitarán para alguien más. Además, claro, entra juego la suya propia.
Fuente: Telam
Por Milena Heinrich