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diciembre, 2023
La democracia argentina y sus grises.

El pan echó raíces en el impulso refundacional de la nueva democracia

Desde su victoria en las elecciones de 1983, Alfonsín pasó a la posteridad como “el padre de la democracia”. Este rótulo marcó al líder radical como un símbolo de la ruptura entre el largo ciclo de violentos golpes militares y una nueva era de constitucionalidad perdurable. Pero el título también es engañoso en su simplificación de las tensiones y las disputas que marcaron los largos años de Alfonsín a la cabeza del escenario nacional. Las rememoraciones que lo sitúan como el “padre de la democracia” suelen omitir partes importantes de su proyecto democrático, así como las resonancias que complican su memoria en el tiempo presente.

Las bases de la transición democrática y del proyecto político de Alfonsín se forjaron bajo el terrorismo de Estado. (…)

Cuando Raúl Alfonsín asumió la presidencia del país, el 10 de diciembre de 1983, reiteró la ya conocida promesa de campaña según la cual ningún niño volvería a pasar hambre en Argentina. El fantasma del hambre era uno de los legados más inquietantes que había dejado la dictadura. Durante el largo período comprendido entre el final de la Guerra de Malvinas y la restauración democrática, las noticias acerca de la desnutrición infantil, los crecientes precios de la comida y la multiplicación de las ollas populares desestabilizaron las creencias sobre la seguridad alimentaria de Argentina. Aunque los militares negaban una y otra vez su existencia, el hambre había adquirido una prominencia especial en las elecciones de 1983, como prueba de las extendidas violaciones de la vida y el sustento que habían cometido los militares durante sus siete años de gobierno. El derecho a comer galvanizó la plataforma de Alfonsín y formó parte de su concisa definición de la democracia. El hambre simbolizaba una impronta del gobierno militar, mientras que su erradicación reflejaba una promesa del flamante Estado democrático. Los alimentos, así como la posibilidad de acceder a ellos, devinieron un parámetro para medir el retorno constitucional.

En el presente capítulo, examino el programa social emblemático de la restauración constitucional en la República Argentina. El Programa Alimentario Nacional (pan), mediante entregas mensuales de alimentos no perecederos a familias necesitadas, fue un intento de poner freno al hambre generalizada, causada por las políticas de la dictadura militar. En su auge de 1986, el pan producía 1,3 millones mensuales de cajas de alimentos, y aunque no hay cifras oficiales sobre el número exacto de beneficiarios, puede decirse que unos 5,6 millones de argentinos –hasta el 17% de la población– recibieron mensualmente esta ayuda alimentaria durante la segunda mitad de la década. El pan no solo fue el programa alimentario más grande de la historia argentina, sino que además marcó la primera vez en que un gobierno nacional debió recurrir a la distribución masiva de alimentos para sostener a sus ciudadanos.

Sin embargo, la importancia del pan trascendió por mucho la entrega de alimentos. Como metáfora y como realidad tangible, el hambre animaba una visión más abarcativa de los derechos humanos, sobre la cual se había basada la restauración democrática. La promesa gubernamental de erradicar el hambre que habían causado los militares formaba parte de una agenda exhaustiva de los derechos que apuntaba a proteger a los ciudadanos contra los daños físicos, así como a asegurar su bienestar material. La extensa bibliografía sobre la “transición democrática” en Argentina ha centrado la mayor parte de su atención en los juicios a los militares y los duros reveses de la Justicia. Sin embargo, los esfuerzos del gobierno alfonsinista por diferenciarse de la dictadura no se limitaron a la restauración de las instituciones políticas y las libertades civiles, sino que también incluyeron la meta de garantizar derechos sociales mínimos, entre los cuales el principal era el derecho a comer. Por otra parte, los ciudadanos no juzgaban el gobierno de Alfonsín solo con referencia a sus intentos de juzgar a las Fuerzas Armadas, sino también por su capacidad para satisfacer las demandas de bienestar.

El pan echó raíces en el impulso refundacional de la nueva democracia. Sin embargo, en el transcurso de unos pocos años, pasó a simbolizar las limitaciones de la agenda social propuesta por Alfonsín, así como los cambios que experimentaba el Estado de bienestar en las últimas décadas del siglo XX.

Las interpretaciones históricas del radicalismo han puesto de relieve durante largo tiempo su transformación en un vehículo de los intereses de clase media tras el ascenso del peronismo a mediados de siglo, sin una agenda social robusta que le permitiera competir con el nuevo movimiento popular. La historia del pan complica este relato, aun cuando no revierta del todo sus conclusiones. Estimulados por el impulso de la reciente victoria en las elecciones, los operadores radicales vieron este programa como una chance de usurpar la autoridad moral del peronismo en el ámbito de la justicia social.

Pero este intento fracasó en líneas generales. El pan –el programa más ambicioso de la época en materia de bienestar social– promovía la ciudadanía, el consumo y la participación como sus objetivos centrales. Sin embargo, el Partido Justicialista apuntó a las deficiencias del pan, y sobre todo a su carácter paliativo, con el fin de revivir y recuperar el papel histórico del movimiento peronista en materia de justicia social en los años posteriores a la dictadura.

Otro objetivo fundamental del pan era la reconstrucción de la vida familiar. Durante sus seis años de funcionamiento (1984-1990), el programa recurrió al apoyo de las mujeres beneficiarias para implementar esta política estatal en los hogares y los barrios receptores de la ayuda. Los diseñadores de las políticas gubernamentales describían la ayuda alimentaria como una solución de emergencia para el problema del hambre, que a la larga ayudaría a construir la democracia más allá de la mesa familiar. En la zona del Gran Buenos Aires (donde se concentró la mayor parte de la ayuda alimentaria a lo largo de la década), las redes del pan organizaron compras comunales, coordinaron campañas de ayuda humanitaria y convocaron reuniones en escuelas e iglesias para facilitar la entrega de alimentos. Fue en estos nuevos espacios políticos donde las ideas de los derechos y la democracia se reinterpretaron de maneras que a menudo pusieron en tela de juicio la plataforma de bienestar que ofrecía el gobierno de Alfonsín. Aunque el pan se había concebido inicialmente como un programa temporario, la necesidad de ayuda alimentaria se agudizó a lo largo de los años ochenta, con el aumento de la inflación y el avance de la crisis fiscal. A medida que se estancaban las reformas económicas y aumentaban las presiones de la deuda externa, la necesidad de extender el programa puso en evidencia la limitada capacidad del gobierno para atender al bienestar de los ciudadanos e implementar la recuperación económica del país. Desde la perspectiva de las fuerzas políticas conservadoras que defendían con una voz cada vez más resonante la preeminencia del mercado, el pan reafirmaba sus argumentos contra el intervencionismo del Estado benefactor.

Fuente: Pérfil

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