Los clubes cuentan

“La lectura es continuar la conversación por otros medios”

Segundo encuentro del Club de lecturas. Martes lluvioso, seis de la tarde. Estuvimos: Delfi, Teresa, Luján, Perla, Cindy, Lau, Julián, Noe y yo. Además, no en la ronda pero sí en el patio, algunxs niñxs más chicxs: Xiomara, el Chino y Teo, con Juli acompañándolos.
Mesa de libros de la biblioteca en el centro. Los que elegimos de la colección del FCE en una mesa al costado, bien expuestos. Eran dos, Romeo y Julieta, en la versión hecha con pura ilustración, y El huésped y otros relatos siniestros, de Amparo Dávila, cuentista mexicana. Ambos de tapa dura y de cada uno cinco ejemplares, con la idea de que el mismo libro circule por distintas casas para luego encontrarnos a charlar.
Resonando en esta idea, la frase de Gabriel Zaid: “la lectura es continuar la conversación por otros medios”.
Comenzamos con una explicación breve del funcionamiento del Club de lecturas. Luego, invitación a explorar la mesa de libros y compartir hallazgos. Dedicamos unos quince minutos a explorar, y en ese compartir, se desplegó después casi todo el encuentro. Había más cosas previstas, pero la conversación fue rica y no tenía sentido cortarla.
Noe encontró Vida del muerto, un libro álbum de David Wapner. Se paró para que todxs pudiéramos ver las imágenes, nos lo leyó entero. Nadie lo conocía y fue un hallazgo absoluto. No solo por la potencia poética del libro, sino también por el empezar con un libro que al mismo tiempo hace reír, obliga a mirar en detalle y trae de fondo cuestiones existenciales.

Laura compartió  Íntimas suculencias de Laura Esquivel que no sabemos cómo llegó a la biblioteca y cuenta la relación de la autora con la cocina. La edición es preciosa, también de tapa dura e ilustrada, y lo que se trajo a la conversación fue que Esquivel cuenta que solo de grande y luego de muchos años de estar distanciada, se reencontró con el mundo de la cocina que había sido una especie de patria de infancia, universo de mujeres compartiendo sabores y recetas.
Fue inevitable pasar a hablar de comida. Teresa (abuela), Noe (madre y tía respectivamente), Delfi y Luján (nietas, hija, sobrina) contaron que una vez la familia entera se juntó para cocinar recetas de películas. Ratatouille, lluvia de hamburguesas y unas cuantas cosas más. Después yo recuperé Palabras al rescoldo, de María Teresa Andruetto, que tenemos en la biblioteca en su poesía reunida, para leer dos poemas: el del pan y el de la bagna cauda.
Es que leer y comer están tan cerca… no solo por el budín casero que había traído Noe para acompañar el mate, sino también, quizás, porque propician los encuentros en torno a lo sensible.
Además Teresa  había elegido Los sorrentinos, de Virginia Higa, que nadie en la mesa había leído, aunque algunxs habían oído hablar de él. La autora cuenta sobre el origen de esa pasta, sobre su familia que vino de Sorrento, en Italia, y entonces… En seguida vino uno de los momentos más hermosos de la tarde. Italia, las recetas y las historias familiares invitaron a Teresa a contar de su propia familia, de su abuelo italiano llegado a Brasil durante la primera guerra mundial y huido a Misiones durante la segunda, para que no se lleven a sus hijos al ejército. De su casa donde se hablaba solo portugués, y donde la lectura de los libros en esa lengua estaba prohibida a los hijos, para que aprendan bien el castellano. Del monte en torno a esa casa, cerca del Moconá, que ella solo admiró cuando volvió años después.
Afuera lloviznaba, adentro mate, budín e historias.
Pensamos que sería lindo conocer las historias que habitan el barrio, muchas de las riquezas que tenemos y no sabemos. Grabarlas, tal vez escribirlas. También ahí hay libros, bibliotecas vivas, como dicen.
Mientras tanto, algunos de los participantes estaban y no estaban a la vez (que es un modo de la lectura, ¿no?). Julián se había enganchado con Momo, de Michael Ende, y no lo quería soltar. Cindy había agarrado El huésped, que en realidad no estaba permitido (pero le hicimos la excepción) y mientras el Chino, su hijo de dos años, jugaba a unos metros, lo fue chusmeando y chusmeando hasta llegar al final a un poema hermosísimo donde Amparo Dávila cuenta cómo quisiera que su muerte fuera en un día soleado, tan distinto a los ambientes lóbregos de esos cuentos. Me pidió que lo leyera en voz alta y, por supuesto, todos pensamos en Vida del muerto que había leído Noe al principio.
Perla, que casi no habló, se había reservado dos para llevarse: Catedrales, de Claudia Piñeiro, recomendado hacía un ratito para ella después de un taller más tempranero donde había contado la historia de su madre, obligada a tener una hija que no quería por presión de la iglesia, y Los elementales, de McDowell, que se había llevado hacía unos meses, leído casi hasta el final y luego abandonado.
¿Qué más? Delfi trajo la poesía reunida de Macky Corbalán, pero eligió, de ahí, un epígrafe precioso de Pizarnik. Después contó que estaba leyendo un libro sobre historias de la Ex ESMA, que le costaba mucho pero que, como quería aprender, releía cada vez que no entendía algo. Y yo llevé Anchoa, un libro de Sancia Kawamichi donde se empieza con una tortura a un gato birmano.
Casi para terminar, y sabiendo que varios no habían venido por la lluvia, hicimos la propuesta para el mes. Llevarse un ejemplar de Romeo y Julieta por familia, o terreno, o cuadra, y otro libro que cada quien eligiese. Los anotamos en nuestro cuaderno amarillo y fuimos empezando a guardar los libros en los estantes.
Quedamos también que el próximo encuentro lo vamos a hacer un sábado, el 11 de mayo, para ver si otros que tenían ganas de sumarse hoy y no pudieron por trabajo se acercan a la ronda. Mientras tanto, quizás les acerquemos un ejemplar de la historia de amor más famosa de todos los tiempos, para que las palabras empiecen a macerarse en cada casa, a leudar en cada mundo interior, y después cocinemos juntos con el mate circulando.

 

Martín Broide- Cururú – Paraje La rueda – La Plata – Pcia. de Buenos Aires

Patricia Domínguez
deinfanciasyliteratura@gmail.com

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