Cómo saltar la grieta y leer a Federico Monjeau: «Notas de paso» de Federico Monjeau

septiembre, 2023
Notas de paso reúne las columnas homónimas de Federico Monjeau en el diario Clarín, recogiendo una muestra vasta de su erudición musical y de su delicada escritura crítica.

Estoy en una escuela rodeado de estudiantes de bajos recursos (con las cuestiones de corrección política estoy desactualizado y no sé si es el término adecuado), estamos en el Día de la Primavera, y los alumnos han venido en un número escaso que me impide irme, pero no habilita tampoco a dar clases. Y no puedo dejar de pensar en el libro de Federico Monjeau. De hecho, mientras los alumnos escuchan Alejo Isakk, un reguetón que no sé cómo le caería al bueno de Federico (que reconoce su ignorancia con respecto al hip hop en algún momento y que solo nombra a Fito Páez como autor de rock y pop argentino), yo les digo que quizás podríamos escuchar Zamba de carnaval, del Cuchi Leguizamón, como si yo estuviera súper familiarizado con la obra del salteño. En un tiempo, recuerdo, estaba enamoradísimo de un tema de una cualidad tan misteriosa que me obligaba a escucharlo una y otra vez: El tren de Alemanía, del Dúo Salteño.  Pero en realidad, yo tengo tanta relación con el folclore argentino como mis propios alumnos, y muy probablemente mi intención esté animada por la maldad mediocre de hacerle sentir a otro un desconocimiento, una falta.

Pero no es el espíritu que me anima a la hora de terminar Notas de paso de Monjeau, porque justamente el libro está en el extremo contrario. Estoy, sí, un poco abrumado, por la cantidad de referencias, nombres, precisiones, conceptos técnicos, microbiografías que explotan en sus páginas. La crítica de música parece mucho más específica que la crítica literaria, al menos la que circula en medios masivos: las notas de Monjeau recogidas en este volumen, con selección y prólogo de Matías Serra Bradford, al mismo tiempo erudito y livianísimo, que puede funcionar como un instrumento didáctico para caídos del catre como yo, fueron publicadas en su mayoría  en Clarín.

Todo esto me hace acordar a una conversación muy lejana que tuve con Guillermo Piro en un irrecordable ciclo de charlas que promovía la Red Federal de Educación. Piro daba unos módulos que debían versar sobre la escritura de reseñas, o el ejercicio de la crítica literaria en medios, y uno de sus preceptos principales era que la crítica no era un servicio a la audiencia, sino un acto de escritura, y así como los periodistas deportivos hablaban en una jerga incomprensible para el no iniciado, los críticos literarios (o los cinematográficos) no tenían por qué renunciar ni al estilo ni a la especificidad, y es el caso exacto de Monjeau. Y el efecto es de hecho el que imaginaba Piro: uno puede sentir, en la lectura rápida a la que nos obliga el comentario, que la erudición conceptual y temática de Monjeau nos da una paliza, pero al mismo tiempo hace mucho que un libro no me despierta tantas ganas de conocer, con la precisión que me toque en los años de vida que me quedan, la materia sobre la que trata. Sonatas, fugas, rubatos, canciones, lieder, sinfonías, zambas: en mi propia casa, a medida que leía las notas de Monjeau, empezaron a sonar quizás para perplejidad de mis vecinos músicas que mi propia falta de experiencia y formación específica han excluido de mi vida, supongo que para empobrecerla.

Por estas mismas razones, otra cosa que es inevitable sentir al leer Notas de paso es la gravedad de esa sentencia transformada en remera: “So many books, so little time”. Hay algunos momentos en los que Monjeau incurre en arrebatos de algo que parece generosidad e intenta hacernos sentir que estos tesoros de György Ligeti, J. S. Bach, Beethoven, Gerardo Gandini y un etcétera literalmente interminable nos están dedicados a todos. Como cuando cuenta un curioso experimento del pianista italiano Marino Formenti, un One to One, que consiste en una serie de conciertos consecutivos para un solo oyente y que Formenti realizara no solo para eruditos, sino también para “seis vecinos del barrio Rodrigo Bueno y la Villa 20”. Igual, y como dije, hay una tensión entre la sensación de que esas maravillas son accesibles y la de estar tan lejos de su intelección y disfrute como de las esferas más abstractas del ajedrez.

Hay algo en la reiteración de citas, anécdotas y nombres que genera un efecto semejante al que registramos cuando leemos, salvando las distancias, Otras inquisiciones, y nos encontramos tres veces con la misma cita de Chesterton sobre el lenguaje: lo que sentimos es un sistema disperso de convicciones (la idea de Daniel Baremboim de que el oído es el más inteligente de los sentidos, o de que no hay  nada tan falso como un cantante falso, o que la música mediocre bien ejecutada subraya su mediocridad). También hay recurrencias en las figuras que retrata en algunas microbiografías que hacen pensar en el arte de las contratapas de los viernes de Juan Forn: Domenico Scarlatti, Bach, Arnold Schoenberg, Michael Gielen, Mauricio Kagel, Gandini y Glenn Gould constituyen un elenco estable alrededor del cual la curiosidad erudita de Monjeau, su empatía y su sensibilidad parecen girar como en una obsesiva forma musical.

Los editores del Fondo de Cultura Económica han hecho bien en conservar algunas de las apologías y rechazos políticos de Monjeau: quizás parado en la vereda de enfrente, me alegra poder atravesar la cáustica grieta política argentina y haber disfrutado la inteligencia y generosidad de Monjeau, y haber sido beneficiado, junto con mis vecinos y alumnos, beneficiario de su pasión crítica.

Nos vemos en la próxima.

Flavio Lo Presti
Docente, periodista y escritor. Desde hace años se dedica a leer y comentar libros.

 

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