Me sorprendió encontrar en Internet, al buscar una imagen de Davide Sisto
, la cara de un hombre relativamente joven, con un aspecto que hacía pensar en el músico de una banda de rock alternativo: no era, para nada, el filósofo maduro, el prototipo de teórico italiano que yo había formado en mi cabeza leyendo Puercoespines digitales, un hombre canoso, de saco a cuadros, alguien a mitad de camino entre Pietro Citati, Calvino, Carlo Ginzburg. No, este hombre que habla con tanta autoridad sobre la muerte, y en particular sobre las formas inéditas que la muerte asume en un mundo en el que vivimos onlife, según el neologismo con el que se maneja Sisto a lo largo del libro, parecía un bajista de Foo Fighters.Quizás busqué su cara porque me sorprendía el bagaje pop que forma el tejido de referencias (Massive Attack, Black Mirror, etc.) a partir de las cuales nos da un paseo por un paisaje profundamente aterrador: pensar los cambios antropológicos determinados por la revolución digital, cambios que hicieron de las pantallas el lugar privilegiado de nuestros intercambios sociales y culturales, en el marco de la epidemia global del COVID-19 (que nos encerró a todos tras un vidrio y nos puso frente a una nueva Edad Oscura). Esta metamorfosis ha vuelto más complejos, dice Sisto, “el vínculo atávico entre el cuerpo y su imagen, la dialéctica entre lo que nos parece real y lo que nos parece virtual, la relación entre la presencia y la ausencia, la correlación entre la proximidad y la distancia, el nexo entre la huella y su sombra, y la conexión entre el yo y sus múltiples ramificaciones”. En ese marco que parece abrumador en el texto, pero que es exactamente el modo en que existe nuestro propio yo (disperso y multiplicado en decenas de plataformas donde lo que dijimos y nuestras propios cuerpos e imágenes, nuestra “carne digital”, corren el peligro —o están bendecidos con la suerte— de ser imborrables), Sisto nos hace pensar además en la enfermedad, en la distancia a la que son condenados los enfermos y moribundos y, finalmente, como dijimos, en la muerte, en las formas en que asume ahora que hay parte de nosotros que no termina de desaparecer con la extinción biológica.
Puercoespines digitales habla fundamentalmente de las redefiniciones de las relaciones entre algunos conceptos, particularmente los de localización, ausencia y presencia, que dichos así al paso tal vez suenen menos importantes que lo que significan en el libro, pero que pueden dimensionarse partiendo del hecho innegable de que nos hemos fundido a teléfonos de una forma irreversible, y que estos teléfonos son no solo un punto de entrada a un mundo, sino un puente que nos lleva hacia lugares donde no estamos físicamente.
La metáfora que da título al libro sale de la vieja paradoja de Schopenhauer, quien piensa en el humano como un puercoespín que, contra el frío, se apiña con los de su especie buscando el calor físico, pero que recibe un dolor insoportable en la proximidad de las púas ajenas. Hoy, el equilibrio necesario entre la soledad y la cercanía resulta relativamente insostenible, dice Sisto, porque a esta altura es absurdo (salvando la cuestión de la “brecha digital”, de las diferencias de acceso a los dispositivos) preguntarse si un ser humano está online u offline: “toda nuestra vida cotidiana se desarrolla onlife, en un mundo que es simultáneamente analógico y digital, en el que la constante ampliación de la dimensión online a través de la grabación y de la acción de compartir fragmentos de nuestra existencia resignifica, condiciona y reestructura nuestro modo de vivir y de estar juntos en la dimensión offline”.
El filósofo italiano Davide Sito, especialista en tanatología, cultura digital y posthumanidad.
Hace años escribo (es un verbo extraño relacionado al hecho de producir entrevistas, entrevistar gente, transcribir esas entrevistas) una biografía de un hombre cuya vida está frágilmente documentada. Desde que intento reunir sus fragmentos dispersos me he preguntado cómo será escribir la biografía de un hombre nacido en el siglo XXI, de un nativo digital, de alguien que ha dejado huellas en miles de redes, que se ha multiplicado en cientos de conversaciones escritas, en tantas casillas de correo electrónico y redes sociales, en su accionar como jugador de videojuegos, en identidades falsas adoptadas en redes digitales de citas, en miles de posteos de Instagram. Curiosamente, esa dispersión (que es abrumadora en su enumeración) en Puercoespines digitales asume una carácter virtuoso y hasta funciona como piedra de toque de lo humano: la necesidad de expandirnos, la potencia de lo virtual que se opone a lo actual, a lo que efectivamente sucede, es una propiedad de los seres humanos que las redes realizan de forma cabal, ofreciendo “un rico testimonio digital de nuestra presencia múltiple en el mundo”.
Toda la empresa parece comprometida, además de pensar los conceptos específicos, a rebatir el rechazo con el que suele enfocarse la expansión tecnológica desde el sentido común, haciendo suyo el ideal de Italo Calvino de una red infinitamente erotizada por las voces humanas, una red telefónica en la que no se manifiesta otra cosa que el impulso amoroso de que otros tengan testimonio de nosotros. Frente a nuestras propias resistencias (he odiado las manifestaciones de amor o duelo en las redes), Davide Sisto nos invita realmente a ver la cuestión de una manera menos temerosa, lo que no excluye momentos de perplejidad, momentos de duda, intersticios que también nos invitan a discutir.
En algunos pasajes asomó, para mí, el vértigo: particularmente en el reencuentro de una mujer surcoreana con su hija de siete años, fallecida años atrás y reconstruida a partir de una serie de documentos audiovisuales en un entorno digital, al que la madre accede a través de una interfase ubicada en un casco y unos guantes (puede verse por YouTube buscando “I met you Nayeon”). Pero es en esos momentos de vértigo (hay otros, pero no quiero desnudar del todo mis prejuicios) donde Sisto, paseándonos por mapeos virtuales de cementerios, Death Café, conciertos virtuales en los que la noción de “vivo” queda alterada para siempre, por ciudades digitales y realidades aumentadas, nos fuerza a pensar contra nosotros mismos, contra la tecnofobia que se activa de forma natural frente a una dislocación que pone en el centro de nuestras vidas el temor de perder algún tipo de naturaleza.
Nos vemos en la próxima.