Si hay alguien que transformó el viaje de iniciación de los herederos de la élite criolla (a la que pertenecía por su doble filiación) en un modo personal de habitar el mundo, fue Sara Gallardo. Un modo de proyectarse en líneas de fuga y de “vivir entre” (el campo y la ciudad; el país y el extranjero), que le proporcionó esa mirada al sesgo (pero no sesgada) con la que descubrió, exploró y leyó los signos de un mundo del que se sentía ciudadana.
Y este nuevo trabajo, prologado por la especialista en su obra, Lucía de Leone, reúne, para felicidad de sus lectores, las crónicas de los innumerables viajes que realizó como corresponsal de los medios para los que trabajó –La Nación, Primera Plana, Claudia, Atlántida, Confirmado– y de aquellos en los que se embarcó por propia iniciativa.
Si para ella el viaje sólo tiene sentido si se emprende como una peregrinación o a la conquista de una mirada poética del mundo, el acceso masivo al turismo la encontró en una doble posición, deplorando tanto las voces altisonantes de los pasajeros de un ómnibus a la costa, como al turista burgués y snob (categoría que describe con un humor digno de Landrú), que viaja para confirmar lo que le dictan sus prejuicios.
“Me interesa lo que no se ve, lo que hace la gente con su vida” afirma y encuentra más vida en las cartas de una aldeana española que en las observaciones de aquéllos.
Con un tono de irreverencia con el que se ríe de su propia clase y una biblioteca mental refinada y exquisita que le permitía captar, escondida en los detalles, la trama cultural e histórica, se demostró capaz de escribir sobre casi cualquier tema.
El tabú del nazismo en la Alemania dividida de posguerra; la sorpresa de comprobar que la mitad del Mediterráneo es árabe y la invisibilización de sus mujeres (“todo fantasma negro es una mujer”); la alta costura en los principales desfiles del mundo; los primeros signos de la glasnot soviética; el entierro de Borges, la ocasión para ajustar cuentas con “ese que desde siempre usted quiso sacarse de encima”; la rebeldía juvenil neoyorquina; la noche porteña o la adorada pampa argentina, “la encarnación de la patria”.
Y sus increíbles guías, anti-turísticas, para conocer, en un sentido profundo, las ciudades de Europa, América y Argentina a las que viajó, y poder descubrir la vida que hay en ellas, sus sabores, sus poetas y toda su riqueza, como la que encontró en el noroeste argentino, donde halló el material para algunas de sus mejores obras.
Fuente: La Gaceta