La pregunta que instala Ricardo Ibarlucía desde el sugestivo título de este libro (¿Para qué necesitamos las obras maestras?) es ambiciosa y a la vez desafiante. Las respuestas que ofrece en cada uno de los ensayos reunidos aquí oscilan entre la reflexión filosófica y la erudición histórica para proponer una mirada crítica acerca de las grandes obras maestras instaladas en nuestro imaginario desde hace… ¿cuánto tiempo?
El libro habla del arte en relación con nuestras vidas en un sentido muy amplio, muchísimo más amplio que el que acostumbramos a considerar: trasciende el mundo de las “bellas artes”, las instituciones artísticas, las clasificaciones y santuarios (museos), para volver sobre la pregunta que se formulara Ernst Fischer: ¿necesitamos del arte? Y si bien aborda asuntos muy diversos, todo el volumen construye esa respuesta alrededor de un momento preciso del siglo XX: aquel en que todo parecía perdido para siempre, pero volvió a renacer una esperanza, un consuelo. Los seres humanos necesitan representarse el mundo, necesitan nombrarlo. Por eso las épocas de crisis son al mismo tiempo épocas florecientes en términos artísticos.
El miedo está en el fondo de la creación artística, dice nuestro autor. Es nuestro modo de exorcizar, de comprender, de dominar o domesticar lo desconocido, de plasmar experiencias, de producir memoria y al mismo tiempo de prefigurar, de proyectar. Da nombre a las esperanzas y a los temores más profundos. Por eso este libro comienza con una cita de nuestro querido Federico Monjeau, el más agudo de los críticos musicales, uno de nuestros más admirados pensadores de las formas del arte, quien partió tempranamente hace poco más de un año: “Acaso haya tantas formas de consuelo como obras de arte”.
Las obras maestras más paradigmáticas de nuestra cultura europeo occidental son analizadas en ¿Para qué necesitamos las obras maestras? en clave tanto filosófica como histórica. El primer ensayo está dedicado a La Gioconda de Leonardo da Vinci; el segundo, a la Madonna Sixtina de Rafael, nada menos. Dos obras insignia vinculadas a la emergencia del concepto de genio a partir del Renacimiento europeo. Pero el análisis de ambas tiene como punto de partida el fin de la Segunda Guerra Mundial: la foto de Robert Doisneau que ilustra la tapa fue tomada en ese momento, cuando el Louvre reabrió sus puertas al público. La admiración y la devoción que se leen en las expresiones de ese público fueron alimentadas por todos aquellos que la admiraron antes, sostiene Ibarlucía siguiendo a Walter Benjamin, presente también en todo este libro de uno u otro modo. La ecuación entre lo que la obra maestra fue cosechando a lo largo del tiempo y aquello que estamos dispuestos a creer que reside en ella es analizada y discutida con agudeza tomando como centro ese momento de intensa necesidad de volver a creer en el arte como consuelo.
El periplo de la Madonna Sixtina (desde su encargo para una capilla en Piacenza dedicada a San Sixto hasta su adquisición en el siglo XVIII por Pinacoteca Real de Dresde, desde su entrada triunfal como cima de la Historia del Arte de la mano de Johann Joachim Winckelmann hasta su milagrosa salvación en un túnel suizo cuando Dresde fue completamente demolida por un bombardeo de los aliados tras el final de la Segunda Guerra Mundial) es analizado por Ibarlucía, con un minucioso rastreo de fuentes bibliográficas, para proponer una cuestión de índole filosófica mayor: ¿es una belleza divina o humana? ¿Es tan maravillosa porque logra transfigurar una en otra? Y finalmente: ¿es realmente única?
La cuestión de la reproductibilidad técnica es abordada también con mucha agudeza en este libro en relación con la fama de estas grandes obras maestras, trayéndola a nuestro presente. La posibilidad de acceder masivamente, desde el escritorio, no solo a las imágenes sino a visitas guiadas, explicaciones en video, detalles y ángulos imperceptibles a simple vista, ha hecho una gran diferencia en nuestra aproximación a esas cimas culturales. Hoy la masificación de museos como el Louvre es abrumadora, pero también hay millones de personas que jamás fueron ni irán a verlas físicamente, pero aman esas obras de arte. Y esas obras arman trayectos en sus vidas, las transforman. Y esa inmensa significación y efectos del arte son impensables sin el milagro de la reproducción técnica y de las nuevas técnicas de conservación y restauro de las obras. La experiencia de Ibarlucía en el taller TAREA de la UNSAM introduce en estos textos esa otra dimensión de su existencia.
Los ensayos que siguen están dedicados a cuestiones cruciales de las artes en el siglo XX, que también se vinculan desde distintos lugares con el horror de las guerras de la primera mitad del siglo, pero sobre todo con la Segunda Guerra Mundial.
Por un lado, la impugnación del culto a la belleza sensual de los cuerpos, del melodrama, del concepto mismo de genio artístico basado en habilidades naturales que llevaron adelante en las primeras décadas del siglo las vanguardias, los movimientos futuristas, el dadaísta, la poesía automática y su impugnación de autor. En el centro de su argumento la erotización de las máquinas y los ready-mades de Marcel Duchamp. De esa reflexión profunda acerca del funcionamiento estético de los objetos dentro de un sistema (el “mundo del arte”) no hemos salido hasta hoy —dice nuestro autor—, aunque no se sabe qué sucederá. ¿Tal vez regrese la belleza que salte esos muros del gueto?
Luego sigue “Menorah: Paul Celan y la poesía después de Auschwitz”, el ensayo más triste, oscuro y también profundo de este libro. Trata de la cancelación de la poesía después del holocausto, la orfandad de los poetas Paul Celan y Nelly Sachs, su impugnación, la muerte. Habla también de la música en los campos de concentración, de los Tangos de la Muerte, del horror de la música imponiendo su ritmo a la masacre. El ensayo sobre Celan tiene un carácter dramático, es parte de un libro que Ricardo nunca terminó de escribir. Allí se nos revela nuestro autor como poeta, y sobre todo como sutil traductor de la poesía alemana.
El libro propone una lectura filosófica e histórica desde un presente oscuro, acerca de cómo las obras de arte obran. No hay civilización humana sin prácticas estéticas, nos dice, y los momentos como este suelen ser fructíferos. No es su propósito definir las obras maestras, como si tuvieran que tener algún tipo de cualidades, sino más bien identificar ciertos funcionamientos. El último ensayo nos dice “Cada época sueña la siguiente”, rastreando la fuente de esta famosa frase de Benjamin en un texto, un siglo anterior, del historiador Jules Michelet.
Pero se tuvo que desmoronar el mundo tal como nos lo representábamos. En esos pantanos crece la desesperación y la destrucción. Por eso las grandes revoluciones surgen de tiempos sombríos.
En un momento crítico como el presente, atravesado por una pandemia y una guerra de alcances aún insospechados, Ibarlucía invita a una reflexión muy vasta que, sin embargo, tiene un eje articulador en el momento en que se consumaron las peores pesadillas, aquellas que la humanidad aún no había imaginado.
Nos propone pensar cómo ha sido el funcionamiento de las obras maestras en el marco de las instituciones artísticas que conocemos. Esas instituciones no tienen más de un par de cientos de años, pero el arte está entre las primeras manifestaciones de la especie humana. Y nos invita a soñar cómo será el arte de la época que prefigura nuestro presente.