¿Esta gente me conoce?¿A qué llamamos literatura?, dirigido por José Luis de Diego

mayo, 2024
José Luis de Diego, Virginia Bonatto, Malena Botto y Valeria Sager desmenuzan bajo las claves de la divulgación categorías propias de la teoría, la crítica y la historia de la literatura y la lectura, en un texto que se sigue como una clase particularmente amena.

Querido lector. Como toda persona que escribe, tengo mis problemas. El primero, el más evidente (si dejamos correr los traumas infantiles, la inadecuación al mundo, ser el idiota en una familia no especialmente brillante), es la falta de tiempo. En un país como este, en el que cada minuto (al menos hoy) parece una puesta en duda de mi derecho a existir, las distintas formas de ganarme la vida que he encontrado como «hombre de letras» (¿hay algo más anacrónico?) compiten por mi tiempo de una forma salvaje. Hoy, mientras escribo este newsletter, he declinado la invitación obligatoria a participar de un taller docente, porque no podía con todo.

Pero además en el taller teníamos que hablar sobre nuestros programas y planificaciones, y este año esa situación me tiene completamente paralizado. No puedo terminar mis programas y planificaciones, por razones que este libro que estoy recomendando (¿A qué llamamos literatura? Todas las preguntas y algunas respuestas, dirigido por José Luis de Diego y en coautoría con Virginia Bonatto, Malena Botto y Valeria Sager) viene a aliviar.

 

La materia que dicto en el nivel medio tiene dos partes. La primera es lengua, que podría describirse como un refuerzo sofisticado del largo camino de la alfabetización; la segunda es literatura, y siempre que quiero justificar su dictado, sus contenidos, incluso los conceptos desde los cuales se encara o construye el objeto, los papeles se me queman en el aire. A veces se me queman en el aula, frente a mis propios estudiantes. Comienzo hablando del concepto de extrañamiento de Víktor Shklovski (primera cara extrañada de mis estudiantes), paso por Roman Jakobson y la teoría del desvío (los alumnos desvían la cabeza como intentando capturar la deriva de mis pensamientos) hasta llegar a Jauss e Iser y la estética de la recepción (y mis alumnos ya no están recibiendo nada). Para colmo, una vez compuesto el nudo de teoría mal comprendida, intento desandarlo con la asistencia famosa de Terry Eagleton (que en el primer capítulo de Una introducción a la teoría literaria no deja en pie ninguna definición del objeto «literatura»). Termino casi siempre con la cara enrojecida, con los alumnos mirándome sin disimular sonrisas burlonas, dudando entre el diagnóstico de paranoia o la confirmación de que soy efectivamente un hombre ridículo, enredado en una trampa en la que entré en la infancia, cuando leí mis primeros libros. Obviamente, estoy a punto de que uno de ellos me filme y el video viral sea una versión animada de una vieja sesión de fotos de un importantísimo e innombrable dictador occidental.

 

Me pregunto qué quedó en mí de ese sujeto que leyó los primeros libros. Hoy leo, también.  Pero ya no fui aquel lector al que el proceso de leer lo sobresaltaba hasta el punto que, a diferencia del protagonista de este cuento de Cortázar, no podía leer  con una puerta a mis espaldas por miedo a que la aparición de los enemigos de Phileas Fogg o los malvados de Elige tu propia aventura me sorprendieran. Tampoco soy el lector entusiasta que podía leer epopeyas de un mundo sin dioses escritas por franceses preciosistas que querían «hacer añicos la épica», según la fórmula de Juan José Saer (es decir, ¿podría leer hoy El limonero real por primera vez?). ¿Qué tipo de lectores hay?, ¿qué es un lector?, ¿qué tipo de lector soy yo, hoy, tironeado por compromisos laborales que se llevan mi tiempo, el combustible con el que alimentaba mi deseo?

De todos modos, esa historia personal me depositó donde estoy ahora. Periodista cultural, cronista de casualidad, profesor por trayectoria profesional, y siempre escritor por ser.  He publicado libros de crónicas, he publicado dos libros de cuentos, y recientemente una novela. Es probable que tú, lector de este newsletter, no lo sepas. Haces bien. Quizás tu desconocimiento de mis libros dé la medida de su valor en el campo literario, lo cual no evita que yo tenga cierta esperanza en que esa situación se transforme alguna vez. A diferencia de los deportes de alto rendimiento, la literatura (que se parece cada vez más a un deporte de alto rendimiento) nos deja la esperanza de un triunfo hasta el último aliento, pero esa esperanza sólo puede estar depositada en la escritura. Desde hace seis años prometo publicar la biografía de un poeta cordobés de vida extravagante, una vida que merece ser contada quizás por un escritor mejor, o para decirlo más adecuadamente: por un escritor con más tiempo. Porque yo, lector, si algo no tengo es tiempo. Hoy tuve que elegir entre escribir este newsletter que es parte de mis deberes como escritor a sueldo y mis deberes de profesor a sueldo, y también debo una reseña a un suplemento cultural. Una institución que el actual gobierno estuvo a punto de hacer volar por los aires me dio en su momento un estipendio insignificante cuyo rendimiento me viene reclamando en mails firmados por distintas mujeres de nombre «Norma» (sus apellidos no son menos severos). No tengo patrocinio, ni mecenas, ni, de momento, el éxito deseado.

Exhausto me pregunto, entonces: ¿a qué llamamos literatura?, ¿qué podemos decirles sobre eso a nuestros estudiantes?, ¿qué es un escritor, en qué trama social está inscripto, bajo qué reglas decide el uso de su tiempo, sus alianzas, cómo toma sus decisiones, tanto a la hora de escribir en la relativa soledad de su escritorio (una soledad poblada del rumor de una frondosa y antigua conversación) como a la hora de dar a imprenta su trabajo, a la hora de existir en público?, ¿bajo qué categorías puede considerarse la lectura, y qué es un lector?

Todas estas preguntas (y muchísimas otras, tantas que es imposible enumerarlas) están formuladas y casi contestadas en este ¿A qué llamamos literatura?, con una amabilidad que no van a dejar de agradecer ni el fragmento de mí que es profesor ni mis alumnos, a esta altura espantados por mi desesperación.
Al cerrar el libro, no salgo del asombro de verme desmenuzado a distancia por un cuarteto de desconocidos, y por toda la historia de la teoría resumida en este texto, que puede decirse orgullosamente «de divulgación».
Si son lectores, puede que les pase lo mismo.
Nos vemos en la próxima,

Flavio Lo Presti
Docente, periodista y escritor. Desde hace años se dedica a leer y comentar libros.

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